"Manque me lleven los pingos"
Carlos Rivas Larrauri
"No es por hacer el desaire, es que ya no soy del vicio...Ustedes me lo perdonen, pero es que hace más de un año que no voy a los toros, aunque ande con los amigos...".
Así, con el inicio del famoso poema "¿Por qué me quité del vicio?", de Carlos Rivas Larrauri, daré intentaré dar respuesta a un buen número de personas que desde hace tiempo me ha preguntado por qué he dejado de asistir a los festejos taurinos en Monterrey.
"¿Ya se te acabó la afición?", me cuestionan y la verdad es que no, que sigue viva dentro de mi esa pasión por la Fiesta Brava que he tenido desde que tengo uso de conciencia y no ha mermado ni un ápice, por el contrario, sigue y crece, se nutre y reverdece.
"¿Entonces por que ya no acudes a la plaza, ya no escribes ni tomas fotos?", me insisten.
La respuesta es sencilla: ya no es la misma Fiesta, esa de la que me enamoré siendo un niño, esa llena de luz y esplendor, de brillo y grandeza, de grandes ídolos que arrastraban multitudes.
Antes los toreros eran figuras públicas dignas de admiración y respeto. Antes, podías ver en la calle vestido de paisano a un hombre y con su sólo andar decías: "¡Es un torero!". Eso se acabó.
No voy a los toros y he dejado de escribir y comentar sobre los festejos en Monterrey como una forma de protestar por el infame trato que la empresa que maneja el coso local le da a nuestra ciudad y su afición.
Monterrey ha sido cuna de grandes maestros de la tauromaquia, matadores de toros de renombre que han puesto en alto el nombre de nuestra tierra en todo el orbe taurino... pero eran otros tiempos, eran otros empresarios.
A mediados de los 60´s Leodegario Hernández, un empresario de espectáculos, le entró por entrar al ambiente taurino y poco a poco se fue haciendo de varias plazas del interior del país; visionario, forjó figuras como Manolo Martínez y Eloy Cavazos y junto con ellos a una pléyade de matadores importantes. En ese tema Hernández no estuvo solo, también fueron parte fundamental otros empresarios como el Dr. Alfonso Gaona, don Ignacio García Aceves y don Nicolás González, por citar a algunos.
Pero en 1971 Leodegario así como llegó, se fue. Le vendió las plazas a Alberto Bailleres y fue cuando comenzaron los problemas.
Bailleres pudo recibir los frutos de lo sembrado por Leodegario y otros empresarios y el tirón le duró un montón de años, pero la labor de forjar nuevas figuras se desatendió y lentamente fue dándose el declive de la Fiesta.
Medio siglo después los resultados de esa falta de previsión y de sembrar son más patentes que nunca, no existe en México una sola figura de importancia y los extranjeros no le interesan a nadie.
Sin embargo, en el caso de Monterrey, diese la impresión que los encargados de manejar la empresa tienen la consigna de acabar con todo, organizando unos cuantos espectáculos mediocres al año, con toros sin presencia y sin bravura, en un remedo de la Fiesta que me tocó vivir.
Por eso no vuelvo a esa plaza... "manque me lleven los pingos".