Sin necesidad de implorar al dios pagano Tlaloc ni echar a volar el avión comprado por el gobierno del estado para bombardear nubes, llovió. Mejor dicho: está lloviendo. Y eso es casi un milagro en una zona devastada por la contaminación y la erosión de los suelos. Milagro porque a pesar del daño que se ha hecho y se está haciendo a nuestro medio ambiente, llueve. Poco, pero llueve.
Los cerros han sido depredados por la voracidad de los empresarios de la construcción de viviendas en sitios no autorizados por las leyes ambientales. Y se han tapado arroyos y cauces naturales que a la vez nutren el subsuelo. Y se ha afectado el hábitat de especies hoy casi en vías de extinción, desde gatos monteses hasta peces, por eso es común ver osos en los centros urbanos: se les ha despojado de su casa y de sus alimentos.
El agua como quiera busca salida. Y es común ver casas de esas colonias inundadas, que además resienten la humedad. Y la falta de servicios por parte de las autoridades municipales provoca inundaciones en las calles: las alcantarillas están cerradas, no hay desagües apropiados. Y se suma que los mismos ciudadanos, los perjudicados por empresarios voraces y políticos ineptos, tiran basura en las calles. Entonces el milagro de la lluvia se mira como una maldición. Las ciudades del área metropolitana no están preparadas para aprovechar la lluvia.
Cada vez llueve menos. Los ciclos de lluvia en nuestro entorno son clásicos. La gente de antes y los geomorfólogos lo saben, pero han sido alterados por la contaminación y la erosión de los suelos. Por eso no llovió en semana santa, cuando siempre llueve. Y quién sabe si vaya a llover en septiembre. Por eso no hay agua en las presas.
No existe suficiente agua para satisfacer la demanda de una entidad cada vez más poblada. Los regiomontanos ya no son los únicos habitantes ancestrales. Han sido saturados de personas provenientes de otros estados en busca de fuentes de trabajo. Y a la larga resulta que ni trabajan y si lo hacen es de forma grosera. Pero exigen agua. Y no la hay.
Y si a eso sumamos el pésimo trabajo que ha hecho la empresa paraestatal Agua y Drenaje de Monterrey en lo que va del sexenio entonces se explica que haya poca agua. Si de por si. Las fugas de agua de la red son incuantificables y no se ha podido (o querido) dar el mantenimiento adecuado.
Además, como se dio a conocer, el agua en caso de que salga a ritmo normal está contaminada. Es decir, los procesos de purificación en las plantas no cuentan con la calidad requerida. O los trabajadores no hacen bien su chamba. O el director está pensando en llevarse un buen billete, como lo hicieron sus antecesores, en lugar de pensar en brindar un buen servicio. La prueba de la ineficiencia de Agua y Drenaje es que desde que empezó la administración actual las quejas no han menudeado, al contrario, van en constante aumento.
Es una lástima que por la impericia, el dolo, la mezquindad, la sevicia de funcionarios y empresarios del ramo no se aproveche el milagro de la lluvia. Debería cuidarse porque cada vez llueve menos.