La felicidad no responde a reglas estandarizadas
Jorge Forbes
Y llegamos a diciembre con sus fiestas de navidad y año nuevo. Finalmente llegamos a la recta final de esos 12 meses que, siempre mientras los vivimos nos parecen interminables. Por momentos durante el año este parece lento, avanza con “piernas de atole”, como cuando intentamos correr en los sueños, pero una vez pasado, el tiempo se aprecia acelerado, fugas, distante.
Y es en ese contexto de fin de año cuando más de una persona se pregunta: ¿y para qué hago lo que hago? ¿qué he hecho de mi vida todo este tiempo?, ¿acaso soy feliz? ¿para dónde iré el próximo año? ¿para dónde irá mi vida?... Son interrogantes que apuntan al sentido de vida. No a un sentido general, por supuesto, sino singular, único. Ya que la vida, como la felicidad –para sorpresa de muchas personas—no es ni progresiva ni acumulativa, sino basada en momentos, instantes marcados por la sorpresa y encuentro.
¿Qué es ser feliz? Por un lado, su etimología habla de tener satisfacción, disponer en cierto grado algo (cosa, situación…) para mantenernos satisfechos. Pero si bien esa es la palabra detrás de la experiencia, no le hace honor a tal cuestión en juego en la felicidad, ya que la felicidad humana no es parecida a “llenar un vaso”, no implica solamente cubrir una necesidad. Las necesidades son de otro orden y por supuesto, en algunos momentos y para muchas personas, cubrir lo básico ya sería un gran logro. Pero incluso quienes carecen de lo fundamental no les está excluida de su vida la posibilidad del exceso, del derroche, del deseo y del lujo; de no ser todo el tiempo objeto de lástima y victimización. Como nos los plantea el mendigo del salmón con mayonesa al que hace referencia Sigmund Freud en El chiste y su relación con lo inconsciente (1905). Pide limosna no para comprar un objeto necesario, algo que le alimente durante un mayor periodo, sino un objeto de lujo, un exceso, algo que le dará placer: un salmón con mayonesa acompañado de una buena copa de vino, subvirtiendo con ello su posición: de mendicante, que supuestamente debe de vivir anclado a la lógica de la necesidad, a señor de lujo que también puede gozar de un exceso.
La felicidad requiere ser inventada y no responde, como lo plantea Jorge Forbes, a una lógica estandarizada. No existen garantías de felicidad. No existe el, “¿qué no se supone que, si yo hago tal o cual cosa, voy a ser feliz?” Por ello mucha gente va tras algo que cree le dará felicidad, porque es algo estandarizado socialmente, y una vez alcanzado, se da cuenta que eso no era lo que le daría la felicidad tan anhelada. Sería mejor una exploración personal. Sólo que no es fácil ya que al preguntarnos ¿qué quiero? Como el ¿quién soy? siempre aparecen referencias del Otro, de los demás, precisamente porque nuestro yo, el yo de cada quien, es efecto de algo exterior, algo que nos vino del Otro. Es decir que, para desear necesito en primera instancia el soporte y reconocimiento del Otro (materno, paterno, la cultura, escuela, trabajo, pareja, etc.) pero no puedo permanecer sólo esperando ser y hacer lo que el Otro pide y reconoce. Es necesario hacer un movimiento más: conquistar singularmente lo que yo deseo, tener un deseo propio, una combinatoria propia, lo que a cada quien hace feliz, más allá de lo que el Otro espera/desea de mí. Esto implica necesariamente inventar algo. Como el mismo Forbes lo plantea en otros espacios: la felicidad requiere invención y responsabilidad. Invención de una satisfacción singular y su responsabilidad de colocarlo en el mundo, de compartirlo, de ponerlo en circulación.
La felicidad implica un trabajo singular y constante de responsabilidad sobre lo que una persona desea, no es algo que vendrá del otro. Y si alguien espera eso, mejor que espere sentado. ¡Felices, singulares y responsables fiestas!