Si el 10 de mayo es el día de la madre instituido para alivianar las ventas de los comercios en un tiempo de recesión a principios de siglo y si el 20 de noviembre es el aniversario de la gesta bélica de liberación porfirista que se conmemora con desfiles y gritos patrios, la navidad es la manifestación del guion católico, que obliga a la reflexión, el arrepentimiento y el compromiso de ser mejores para hacer las cosas de manera amable.
Pero, las cosas han cambiado a fuerza de neoliberalismo, redes sociales, inteligencia artificial y urbanización de los sentimientos. Salvo, quizá el día de la madre, otras fechas ni se celebran como debe ser o no se celebran. El 20 de noviembre es un día de asueto que se aprovecha para la ingesta de chelas y la carnita asada. El desfile corre a cargo de los estudiantes. Y el grito de Viva México lo expele algún mariachi desvelado.
Y la navidad, el llamado a la reflexión y la renovación, se ha convertido, vía el consumo, en una pachanga con largas horas y días de duración. Está bien, después de un año de friega, sobre todo este 2023, es merecido un relax, un descanset de varios días, o, cuando menos, el 25 de diciembre. Pero se ha perdido merced los apremios consumistas y las políticas económicas de México que no han podido controlar la inflación (la cebolla cuesta 50 pesos el kilo y es de los alimentos indispensables en la mesa de los mexicanos). Ni mejorar el nivel de vida, pues si bien es cierto que el salario mínimo ha aumentado sustantivamente los productos indispensables y secundarios han encarecido.
Y la navidad o la temporada navideña es el pretexto que ni mandado a hacer para quienes han trastocado el sentido de la fraternidad y un buen servicio. En particular los restaurantes. Si de por sí el menú es caro, en esta temporada aumentan los precios. Y eso no es lo peor. Los meseros están a la caza de los clientes. Uno de esos lugares, según reportes de clientes, es Los Generales.
Terminada tu opípara cena y después de una breve pero agradable conversación de sobremesa, te llega el mesero con dos cuentas. En una el total es de 800 pesos por el servicio de bufet sin haber perdido un corte que se cobra aparte. Y en la otra cuenta se suman mil pesos porque 200 son de propina obligatoria, sin importar la calidad del servicio ni la atención.
¿Desde cuando la propina es obligatoria? Si se brindó un mal servicio, si hubo modos hoscos, si el mesero era muy igualado e irrespetuoso, como quiera hay que pagar la propina. El colmo es que muchas veces la propina va incluida sin que el consumidor se percate. Otras veces simplemente se anexa a la tarjeta de crédito. Para esto, necesariamente debe haber una complicidad, ya sea entre el dueño o el gerente del establecimiento y el mesero, de otra manera no se explica el hecho. O el patrón no le paga lo suficiente al mesero por eso abusa de los clientes.
La navidad y el tráfico vehicular. En lugar de que amaine el sunami de automóviles por días de asueto, es al contrario: las avenidas y las calles se constipan de vehículos y personas camine y camine. Y todos gaste y gaste. Y los escuincles llorando en las tiendas. Y el señor azucarado haciéndola de bronca a la dependienta. Y el despachador de gasolina no te da el cambio exacto esperanzado en que no lo cuentes.
De todos modos y en cualquier idioma: feliz navidad a todos.