La familia es eso de lo que todo el mundo se queja
Jorge Forbes
En el contexto humano, las historias se tienden a repetir una y otra vez, tanto aquellas que nos dan placer, como las que nos afectan y destruyen. Los escenarios y personas concretas pueden variar, sin embargo, las tramas, personajes y efectos son estructurales (formales) y permanecen trascendiendo tiempos y distancias. Al grado de no ser suficiente cambiar de banqueta, de locación para....
Como la persona es, sobre todo, sus circunstancias, estas le acompañan a donde quiera que vaya, son una maleta invisible y a veces muy pesada de la cual pareciera imposible deshacerse ¿Por qué será? –se preguntará más de una persona. Porque funcionan como referentes de identidad, dan un soporte a la idea de lo que "yo soy" y se creen inamovibles, pero en realidad son dinámicos, y a veces, por más paradójico que parezca, si hacen sufrir no se quieren modificar, porque se cree que son una parte verdadera del ser de una persona, una especie de protección: se sufre para no sufrir, ¿de qué cosa? De la ¡libertad!
Se repite para recordar y se recuerda para, de alguna manera, dejar de repetir. Tal como lo expuso Sigmund Freud en su texto, Recordar, repetir y reelaborar. Articulando estas tres cuestiones le pone el texto el título que ya contiene las claves que responden a cómo hacer para detener la repetición –aquella que daña—partiendo de la elaboración: el hacer algo nuevo con aquello que se vivió, pero, sobre todo, con aquello que se recuerda, que es lo que termina marcando los tiempos subjetivos como pasado, presente y futuro. Ya que, como nos lo recuerda el nobel de literatura colombiano, Gabriel García Márquez, la vida no es necesariamente lo que uno vivió, sino la manera en la que se recuerda para contar.
Al ser la elaboración el trabajo con el recuerdo, es lo que nos brinda la posibilidad de salir de la prisión de la repetición de lo mismo, eso que se considera, hasta cierto punto como características fundamentales de la identidad, pero que, ante cualquier cambio de viento en la embarcación de la vida, se tambalea, mostrándonos una doble característica de la condición humana: la fragilidad, debido a nuestra condición de precariedad constante, estructural, y por eso mismo, he ahí la segunda, condenados a la creatividad, libertad y responsabilidad infinitas. Tenemos la potencialidad de estar listos para todas las circunstancias, sólo que depende de la activación de la imaginación y le creatividad, vía la responsabilidad subjetiva, esa que tiene su punto de partida cuando nos comenzamos a implicar en nuestras quejas y lamentos, retirándole al otro la culpa sobre nuestra existencia.
Y entonces llegamos al mundo vía la aduana-aeropuerto de la familia, o ante la falta de esta, alguien nos reconoce y pone un nombre, responde por nosotros. En la familia o en la institución del Estado que nos recibe, encontramos un primer reconocimiento a nuestra ciudadanía: alguien nos dice "Tú eres mi hija", "Tú eres mi hijo" nos ponen un nombre y apellido, con el cual iremos adquiriendo una lengua, usos y costumbres de la cultura donde vivimos, hasta sentirnos identificados más o menos o más menos que más, con aquellas características; sólo que siempre se siente –es por una cuestión estructural—que algo falta, que la familia, padres y hermanos, no nos entienden, incluso que eso hace que creamos que no nos quieren. Ya que "la familia no conoce el nombre de nuestro deseo" (Jorge Forbes) No sabe quiénes somos ni qué deseamos hacer en la vida. Existe un hueco, un vacío, una especie de muro agujereado que al mismo tiempo que ofrece algunas respuestas, pone un límite, no ofrece todas las respuestas. Entonces hay que emprender un viaje de experiencia para buscar/crear en otros lugares. Hay quienes en este punto de tener que buscar/elaborar las propias respuestas, permanecen –lo sepan o no, pueden reconocerlo o no—empantanados en el reclamo a perpetuidad de lo que el otro familiar no les dio (respuestas, enseñanzas, amor, recursos económicos...) extendiendo algunas veces esto a los amigos, jefes de trabajo, pareja e hijos, en fin, a la gente en general; justificando con dicha narrativa las desgracias de su vida. Todas ellas tienen en común la irresponsabilidad ante lo que se sufre y vive: yo soy una víctima de las circunstancias, los demás me deben, viviendo de la queja, el lamento y el reclamo constantes. En estas fechas de diciembre, festividades de convivencia familiar se pueden localizar fácilmente a personas que asumen dicha posición, precisamente para justificar su desgracia presente y no hacerse responsables de elaborar, personal y subjetivamente, su vida. Es como si tuvieran miedo de darse cuenta finalmente de que son libres, de que cuentan con la libertad suficiente para elaborar una respuesta, libertad creativa para contar la vida desde otros ángulos, y con ello, cambiar su tiempo presente, pasado y con ello inventar el futuro.