Sigmund Freud planteaba que existen tres fuentes de sufrimiento: la naturaleza, con su ingobernable pulso vital planetario que en cualquier momento puede dar un giro sorpresivo; el otro, el semejante, quien tiene la potencialidad de ser lo mismo un bálsamo en el camino, como un verdadero infierno en la tierra; nuestro organismo, esa realidad inmediata y compleja que habitamos puede amenazar nuestra propia existencia, bajo la forma de alguna condición o enfermedad.
Cada uno de ellos (la naturaleza, el otro y el cuerpo) a su manera, posee una dimensión ingobernable. Algo que por sus características escapa a cualquier forma de control y gobierno, y que siempre nos plantea, de formas renovadas, retos a ser investigados y descifrados. Gran parte de la vida humana transcurre a través de la búsqueda de conocer y saber lidiar con esos rostros desconocidos. Los quehaceres de la ciencia y tecnología, así como de las artes, giran en torno a dichos enigmas, que por más que se avance, que se arroje un poco de luz sobre ellos, siempre hay algo que resiste e insiste, una nueva obscuridad que se inscribe.
En el caso del organismo, de pronto puede suceder que irrumpa un cambio, una contingencia –a veces de alguna manera ya anunciada, otras veces, sorpresiva, bajo la forma de un accidente—que plantea la necesidad imperiosa de tener que someterse a una operación quirúrgica. Internarse en algún hospital para ser intervenidos. Entonces aparece un tiempo nuevo, uno que se divide en tres momentos: antes, durante y después de la operación.
Lo tiempo prequirúrgico inicia con el diagnóstico, cuando el especialista indica la necesidad de realizar una operación, y se extiende hasta el día del ingreso al hospital el día de la operación. Podríamos decir que quizás el cambio de hábitos y medicamentos no fueron suficientes para curar, existe algo estructural que hay que intervenir. Entonces se fija una fecha y comienza la cuenta regresiva. En este período es necesario realizar estudios para determinar la idoneidad de nuestro organismo para someterse a dicho procedimiento. Es el tiempo de la expectativa, del "qué tal y si..." que a muchas personas angustia: el no saber a ciencia cierta qué sucederá, el tener que asumir un riesgo irreductible. En la vida todo el tiempo se vive y opera con esa lógica de seguridad/inseguridad, sólo que existen momentos donde lo experimentamos de manera más patente. Este tiempo que, no por mucho madrugar amanece más temprano, no se pude acelerar, saltar o acortar. Aquí, como en toda experiencia, muchas personas piensan de manera trágica ("y que tal si todo sale mal, qué tal si me muero") como si de alguna manera creyeran que, al pensar mal, sosteniendo uno de tantos supuestos desenlaces, se estaría "exorcizando" los incontrolables desenlaces que se desean evitar. Añadirles a las cosas una expectativa imaginaria de gravedad nunca aumenta el grado de verdad de lo que se vive, tampoco previene lo que podría o no ocurrir. La vida siempre es sorprendente.
Se ingresa al quirófano, se suministra la anestesia e inicia el momento de la operación. Dependiendo de las características del procedimiento, se puede estar consciente o inconsciente, bajo los influjos de la anestesia general. Entonces el sujeto de la consciencia desaparece momentáneamente, sumiéndose en un estado de consciencia inducido químicamente, para que se pueda operar sobre el organismo. Interesante experiencia eta de silenciar la consciencia y el pensamiento para, entre otras cosas, no percibir estímulos como el dolor, y poder abrir el organismo. "...las realidades del ingreso, la despersonalización sistemática que acompaña al proceso de convertirse en un paciente. Te cambian la ropa por un pijama blanco anónimo, te ponen un brazalete de identificación con un número. Pasas a estar sometido a normas y regulaciones institucionales. No eres ya una persona libre [...] ya no estás en el mundo. Existe una analogía rigurosa con el proceso por el que uno se convierte en un preso, y todo te recuerda de una forma humillante el primer día de escuela" (Oliver Sacks, Con una sola pierna, 1984)
Y finalmente, el tiempo postquirúrgico de la recuperación. Es el tiempo en el que el organismo comienza a despertar poco a poco, recuperando sus sensaciones, la idea es recuperarse de la lesión, directa o indirecta que se haya generado por la naturaleza misma de la operación quirúrgica, así como por la recuperación gradual de la funcionalidad, con miras a que la persona sea dada de alta y, una vez alcanzado un cierto punto de estabilidad, pueda entonces regresar a su casa. El protocolo marca que el paciente sea trasladado en una silla de ruedas hasta el vehículo que lo llevará a su casa. Durante ese tiempo el organismo se puede sentir extraño, algo sucedió y ahora se van sintiendo las huellas y pistas de lo que sucedió. A veces para sentirse mejor que antes, otras, para despertar a una realidad más incomoda a la que vivía. Ninguna operación está desprovista del todo de riesgos y efectos adversos inesperados. En ese sentido, ser operado es, de cierta manera, decidir por voluntad propia –salvo cuando se es menor de edad o se tiene algún estado de conciencia alterado—optar activamente por una pasividad, es decir que alguien más opere en alguna zona de nuestro organismo para restituirle en parte su salud. Sobre el sentido y la forma de vivir esos tres momentos dependerá lo que cada persona, cada paciente, coloque singularmente. Ya que el sentido, la forma en la que se vive y atraviesa dichos tres momentos, antes, durante y después de la operación, es responsabilidad ética de quien vive dicha experiencia de vida. El organismo, ciertamente participa, es la base material, pero nunca logrará decidir las formas subjetivas y psicológicas en las que decidimos pensar y vivir nuestras existencias.