"Soy donde no pienso, luego pienso donde no soy"
Jacques Lacan
Recientemente ha cobrado auge el mote "síndrome del impostor", que muchas personas, ante ciertas situaciones, no dudan en aplicar a sí mismas, autodiagnosticándose o declarando a alguien a partir de dicho "síndrome".
Las situaciones en las que se aplica este "diagnóstico" pueden ser variadas, presentarse en diferentes contextos y momentos, sin embargo, poseen al menos dos elementos en común: 1) se trata de experiencias que podrían considerarse exitosas (conseguir un logro deportivo, laboral, económico, etc.) y 2) dicho éxito es algo increíble. En ese sentido, no es solamente alcanzar el éxito (del lat. exitus: termino, fin, salida) de ahí la palabra en inglés "exit", sino el sentir que se ha alcanzado o conseguido algo que se creía más allá del horizonte de lo posible. ¿Acaso yo hice eso realmente? En cierta forma, este último punto, se refiere a una pérdida de identidad o al menos de algunos de sus elementos conocidos, de sus coordenadas, en las cuales, cada uno se reconoce bajo la idea de "Yo soy así". Por ello, ante esas experiencias se produce una caída o pérdida de los referentes que solían organizar la noción de identidad.
La palabra "success" en inglés y "sucesso" en portugués, provienen del lat. Successus, que significa "entrada", "aproximación, "llegada", la cual deriva de succedere, "venir después", "acercarse", del prefijo sub-, "debajo", "después" y cederé (ir, moverse). En ese sentido caer o poner debajo. De ahí que todo existo implique, en cierta manera, de una caída, un término o un fin que interroga en dos grandes sentidos: qué fue lo que se logró cuando se logró el éxito y qué es lo que sigue después de esa experiencia. Existen éxitos que pueden hasta generar desorientación e intensas crisis en la vida.
La situación de éxito sobrepasaría los límites reiterativos del Yo, en ese sentido toda situación exitosa pone en jaque la noción de identidad del Yo. Pensemos que, si una persona cree demasiado en ser un "Yo" único e indivisible, el cual desea que su imagen se encuentre siempre en correspondencia con su "Yo ideal", cuando, entonces, consigue lo que creía imposible, aquello que escapa a las nociones de lo que cree ser, podría entrar en crisis justamente por la caída de esa supuesta imagen o noción ideal.
De ahí que Sigmund Freud haya planteado que el psicoanálisis, al revelar que existe una dimensión mental más allá de la consciencia, el sistema inconsciente, que expresa una verdad más allá de las nociones consciente del Yo, es decir, de aquello que supuestamente sabemos y creemos ser, ha producido una herida narcisista en la humanidad, condensada en la frase "El yo no es amo en su casa". En ese sentido, el deseo, en principio, sería una fuerza que sobrepasaría los límites del Yo, o, mejor dicho, de las nociones y referentes conocidos hasta ese momento del Yo. De ahí que cuando se logra algo increíble pueda emerger una sensación de extrañeza, "¿acaso yo lo hice? ¿acaso me lo merezco? ¿no será este triunfo, aquel que creo mi triunfo, el triunfo de alguien más y yo no me lo merezco y estoy usurpando el lugar y fruto que correspondería a alguien más?" Produciéndose una sensación de estar fuera de lugar, del reconocimiento y el sin sentido.
Veamos qué es lo que puede estar sucediendo en esos casos. Por un lado, por más paradójico que parezca, para determinadas personas sería más fácil aceptar y sustentar sus fracasos e imposibilidades que la realización de sus deseos, el poder tener éxito, debido a la responsabilidad que esto implica. Es como si se pudiera soportar más fácil el fracaso, el "ya merito", "el casi lo lograba" a dar la vuelta y sobrepasar dicho horizonte, justamente por el duelo que implica perder una cierta cuota de aquella identidad conocida, verse desde otro lugar diferente, nuevo.
Ante este pesar o inhibición se puede contar con al menos con tres posibilidades: reconocer la fuerza del deseo que escapa al control del Yo, es decir, rreconocer eso que nos rebasa, que nos trasciende, que es más fuerte que Yo, la fuerza del deseo; que no existe una identidad fija ya terminada, sino que siempre estamos en camino, en construcción, como nos lo recuerda Antonio Machado, "Caminante no hay camino, se hace camino al andar" y que, en la vida, siempre existe la posibilidad de dar un toque singular a las cosas, es decir, con la posibilidad de reiniciar.