La vida humana parte y se sostiene en una paradoja: somos seres biológicos, eso implica que nacemos, nos desarrollamos y morimos, pero, al tiempo nos resistimos a morir, como habrá dicho Freud, en el inconsciente no creemos en nuestra propia muerte. Ella siempre es sorprendente, fugaz, irreversible, definitiva. No obstante, luchamos contra ella.
Durante nuestra vida, incluso desde la intrauterina, nos resistimos al simple destino que nos marca la naturaleza, subvertimos su orden a pesar de vivir entre dos imposibles: no pedir nacer y no poder hacer nada para no morir. Lo que hacemos en medio de esos dos misteriosos extremos hace la diferencia entre la inercia del automatismo y el decidir, crear la vida. "De nuestra posición de sujeto siempre somos responsables" (Jacques Lacan)
Toda la acción humana —desde el totemismo, la mitología y la religión, hasta el desarrollo de la filosofía, la ciencia y la tecnología— posee un corte y superación, una repetición y una diferencia, la renuncia a la reiteración de la identidad, para encontrar lo nuevo. Por ello la vida humana es movimiento, cambio e innovación. Por más que se busque consuelo y refugio en lo mismo ("Mas vale malo conocido que bueno por conocer") el empuje de la vida siempre implica un cambio, el deseo y sus riesgos, un desplazamiento nunca la sola inercia hueca de la repetición. Cuando se ignora esta característica inherente de la vida humana, o se quiere vivir como si no existiera, entonces la vida se enferma, la persona viene a menos a la vocación que le engendró: por un lado, un rotundo NO a la naturaleza, y, por el otro, un SI de la creación, que contempla siempre todas las posibilidades abiertas.
Pero el cambio, el movimiento y la innovación pueden ser para alguna personas y naciones, demasiado a soportar. Entonces emerge, a lo que le ha llamado Massimo Recalcati, la tentación del muro: crear confines rígidos, no solo físicos (fronteras amuralladas) sino, sobre todo, mentales, ideológicas, con las armas de por medio. Dicha lucha se adereza con delirios teológicos plagados de nacionalismos, tanto de un lado como de otro, de quién es la tierra, quiénes los dueños legítimos...ante la falta de argumentos y el fracaso de toda forma de diplomacia y política internacional, se impone, como siempre el poder del más fuerte. Quienes pierden siempre serán los pueblos, las naciones, los ciudadanos que quedan en medio de fuegos cruzados, a donde sus gobernantes nunca asisten al horror que ellos mismos engendran con sus decisiones.
Otra respuesta es posible, otro horizonte de posibilidades es posible, si se considera lo que ha venido planteando desde hace décadas, Jorge Forbes, psicoanalista y psiquiatra brasileño: en un mundo horizontal, cuyo lazo social es diferente a los que estábamos acostumbrados (lazos jerárquicos, ideales, de adaptación a un patrón único) la ética que debe imperar es la de la invención y responsabilidad, la articulación de las diferencias, mas que la aniquilación de estas.
En un mundo jerárquico las guerras, los puros e impuros se inscriben en la lógica de la estandarización, de la adaptación a valores preestablecidos como modelos de vida; por su parte, en un mundo horizontal, diverso, amplio, múltiple, cada sujeto y nación puede inventar y responsabilizarse por un estilo de vida singular, la identidad, tanto personal, como la nacional, cae por su propio peso, ya que el sujeto no se define en relación con la bandera, el Estado, o el nacionalismo laico o religioso, sino por la ética que le marca su deseo singular de expresión. Es por ello por lo que es necesario, con carácter de urgente, replantearnos el papel del Estado, las religiones y el dominio de EUA, otrora policía del mundo, en nuestra visión y operación de la geopolítica actual.