Las fuentes económicas principales del Nuevo Reyno de León durante los siglos XVII y XVIII fueron la minería, la ganadería, el comercio y los obrajes. El auge de estos últimos estuvo intrínsecamente vinculado a la ganadería trashumante, una práctica que consistía en el pastoreo estacional del ganado en los extensos pastizales al este del territorio.
El gobernador Martín de Zavala, entusiasmado por el aparente éxito de su propuesta por introducir miles de cabezas de ganado en terrenos del Reyno con la finalidad de recibir un arrendamiento por las tierras utilizadas en la alimentación de éstos, se percató de un hecho relevante: el ganado ovino durante el invierno, período en el que reposaba y era pastoreado en las dehesas neoleonesas, su envoltura natural de lana se expandía de manera muy significativa, los merinos se volvían capullos gigantescos que potencialmente valían muchos reales de plata.
Los dueños de los ganados no permitían la esquila en estas tierras, aún así, el gobernador Zavala fomentó la instalación de obrajes locales para que la materia prima lanar pudiera ser transformada, por el trabajo humano, en textiles aptos para la vestimenta de los novohispanos.
El gobernador se sentía seguro de competir con los grandes obrajes novohispanos porque contaba con un as bajo la manga: poseía mano de obra indígena esclava, de muy bajo costo y de manera abundante.
Los mercaderes que acudían a estas tierras comerciaban con alimentos, vestidos y otros enseres provenientes del centro de la Nueva España, y de regreso aprovechaban el viaje para llevarse la mercancía más valiosa del Nuevo Reyno de León: esclavos indígenas, que vendían a buen precio en las minas y en los grandes obrajes de Texcoco, Puebla, Querétaro y San Miguel el Grande.
También participaban en esta incipiente industria, un tipo de trabajador que cumplía legalmente una sentencia pero bajo condiciones verdaderamente de reclusión, eran los galeotes: prisioneros que eran sentenciados a trabajos forzados; fungían en los hechos como esclavos por sentencia judicial, donde los patrones se comprometían a vigilarlos y castigarlos severamente conforme con las infracciones realizadas.
Los obrajes representan históricamente el precursor directo de la fábrica de tejidos, especialmente la de telares mecánicos que revolucionaron Europa en el siglo XVIII, teniendo su epicentro en Inglaterra.
En la Nueva España el obraje se realizaba bajo condiciones carcelarias, no se trataba de una prefábrica, sino de un reclusorio laboral. El gran historiador Del Hoyo nos comparte, en su Historia de Nuevo León, la siguiente descripción: "La presencia de los galeotes en los obrajes exigía dentro de éstos un duro sistema carcelario: los talleres eran enormes galeras mal iluminadas y peor ventiladas a través de largas y estrechas ventanas enrejadas situadas a gran altura; muchos de los trabajadores cargaban grillos y cadenas; se les conducía al taller en formación y con escolta, y dormían en oscuras y mal olientes galeras en espantosa promiscuidad; mal se les alimentaba y vestía; y los castigos, aun por pequeñas faltas, eran en extremo crueles. En todas las descripciones e inventarios de obrajes que conocemos figuran calabozos, cepos, colleras, grillos y cadenas."
El autor reflexiona con la siguiente idea sobre el uso del trabajo forzado: "Los obrajes no sólo explotaban a los indígenas, sino que también se nutrían de prisioneros. Muchos de los trabajadores eran individuos que, tras sufrir la pena de prisión, eran conducidos a los obrajes como parte de su condena. La producción textil se erigía así sobre las espaldas de aquellos que, literalmente, veían cómo sus libertades se tejían en las telas".
Hoy nos preguntamos ¿qué era menos malo como castigo para los indígenas sublevados, terminar como esclavos por sentencia en las minas o en los obrajes? El mismo Del Hoyo concluye en el texto: Los Obrajes en el Nuevo Reino de León en los Siglos XVII y XVIII: Entre las Telas y las Cadenas, publicado en 1975 por la Revista de Historia y Genealogía Española: "Los obrajes se erigieron como fábricas textiles que transformaron la lana y el algodón en productos acabados. Sin embargo, detrás de cada hebra y cada tejido, se escondía una realidad sombría. Los indígenas, obligados a trabajar en condiciones deplorables, se convirtieron en la fuerza laboral esencial para el funcionamiento de estos centros. Las telas que vestían a la sociedad de la Nueva España llevaban consigo el peso de la esclavitud".
Las jornadas de trabajo eran al menos de diez horas, y al tratarse de un proceso de producción, el trabajo se organizaba en diferentes tareas, esta diversificación laboral llevó a especialidades como: "apartadores de lanas, tintoreros, lavadores, cardadores, hiladores, urdidores, tejedores, astilleros, canilleros, despinzadores y pilateros". Además de los capataces y celadores ya mencionados.
Para cerrar en su interesante trabajo ya mencionado, Del Hoyo realiza una reflexión que sintetiza este período de la historia: "Los obrajes del Nuevo Reino de León, testigos de una época de transformaciones y contradicciones, narran una historia que va más allá de los hilos que tejían. Entre las telas y las cadenas, se encuentran las voces silenciadas de aquellos cuyas manos, contra su voluntad, forjaron la historia de una región en su búsqueda por una efervescencia económica y social que se dilató un par de siglos más en llegar."
El documento más antiguo que se ha logrado encontrar sobre los obrajes en el Nuevo Reyno de León, hace referencia al arrendamiento de un predio en la hacienda de San Francisco (Apodaca) para su uso como taller textil, esto con el consentimiento escrito del gobernador Martín de Zavala el 21 de abril del año de 1635.
En este contrato escrito el capitán Alonso de Treviño da en arrendamiento dicho inmueble, y además se compromete a proveer permanentemente de indios chichimecas para el trabajo forzado: "y a que si le faltaren muchachos para los tornos, dárselos y buscárselos y traerle los que se huyeren..."