Você é a saudade que eu gosto de ter
Isolda Bourdot
Ese no sé qué que qué se yo. Eso que se escapa al sentido, aquello que no tiene nombre ni nunca tendrá (Chico Buarque) lo que al ponerlo en palabras se esfuma; eso sin nombre dentro de nosotros, que habita en una exterioridad que nos es íntima, extimo –decía el psicoanalista francés Jacques Lacan—que resiste a la comprensión a la voluntad, que se escapa e insiste. Sustancia y motor de la vida.
La semana pasada hablábamos en este espacio sobre la experiencia de la pérdida (Elogio a la pérdida, El Porvenir 13/09/2023) Ese momento en el cual nos vemos despojados de algo que, considerábamos, con un cierto valor subjetivo, no necesariamente un valor concreto, monetario, aunque podría ser también como un añadido, pero, sobre todo, que perdemos algo más cuando perdemos ese objeto o persona, porque para nosotros tenía un valor, era algo "a más", un plus y que, al perderlo, se desvanece.
Perder, vivir la experiencia de una pérdida, de cierta forma, nunca es solamente despedirse de algo en concreto, sino de algo más, un plus, o más precisamente, un exceso, algo que habita el corazón mismo del amor y deseo, eres la nostalgia que me gusta tener, reza la cita al inicio de Isolda Bourdot y que Roberto Carlos interpretó. Eso que resiste, se desplaza y escapa. En ese sentido, los objetos y personas, en parte son –como lo ha planteado Jorge Forbes, psicoanalista brasileño—plataformas deseantes en las cuales colocar ese no sé qué, que qué se yo, lo imposible e innombrable del deseo y el amor. Por ello, al perderlos no solamente se pierden sus límites sensibles, su materialidad, una voz para escuchar, un cuerpo para abrazar, sino aquello que se colocó ahí (expectativas, deseos, añoranzas, lo que uno sentía tener y vivir con...
El amor es un fracaso para jugar. Un pasaje del amor ideal al amor real, ese hecho de un menos pero que se hace un más, un plus, un exceso que logra contener y habitar lo imposible, eso sin nombre que logra ser algo siempre nuevo y misterioso, por sus infinitos pliegues internos desconocidos. Si eres la nostalgia que me gusta tener, eres esa persona que posee un plus, algo a más, una persona con la cual se puede tener esa frustración-pivote-expectativa de "si tan sólo tuviera esto diferente" con la cual soñar. ¿Quién podría quererte menos que yo? Dice el poeta mexicano Jaime Sabines. En esa contraparte necesaria del amor que excede a partir de alguien que se presta al juego de ser un menos para entonces ser un más.
Lo que escapa y resiste de la vida es el deseo y el amor, eso que insiste y se niega a ser capturado por formulas y algoritmos, algo inconmensurable que cae fuera de lo que, de manera absurda tanto en la empresa como en la escuela plantean, bajo la lógica de progreso y desarrollo con: "sólo se puede mejorar lo que se puede medir". De ahí que sean precisamente esas dos instituciones las que terminan por destruir la creatividad y el deseo, al tiempo que inhiben la responsabilidad de cada uno en lo que hace y dice, por no saber reconocer ni lidiar con lo verdaderamente importante, no sólo de la vida sino también de los quehaceres en el campo de la empresa y el deseo por saber de la educación: realizar lo imposible para articularlo en el campo de lo posible, en la vida humana.