Cuando niño creí el cuento bienintencionado de que comer pan dulce con agua, en vez de leche, se convertiría en engrudo en mi estómago. Esa piadosa farsa provocó que mis hermanos y yo nos alimentáramos más sanamente, pero, por ingenua que fuese, no era cierta. Igualmente es una mentira que los caballos duerman parados; dormitan parados, pero sí se acuestan para dormir. Tampoco es cierto decir que la gente de tez negra estén genéticamente en desventaja vis a vis los blancos en deportes como hockey, tenis o natación; es resultado de una longeva hipoteca social con aristas socioeconómicas. Es igualmente una pifia asegurar que en un país se puede tener bienestar social sin crecimiento económico e igualmente falso es aseverar que, como el pueblo no se equivoca, debe gobernar la voluntad popular convertida en oclocracia. Es también engañoso afirmar que es benéfico el socialismo latinoamericano cuando, limita la libertad de prensa, desincentiva la inversión privada, nacionaliza y vuelve ineficientes a los medios de producción, promueve la ideología de género y provoca una brutal pobreza. Asimismo, está equivocado quien piensa que la salud física y mental está solo relacionada con la genética y la edad, pues es preciso considerar en la ecuación la alimentación, el ejercicio físico y mental y la fe. Otro tema controversial es que cuando una mujer aborta a su hijo, ni es el cuerpo ni la vida de la madre; es el cuerpo y la vida de un nuevo ser con la misma dignidad humana. Pero quizás una de las más grandes y malévolas falacias de los siglos XX y XXI ha sido el afirmar que la familia pequeña vive mejor adoctrinando a los jóvenes para que no se unan en matrimonio y no tengan hijos.
Por alguna oscura neurosis organismos multinacionales, como la Organización de Naciones Unidas (ONU), han diseminado una falsa, perversa y apocalíptica retórica de que somos muchos en el mundo. No es cierto, es una vil y ruin mentira, un infame y tendencioso mensaje que pareciera tener como fin último un xenofóbico control poblacional. Todo lo contrario, de los cinco continentes, solo África, aunque gradualmente decrece, aún mantiene un índice por encima de la tasa promedio de reemplazo, que son 2.1 hijos por mujer. Más aún, si hilamos fino, según el índice de desarrollo humano, dicho punto de inflexión, por los altos niveles de mortalidad infantil, debiese ser superior a los 3.4 hijos para países en desarrollo.
El expresidente John F. Kennedy afirmó: “La meta en la educación es el avance en el conocimiento y en la diseminación de la verdad” y el Evangelio pregona que: “Solo la verdad los hará libres”. Qué ironía pues la tasa de fertilidad es inversamente proporcional al nivel educativo y socioeconómico de las naciones. Pareciera como si el mundo, cual ciego rebaño y alejado de la verdad, hubiese caído presa de una inhumana farsa. Como ejemplo cito las palabras del presidente Macrón en un evento auspiciado por la Fundación Gates, mofándose: “Preséntenme a una mujer perfectamente educada que haya decidido tener siete o más hijos”. Caray, ese individuo quien por cierto no tiene hijos, algún día en forma inequívoca se encontrará cara a cara con la verdad.
En temas de decrecimiento poblacional, México no es la excepción. Con datos del Banco Mundial, el índice de fertilidad ha bajado de 6.68 hijos por pareja en 1970 a 2.17 en 2017, justo en el punto de inflexión. Esto es consecuencia de una bien orquestada narrativa de control natal dirigida justamente hacia seno familiar. A pesar de todas las ventajas comparativas para los hijos criados en un sano ambiente familiar, es alarmante examinar cómo la población creció de 76 a 125 millones entre 1986 y 2017, mientras que el número de matrimonios decreció de 506 a 501 mil en el mismo período. El diagnóstico poblacional es espeluznante, el 85% de las naciones envejecen y no se renuevan. ¿Qué se podrá hacer para revertir dicha tendencia?
Hungría, con sus 9.7 millones de población, es ejemplo de un país que poco a poco está logrando revertir dicha tendencia a través de incentivos a la familia. Desde 2010 han aumentado los matrimonios un 43%, han elevado la tasa de fecundidad de 1.23 a 1.53, los divorcios han disminuido un 22.5% y los infames abortos van a la baja. Ese país de Europa Oriental, otorga a las familias €3,000 por el segundo hijo, €12,000 al nacer el tercero y ofrece una exención del 100% del ISR de por vida a partir del cuarto hijo. Aunado a los incentivos fiscales, las familias húngaras con hijos reciben subsidios a la vivienda, préstamos a tasas blandas y descuentos en la compra de vehículos familiares.
Otros países están igualmente en la lucha por revertir la baja tasa de natalidad. Ante una catastrófica disminución de su población de 149 a 140 millones entre 1991 y 2018, Rusia otorga USD$167 mensuales durante 18 meses por el primer hijo y un pago único de USD$4,500 por hijo del segundo en adelante. Serbia ofrece a las familias USD$956 al nacer el primer crío y USD$96 por mes durante dos años, del segundo en adelante. Alemania, Italia y otros están reaccionando ofreciendo esquemas económicos a las familias para revertir sus propias tragedias demográficas. Como remedio inmediato, con ventajas y desventajas particulares, los países ricos están recurriendo a la inmigración, provocando un injusto desequilibrio en los países emisores de talento joven.
San Josemaría Escribá decía: “Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos pierden claridad, necesitamos ir a la Luz”. Algún día el mundo verá con claridad y caerá en cuenta de la manipulación masiva de la cual fue sujeto. Por el bien de las futuras generaciones, incluyendo la de mis hijos, solo espero en Dios que los jóvenes puedan ver la Luz y no se priven del ingente privilegio de formar una familia natural.