La crisis migratoria que viven actualmente México y Estados Unidos ha cobrado especial protagonismo en la agenda internacional durante las últimas semanas. Además, nos recuerda la necesidad de darle un enfoque humanitario y de justicia social, sobre todo tomando en cuenta que más de 8,000 personas están llegando todos los días a la frontera norte de nuestro país esperando ingresar al territorio de la Unión Americana.
Las personas migrantes buscan oportunidades, seguridad y una vida digna, y es esencial comprender que su lucha es reflejo de un sistema global injusto que perpetúa la concentración de riqueza y el poder. México mismo tiene una importante tradición migratoria que ha ayudado a conformar nuestra cultura en ambos lados de la frontera.
En tal sentido, conviene reflexionar en torno al llamado a humanizar la migración, que hizo la canciller Alicia Bárcena, a nombre del presidente Andrés Manuel López Obrador, en el marco del 78.o Periodo Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La capacidad de México y Estados Unidos para recibir un mayor número de migrantes se rebasó, lo que habla de la complejidad de la situación en la región. De ahí la importancia de buscar soluciones conjuntas que promuevan el bienestar de todas estas personas y, sobre todo, que se respeten a cabalidad sus derechos fundamentales.
Recordemos que la frontera entre Estados Unidos y México se convirtió en la ruta migratoria terrestre más peligrosa del mundo; así lo señala un informe reciente de la ONU. La travesía de miles de migrantes que buscan una vida mejor está llena de peligros y marcada por la violencia y la explotación. Las cifras de muertes y desapariciones en la frontera son alarmantes y deben encender las alertas en ambos países.
Cierto, la crisis migratoria que enfrentamos no es sorprendente ni inesperada. Las causas del fenómeno son complejas y están relacionadas con pobreza, violencia, falta de oportunidades e inestabilidad política en varios países de América Latina.
Hoy más que nunca es imperativa la cooperación internacional y responder a esta crisis a partir de la solidaridad y el respeto a los derechos humanos de todas las personas, al margen de su condición migratoria.
Ante ello, también es esencial que México y Estados Unidos trabajen en estrecha colaboración con otros países y organismos internacionales. La respuesta no puede ser simplemente militarizar las fronteras o endurecer las políticas migratorias. Debemos abordar las causas fundamentales de la migración y buscar soluciones conjuntas que promuevan el bienestar de todas las personas.
Adicionalmente, es fundamental recordar que esta crisis no es responsabilidad exclusiva de México ni de los países de origen de las y los migrantes: Estados Unidos desempeña un papel principal en ella, ya que muchas de sus políticas de migración y comercio tienen un impacto negativo directo en la región.
Además, en medio de esta crisis hay que recordar que todos los seres humanos poseen derechos fundamentales que deben ser protegidos, sin importar su estatus migratorio.
Reitero: la respuesta a esta crisis tiene que darse bajo la conducción de una visión humanitaria y solidaria. Hay que buscar alternativas a la detención de migrantes y promover programas que ofrezcan protección a quienes huyen de situaciones de peligro. Privar de su libertad a menores y familias en condiciones de vulnerabilidad es una afrenta a la dignidad humana y debe ser rechazada categóricamente.
Esta crisis migratoria es una llamada de alerta para la comunidad internacional. Es también un desafío complejo y multifacético que requiere una respuesta a la altura de las circunstancias. Es hora de dejar de ver a la migración como un problema y comenzar a abordar sus causas fundamentales. México y Estados Unidos tienen la oportunidad de liderar un enfoque más humano y justo. La pregunta es hasta qué punto están todos dispuestos a hacerlo.
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