Sendas extraviadas

En sus páginas, Juan explora las posibilidades del ensayismo a través del extravío que implica el aventurarse por los caminos desconocidos de este género

Hace unos días, dentro de ese torbellino de libreros, editores, lectores y consumidores de todo tipo que es la Feria del Libro, me tocó dialogar con el ensayista dominicano Juan R. Valdez sobre su libro Sendas extraviadas. Ensayos para vivir en el mundo que nos queda. En sus páginas, Juan explora las posibilidades del ensayismo a través del extravío que implica el aventurarse por los caminos desconocidos o poco transitados de este género literario, y desde ahí tratar de resignificar este presente convulso vía la locura deliberada.  La forma de su escritura es, en sus propias palabras, "una mezcla de análisis, reflexión y confesión entrecruzada por el lamento y la esperanza".

            La lamentación, lo sabemos por desgracia, se justifica sobradamente; y fue el cimiento para la formulación de la pregunta central del volumen: ¿cómo es posible vivir en un mundo precario, deteriorado al extremo por el mismo ser humano? Para intentar dar con una respuesta plausible, nos advierte el ensayista, es necesario despojarnos de ciertos atavíos inútiles, como el de considerarnos el centro del universo o la cima de la pirámide del reino animal. También es urgente liberarnos de los excesos de los saberes librescos.  Sendas extraviadas es un ejercicio ensayístico que combina y condensa diferentes textos y experiencias, y tal vez en ello radica la parte más novedosa de su propuesta. Busca el equilibrio entre la desesperanza y la esperanza, en un planeta atravesado por catástrofes y crisis. Como modelo de acción, propone cuatro vías para la concreción de su escritura: la política de la desconfianza, la mirada cimarrona, el delirio consciente y la comunión con la naturaleza. Advertimos de inmediato el desbordamiento del tradicional cauce literario.

            No es extraño, por tanto, el retorno a Montaigne. El ensayista francés sorteó tiempos oscuros y difíciles proponiendo a la lectura crítica como forma de conducta, pero sin caer en los manuales de autoayuda, ni en la formulación de verdades irrefutables. Montaigne entendía que podíamos aprender tanto de los libros como de los árboles, y que la escritura era una manera de cosechar ideas. Lo inusual es el rescate de otras tradiciones menos visibles, como la memoria cimarrona, la cual actualiza las estrategias de supervivencia de los grupos esclavizados en el Caribe. Valdez dialoga, en este punto, con la famosa Biografía de un cimarrón (1966), donde el antropólogo cubano Manuel Barnet entrevistaba a Esteban Montejo (1860-1973), y contaba su vida como antiguo esclavo que había escapado, vivido en la sierra y participado en las luchas de la independencia cubana.

            Existen otras fuentes, menciono solamente dos: la obra del heterodoxo educador venezolano   Simón Rodríguez (1769-1854), y la alucinante vida de fray Servando Teresa de Mier.  Como buen escéptico, Valdez duda de las autoridades y del autoritarismo y al mismo tiempo evita caer en imposiciones o en determinismos. Presenta y comparte solamente su experiencia: sus entradas y salidas del mundo académico norteamericano, su condición de caminante racializado, es decir, de viajero  afrodescendiente que lleva a cuestas las historias de sus ancestros; su pasión por el senderismo, que para él no es un deporte ni mucho menos implica seguir una ruta establecida previamente, sino el arte de extraviarse en la naturaleza y de convivir con ella en armonía.

Recorrer las sendas extraviadas le otorga a Juan Valdez la posibilidad de "verdografíar" el mundo: leer a la naturaleza desde su propio entorno (el concepto lo toma del ensayo Verdolatría. La naturaleza nos enseña a ser humanos, del español Santiago Beruete), y desde esa experiencia regresar al ejercicio literario del ensayo.  A veces la mejor forma de encontrase a uno mismo es extraviándose.