Dentro de nosotros existe algo que no tienen nombre y eso es lo que realmente somos
José Saramago
Vivimos rodeados por lo ingobernable. Las mejores cosas de la vida son ingobernables. Surgen sin que nos demos cuenta ofreciendo caminos y horizontes nuevos.
Habitamos entre dos imposibles (no pedir nacer y no poder hacer nada –hasta el nuevo aviso tecnológico—para no morir). Y que no decir del amor, esa sorpresa maravillosa que, según Sigmund Freud, si amamos, sufrimos y si carecemo, enfermamos. ¡Oh que misterio! Nadie puede decidir cuándo, cómo, ni, mucho menos, de quién se enamorará. “I fall in love” —dicen los angloparlantes, asimilando el amor con la figura de la caída, del accidente.
Lo sueños: cada noche, mientras dormimos, soñamos. Y nunca, por más que intentemos, podremos calcular o planear lo qué soñaremos, ni cómo lo haremos; la producción y edición de esa historia fantástica e inverosímil, que nuestro inconsciente nos presentará oportunamente, nos es ajena, extraña. Sin embargo, en los sueños se entreteje nuestro misterio más profundo, la cifra que nos revelaría nuestra verdad más propia, cercana e íntima. Todos los días, ahí, ante nuestros ojos se representa nuestro más grande misterio, solo que está narrado en un idioma extranjero. Idioma del que los psicoanalistas intentan ser sus traductores.
Los encuentros: sorpresas que toman la forma de eventos o personas que, cual vectores erráticos, se aproximan estrepitosamente a nosotros, cambiando la inercia de la secuencia en la que estábamos viviendo, cuando no sacándonos del estado de reposo en el que nos encontrábamos. Dividiendo la vida en un antes y un después. Si no hubiera ido ese día a trabajar, si no hubiera hecho ese viaje, su no hubiera estudiado esa carrera…no nos habríamos conocido. Al ver hacia atrás nuestra vida podemos ver las innumerables escenas, sorpresas y decisiones que cambiaron para siempre el recorrer de eventos que nos han hecho quien somos.
La sorprendente muerte. Esa que, no obstante ser una certeza de todos los seres vivos, siempre aparece extraordinaria, ajena y distante; que cala con su fuerza inmensa, marcando de manera contundente la irreversibilidad del tiempo. Dejándonos con el hueco de la presencia dura de la ausencia, una pura memoria ya sin voz que oír, ni cuerpo que abrazar.
Los libros, los textos, las palabras. Esos tejidos de letras que nos construyen e interpretan, que nos guían y sostienen, que nos cuestionan. Encuentros con voces lejanas y cercanas, de otras épocas y latitudes, que nos configuran y destruyen, que nos sacuden, diciendo lo imposible que andábamos buscando sin saberlo.
La naturaleza, el cuerpo y los otros. Esas tres fuentes de sufrimiento que planteó Freud, que a su vez configuran igualmente lo ingobernable de la educación, el gobierno y el psicoanálisis: tres formas de expresión de algo (lo Real) imposible de descifrar, de controlar del todo. Pero que, si lo sabemos reconocer, podemos responder de formas más creativas, menos dolorosas y trágicas.
¡Y qué no decir de la risa, el humor, el silencio, todas las artes, las lágrimas, el grito, la contemplación, los sonidos y sabores, el orgasmo y la mar, el movimiento del cuerpo y las estrellas…! Todos ellos también hermosos rostros de lo ingobernable