Jamás se enamoren de su sufrimiento,
jamás crean que el sufrimiento es su verdadero ser
Slavoj Zizek
La vida humana inicia con el reconocimiento: alguien debe reconocer nuestra existencia, decir un sí para que podamos ser recibidos, cuidados y atendidos, no sólo en términos biológicos, en nuestras necesidades, sino en términos subjetivos y afectivos, ser amados, registrados en un padrón poblacional, ocupar un lugar en el deseo de nuestros padres o, ante su ausencia, de quienes hagan las veces, para que después se pueda contar la posibilidad de andar por el propio camino. En ese sentido, la vida humana transcurriría desde el reconocimiento del otro, la identificación con eso que el otro coloca y dice "tú eres esto", a la separación, independencia y diferenciación de ese ideal, con miras a construir una posición propia. Sin embargo, en ese recorrido pueden existir, como en todo trayecto, dificultades. Una de ellas, de las más comunes, se presenta cuando la persona vive atrapada en el sueño (expectativa) del otro buscando cumplir con lo que demanda, a fin de esperar recibir reconocimiento, amor, cuidados, seguridad...
Vivir atrapados en el sueño/expectativas del otro es una verdadera pesadilla. Sin embargo –y he ahí su repetición y permanencia— paradójicamente otorga la posibilidad "cómoda", que de cómoda no tiene nada, de disponer un guion listo para memorizar y cumplir, una especie de destino marcado que fue escrito por las madres y los padres, muchas veces sin que se dieran cuenta, que la persona que lo recibe da por sentado que esa es su verdadera identidad y personalidad, algo de lo cual siente que no puede escapar y está condenada a repetirlo una y otra vez.
Uno de los grandes aportes del psicoanálisis es poder mostrar y, sobre todo reformular durante un análisis, aquella incesante práctica paradójica de repetir una y otra vez lo que hace daño, en un intento (obviamente fallido) por liberarse. ¿Por qué fracasa dicho intento? Porque aquella problemática y conflicto que se repite ha tomado para la persona, en algún momento de su vida, una función de identidad, lo cual plantea más de una paradoja: si mi problema y la queja enlazada al mismo, han formado parte de la identidad, de lo que se cree ser, pensar en solucionarlo, equivaldría, de cierta forma, en perder una parte de sí, dejar caer un elemento de identidad, tener una especie de crisis que conduzca a la persona a decir, ¿sin ese problema, sin esa queja ahora quién soy? Ante, ¿qué hacer?
Las problemáticas, el dolor y la queja, como son experiencias con una cierta intensidad, con marcadores biológicos –como diría Antonio Damásio–tienden a considerarse más verdaderas una especie de marca del ser, ese es su peligro. Por lo que una forma de trabajo sobre las mismas es desistir de creer que eso, por más intenso que sea, es un referente para vivir, que, por su parte, más bien es un referente para sufrir, dañarse y, en el peor de los casos, morir, no disponer de la vida de la vida o precipitar la muerte, des-identificándose de ese elemento, desistiendo de ser aquel sufrimiento del otro (padres, familia, pareja...) para una vez vaciado el nombre y la historia de ese referente que se recibió del otro, reformular y resignificar la propia historia, a fin de poder inventar el presente y el futuro, con una clave más singular y diferenciada de aquello que los demás demandan y esperan.