Y una vez más comienzan en México las campañas políticas para la presidencia de la república, así como para otros puestos de elección popular. Durante algunos meses los ciudadanos nos veremos "bombardeados" por slogan, fotos, sonrisas, abrazos, promesas, promesas y más promesas, de los candidatos y sus partidos, a fin de obtener el voto de los ciudadanos. Ya pasada la elección –todos saben—las cosas cambian. Parece cosa de chiste: todo el mundo sabe que las campañas en gran medida son tan "verdaderas" como los comerciales pagados de un producto comercial, pero aún así, se decide creer, se quiere creer que ahora sí. Y es con esa esperanza, con esa distancia que toca la fe, que el candidato juega a apostarle a cualquier cosa.
Propuestas de gobierno. Como en muchos países, en México, se juegan al menos dos proyectos de nación: los que proponen como eje de sus gobiernos la privatización, y, por ende, el lucro de todos los recursos de las naciones, colocar todo (educación, salud, carreteras, puertos, cárceles, administración, energéticos...) en los mercados, y de preferencia, sin regulación alguna para la explotación de particulares, progreso le llaman a eso; y aquellos proyectos que plantean una administración responsable por parte del Estado como regulador de las condiciones de un país, y por lo tanto de los mercados, a fin de garantizar condiciones óptimas de bienestar para todos los ciudadanos.
En este panorama político mundial y nacional hay quienes hablan de polarización, la refieren como un defecto, una degradación de la vida pública. Todo lo contrario, la vida pública está marcada por la diferencia. La polarización y las diferencias de todos los matices no son un defecto o problemática, sino una condición propia de las personas y naciones que aspiran a la democracia: aceptar y lidiar con las diferencias, crear consensos, participación responsable, sostener las tensiones que se generen por las diferencias, para poder mantener un dialogo con claridad y respeto. Esto da mucho trabajo, por eso hay muchas personas que sueñan con el orden único de la dictadura, que una sola persona tenga el control y se haga cargo de todo.
¿A quién le habla cada candidato? Cada candidato se inscribe en una base ideológica partidista, que se extiende a los aliados, asesores, personas afines a tal o cual partido. Esto es extensivo a cada ciudadano con posibilidades de votar, quien tendrá que decidir sobre la mejor opción. Lo cierto es que esto nunca se sabe del todo. Es conocido que muchos votantes lo hacen por tradición familiar, ("mi papá siempre voto por...") otros, porque en sus trabajos los obligan, so pena de ser despedidos, esto último, no hay que olvidarlo, es un delito. Otros tantos ciudadanos se suman bajo el rubro de "los indecisos", personas que no han tomado una decisión y son los que, de alguna manera, buscan los candidatos, seducir con sus propuestas. Sin embargo, por más que se hable y escuche, se termina eligiendo por afinidad –por transferencia, diríamos psicoanalíticamente—por aquella candidata o candidato que "sentimos" responde a nuestra posición, "lo semejante conoce a lo semejante" (Aristóteles) que suponemos será quien abanderará nuestras causas y propuestas, o por el "menos peor".
Al decidir, votar, participar...hay que recordar que no sólo es un asunto de un día, de un momento, sino una participación, activa y responsable. Sin embargo, muchos ciudadanos prefieren por comodidad, dar el voto y luego desentenderse, darle al otro el poder, sin estar al pendiente y pedir cuentas al funcionario. Esa es precisamente la estrategia a la que muchos políticos le apuestan: a la indiferencia del electorado, pasar de la idealización del candidato, capturar los votos para después desaparecer una vez que se toman funciones. Un ejercicio simple consiste en ver las campañas al revés o a la inversa, del funcionario al candidato y al ciudadano que por primera vez fue votado. Esto ayuda a evaluar desde otro ángulo a quienes hoy vienen a pedir nuestro voto.