Ni en las novelas de Elmore Leonard en su etapa de escritor policiaco se atisbaba la baba infecta de la crueldad, de la saña, de la violencia en su máxima expresión. No se trata de matar sino de atemorizar. Raymond Chandler, el genial escritor policiaco, decía que el asesinato de una persona infunde temor en la ciudadanía. Y eso es lo que sucede en México y en Nuevo León con la muerte de sicarios e inocentes que estaban en el lugar equivocado a la hora equivocada.
Se puede decir que quien eligió el camino de la delincuencia organizada, a cualquier nivel, sabe que tiene una muerte segura. Y su muerte no será velada sino maldecida. Si acaso. El negocio de la venta de drogas, su producción y distribución, genera millones de dólares de utilidad. Dólares que son repartidos entre toda la estructura del negocio, desde los halcones, los sicarios, los guaruras, los prestanombres, los políticos (regidores, diputados, senadores, alcaldes, gobernadores) y las autoridades y en no pocos casos entre los militares. Y a los jefes del cartel les queda la mayor parte. Así de grande es la utilidad.
Pero no viven a gusto. Tendrán mucho dinero los capos pero están alejados de una vida común. Están aislados, escondidos, refugiados en sierras y casas apartadas de colonias. Viven con el miedo en la espalda. Cualquier día pueden ser traicionados. Denunciados. Vendidos. Los principales problemas que afrontan son los de ellos mismos: la rivalidad entre las bandas. Yo quiero parte de ese botín. Y empieza la mortandad. El problema es que se llevan entre las balas a gente inocente. No solo eso, uno de los negocios de los delincuentes es el cobro de piso. Una empresa mediana establecida que costó mucho echarla a andar de pronto tiene que ser cerrada porque los malos piden dinero. O los secuestros. O las extorsiones.
Es un problema de seguridad. Y si esos grupos están operando es que algo en la seguridad, que por obligación tiene que brindar el estado, tiene fallas. Una de ellas, las autoridades no le entran o tienen miedo o han sido amenazadas o fueron corrompidas; otra, la ausencia de una estrategia acorde con el potencial de los carteles; o las fuerzas policiales esquivan atrapar a los responsables. Ni modo que no sepan dónde se esconden los capos. Claro que lo saben. Pero entra la política o las leyes y todo se pulveriza. A ver: cómo sí dieron en tiempo récord con las casas de seguridad donde se escondían los guerrilleros urbanos en la década de los setenta.
Esta semana en San Nicolás de los Garza fueron encontradas dos hieleras conteniendo restos humanos. Dos masculinos fueron destazados. Las hieleras tenían las siglas de un cártel que no fueron dadas a conocer. En San Pedro Garza García, otrora el municipio más seguro de México, hubo varios asesinatos en el mismo periodo de tiempo. Los peritos de la Agencia Estatal de Investigaciones buscan pistas.
El 16 de septiembre apareció otro cuerpo mutilado en la Avenida López Mateos. El 24 de agosto en el municipio Salinas Victoria fueron encontrados tres cuerpos colgados en un puente peatonal.
Nuevo León ocupa el sitio número 10 en homicidios absolutos en el país. En lo que va del año 2023 han sido ejecutadas 842 personas identificadas con el crimen organizado. En el país, en el mismo periodo, han sido asesinadas más de 20 mil personas dedicadas a actividades de trasiego de drogas y otros delitos.
O sea, Nuevo León no es seguro.