Los caciques indígenas fueron pieza clave para establecer un dominio español durante la Nueva España; de igual manera, su liderazgo podía representar un desafío cargado de gran rebeldía y resistencia, que volvía muy difícil la pacificación de los nuevos territorios del noreste.
La población indígena tuvo que cambiar su sistema de vida, abandonaron sus prácticas nómadas de recolección y cacería, para ser sometidos y confinados a una vida sedentaria, de agricultura y crianza de animales domésticos. Esta última opción era como cortarle las alas a un pájaro, inevitablemente perdían su libertad nómada, el sedentarismo era veneno para su alma, una forma de vida que odiaban profundamente.
En la frontera noreste de la Nueva España durante los siglos XVII, XVIII y XVIII, los indios chichimecas de la región tenían dos opciones: el sometimiento o la rebeldía. A los primeros los llamaban "indios mansos, reducidos o neófitos" y, a los segundos "indios bárbaros, infieles o gentiles".
La crónica refiere varios líderes de diversas tribus que habitaron a la llegada de los colonos españoles, desde sus primeras incursiones en el año de 1577, hasta mediados del siglo XVII. Los hermanos de la tribu guachichil, Guajuco y Colmillo son, sin duda, de los más importantes.
Guajuco nació en el año de 1587, era el mayor de los hermanos; Colmillo vio la luz en el año de 1590, cerca de la Cascada del Cielo, hoy parte de la Sierra Madre del municipio de Santiago, Nuevo León. Con el regreso de los españoles hacia 1596, la familia fue llevada a vivir a la tierra de Encuentro, una aldea improvisada al norte de los Ojos de Santa Lucía, siendo ya indios reducidos.
Guajuco fue a trabajar, siendo niño, a la hacienda del Capitán Lucas Linares, allí aprendió la lengua española, a montar a caballo, y las destrezas militares. Su proceso de aculturación fue muy intenso, pronto asimiló el modelo de violencia española de manera total.
Colmillo como hermano menor, siguió al lado de su familia, se mantuvo alejado por más tiempo de la convivencia con los españoles. Hablaba lengua guachichil, pero el castellano no pudo asimilarlo con fluidez. Su nivel de aculturación e identificación con los colonizadores fue de resistencia. A diferencia de su hermano mayor que se sentía un indio español (y lo era), Colmillo era un indio guachichil de corazón, repudiaba las actitudes prepotentes y los abusos de los españoles en contra de su nación.
Cuando Guajuco se enfureció en contra de los residentes españoles porque estaban extrayendo "piezas" (esclavos) de su territorio sin su consentimiento, esto lo llevó a planear, en el año de 1624) un ataque sorpresivo sobre la villa de Santa Lucía; Colmillo lo apoyó decididamente, pero no lo hizo para demostrar el poder que llega a tener un indio españolizado, reconocido y consentido por el mismo Virrey de la Nueva España, don Diego Carrillo de Mendoza y Pimentel. No, Colmillo llevó a cabo el ataque a la villa de Santa Lucía con el odio nacionalista profundo ante un extraño invasor.
Lo de los hermanos eran dos sistemas de motivaciones muy diferentes, sin embargo, Colmillo sabía usufructuar los logros de Guajuco en cuanto a reconocimiento oficial por parte de las autoridades españolas. También montaba a caballo, poseía el derecho a las armas de fuego y a portar la espada europea al cinto. Vestía ropa de caballero y podía comerciar con esclavos al igual que sus pares españoles.
El resentimiento de Colmillo era profundo, pero lo mantenía escondido, sólo cuando se excedía en la ingesta de vino y mezcal, brotaba ese odio soterrado. Al igual que su hermano era violento hacia las tribus que habitaban el territorio, las perseguían y cazaban sin ningún tipo de sentimiento de empatía. La crueldad corría por sus venas desde tiempos inmemoriales.
Después de la emboscada llevada a cabo en contra de Guajuco en el año de 1625, Colmillo confirmó la identidad del indio tepehuano que había sido infiltrado por los españoles que habían conspirado en contra de su hermano. Ahora estos pérfidos buscarían apropiarse del área de influencia del cañón hacia el sur de la sierra.
Colmillo deseaba cobrar venganza no sólo de los tepehuanos que mataron de forma sorpresiva a su hermano, también de los autores intelectuales del hecho: el capitán Gonzalo Fernández de Castro, Juan Pérez de Lerma y Pedro Rangel. Estableció un sistema de vigilancia a lo largo del cañón para detectar intrusiones españolas; por interpósitas personas los perseguía y hostilizaba una y otra vez, sin piedad alguna.
Esta estrategia la había aprendido perfectamente de su hermano: aparentar estar del lado de los españoles, mientras ordenaban y enviaban ataques indios sorpresivos sin aparente vinculación o responsabilidad. Eran verdaderas puñaladas traperas, donde inmediatamente se escondía la daga para no ser descubierto.
Los españoles no eran tontos, sabían que detrás de los asaltos estaba la mano traicionera de Guajuco o de Colmillo, pero no podían comprobarlo, los indios preferían morir antes de denunciarlos o muchos de ellos simplemente no hablaban español. Los ataques eran puro fuego amigo.
Cansados de las ofensivas constantes y de no poder apropiarse de la caza de esclavos indios en la zona del sur, el grupo conspirador español, liderado por el capitán Gonzalo Fernández de Castro, decidió poner una trampa a Colmillo. Lo invitaron a un mitote, donde habría un torneo con carrera de caballos. Colmillo sentía profunda pasión por los corceles y amaba esa actividad lúdica que implicaba apuestas, reales, muchos reales, y además vino y esclavas.
El gran cacique del río Ramos sabía que era una trampa y la rechazó. Luego se apersonaron el honorable capitán Joseph de Trevino con sus hombres, y lo retaron a una carrera de caballos, donde ellos mismos serían los jinetes.
Colmillo no podía negarse, significaría soportar una grave afrenta y humillación, por lo que aceptó a pesar de los riesgos que ello implicaba. En el año de 1626, en primavera, acudió con su gente a un paraje ubicado al lado sur del río Santa Catarina, al extremo oriente de la ciudad, en la desembocadura del río Santa Lucía con el Santa Catarina. Allí se llevaría a cabo la justa ecuestre.
Los equinos arrancaron después de la explosión del arcabuz que indicaba la salida. Aunque rezagado al inicio, el caballo criollo de Colmillo logró alcanzar al rocín andaluz del capitán Joseph. Debido a lo parejo de la carrera, ambos se declararon ganadores y la discusión subió de tono. Pronto inició una pelea campal. Salieron de las márgenes del río Santa Catarina más españoles que se encontraban escondidos y armados. Colmillo se dio cuenta de la celada y trató de huir.
Herido de bala de arcabuz en la pierna y una cortada profunda de lanza en el hombro izquierdo, logró montar nuevamente su caballo para huir hacia el sur. Maltrecho llegó a un refugio ubicado en la cascada del barro y recibió atención; luego decidió seguir en la huida porque lo venían siguiendo. Cruzó el río Ramos y se escondió en lo profundo de la sierra cerca del charco de las víboras. Nunca más se le volvió a ver.