El desplazamiento interno forzado es un fenómeno social que sigue creciendo en nuestro país; se trata de una situación de vida o muerte para los involucrados, que vulnera sus derechos humanos al obligarlos a abandonar su tierra y desplazarse a otras latitudes para lograr sobrevivir ante el riesgo tan elevado que implica el permanecer.
Las amenazas provienen de luchas por la tierra, trabajo forzado y crimen organizado, entre otras. El desplazamiento interno forzado es una expresión de las violencias cotidianas que vive la ciudadanía mexicana, y que representa una potencial victimización que producirá efectos físicos, morales y psicológicos a largo plazo.
Se trata de un fenómeno que inició en México desde el 2001, se incrementó en el 2006 con motivo de la guerra entre cárteles y ha seguido su curso in crescendo hasta la actualidad. No es un fenómeno del que se posea un registro gubernamental, al contrario, se trata de una población que ha permanecido invisible en su sufrimiento; solamente una vez que abandonaron sus tierras o sus casas y que los pueblos comienzan a mostrarse desérticos, es cuando las autoridades se percatan de que algo no anda bien con el comportamiento demográfico de la región.
Se estima que cerca de 346, 945 personas han sido víctimas de desplazamiento interno forzado hasta el 2019, el tema ha seguido creciendo en la medida que la violencia social continúa en nuestro país; es probable que podamos estimar para la fecha actual medio millón de desplazados en México.
Por las modalidades distintas de desplazamiento (individual, familiar, comunitario/colectivo), es muy factible que la cifra anterior sea infravalorada, considerando algunos investigadores que podría ser el doble, es decir, 700,000, incluso algunos hablan de más de un millón.
Por este subregistro y la invisibilidad de la población, no existe una respuesta formal del estado mexicano para atender de manera institucional y sistemática a esta población, tampoco se cuenta con una legislación a nivel federal para normar la respuesta del gobierno, sí existen en algunas entidades federativas a nivel local leyes que procuran la atención de esta población, pero en términos generales se trata de una situación donde la gente no tiene de otra, más que tratar de huir para sobrevivir.
Los estados que han presentado este problema, de manera clara, a lo largo de la última década, son: Baja California, Chihuahua, Durango, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Morelos, Sonora, Sinaloa, Tamaulipas y Veracruz; de manera más reciente el problema se ha acentuado en Oaxaca, Chiapas, Michoacán, Zacatecas y Guerrero. Cabe recordar que Nuevo León durante el 2010 registró, según reportes periodísticos, 980 personas desplazadas, obviamente que el número fue mucho mayor.
Se trata, sin duda, de un tema difícil, que nos indigna como mexicanos, que no podemos entender cómo el estado mexicano no logra brindar la protección necesaria para estas comunidades, contando con los elementos y recursos para ello.
El tema surgió con motivo del fin de semana que acaba de terminar; los sábado son días especiales porque nos reunimos con los nietos para platicar y convivir; en esta ocasión surgió la idea de ver alguna película juntos, mientras comemos palomitas y hot dogs. La idea me pareció muy buena, nos pusimos cómodos y pronto la nieta Carolina me preguntó si me interesaba ver una película mexicana, le respondí que sí, fue así que me explicó que la cinta se llamaba Noche de Fuego; la verdad me pareció un poco fuerte el título, pensé que sería porque incluiría mucha violencia o algo por el estilo, pero la nieta me aclaró que era sobre los desplazados en Guerrero.
Aunque era ya tarde y tenía un poco de sueño, no desistí en mi propósito de terminar de verla; me percaté que era un filme de una directora de nombre Tatiana Huezo, que había logrado buenos reconocimientos a nivel internacional; recibió una Mención Honorífica en el Festival de Cannes y pretende competir en la categoría de mejor Película Internacional en los premios Óscar del próximo año.
El título realmente no lo entendí, aunque me comentó la nieta Carolina que la historia está basada en una novela de nombre “Prayers for the stolen”, de una escritora de apellido Clement; el título en inglés sí me pareció más acorde con el contenido de la película, considerando que las protagonistas, tres niñas que se convierten en jovencitas, viven ciertas condiciones adversas sociales que les roban la esperanza de una vida digna y feliz.
Ellas, así como la comunidad, se ven acosadas por el crimen organizado y son forzadas a trabajar en los campos de amapola, lo que representa su principal ingreso para sobrevivir; la figura del papá ausente es clara, considerando que se trata de una región de expulsión de migrantes, la mayoría de ellos tratando de vivir el sueño americano, aunque no logren enviar remesas que son la esperanza para los que se quedan.
Para evitar que el crimen organizado se apropie de estas niñas, las mamás les cortan el pelo con la esperanza de que parezcan niños y puedan así tratar de esconderlas de la intención de secuestro por parte de los delincuentes. El crimen organizado se muestra en la película como lo que es: un poder de facto empoderado por la inacción de las fuerzas de seguridad del estado; y el ejército se presenta como lo que se ha convertido: un actor mermado y asustadizo.
La directora de la cinta es experta en trabajo documental, esta es su primera película de ficción basada en hechos reales; me hubiera gustado que trabajara más la parte cultural lingüística, considerando que la mayoría de la población en la Sierra de Guerrero es indígena y que tiene como lengua materna el náhuatl, hubiera sido conveniente que se introdujera la comunicación entre los personajes utilizando esta lengua, aunque fuera de manera parcial; el personaje principal posee tez blanca, lo cual es difícil de creer considerando que la mayoría de la población rural desplazada es de origen indígena; además, en su Costa Chica, Guerrero posee una vena africana de hondo calado histórico. Finalmente, la directora del filme trata de que las niñas hagan frente a las violencias, especialmente la de género, utilizando para ello recursos de la meditación budista así como juegos mentales para el desarrollo de habilidades clarividentes, lo cual no coincide con el tipo de infancia que viven las niñas en los medios rurales pobres, donde tienen que ayudar en las tareas domésticas para poder sobrevivir y, sus juegos son, por lo general, de mucha actividad física y basados en el uso de juguetes tradicionales.