A medida que la Agencia Federal de Investigaciones (FBI) lleva a cabo las investigaciones pertinentes para conocer mejor el perfil del perpetrador del atentado contra el expresidente Donald Trump, la información filtrada nos ha dejado realmente impresionados. Se trata de un joven norteamericano, por lo que las autoridades han considerado al agresor como un terrorista doméstico.
Realmente, disparar desde 150 metros es lo más básico para un sniper. Un francotirador entrenado en fuerzas de seguridad no puede errar un tiro a esta distancia. Si el perpetrador hubiera tenido entrenamiento militar o policiaco, Trump estaría muerto o gravemente herido, debatiéndose entre la vida y la muerte en un hospital de Nueva York.
El magnate neoyorquino tuvo realmente suerte; su agresor fue un joven inexperto en armas. Según describen sus excompañeros de la preparatoria, tenía muy mala puntería, motivo por el que fue rechazado en el equipo de tiro de la escuela. Además, el arma que utilizó era poco indicada para realizar un acto de tirador. Un rifle de asalto es para irrumpir en un lugar y desencadenar el terror, matando a mucha gente en poco tiempo.
El joven Crooks no era un terrorista; poseía el perfil de un tirador de escuela (school shooter), es decir, de un asesino escolar. Tenía un gran resentimiento social, sufrió acoso durante su estancia en la escuela y deseaba vengarse de su sufrimiento asesinando a otros y muriendo en el acto. Poseía el perfil de asesino masivo y, a la vez, el de un suicida cien por ciento determinado a morir después de matar a mucha gente.
El muchacho pasó desapercibido para las autoridades locales, en la escuela, la policía y el trabajo donde se desempeñaba como asistente nutricional en una casa de retiro. Por supuesto, nadie notó nada peligroso en su comportamiento, porque el joven había sido toda su vida una víctima.
Una víctima que finalmente cobró venganza, pero en esta ocasión, y esto es lo inaudito, en lugar de dirigirse a la escuela donde estudió, entrar con lujo de violencia, con su rifle de asalto y matar a todo el alumnado posible, así como a las autoridades escolares, decidió llevar a cabo su acto criminal en otro escenario.
Las multitudes ya habían sido foco de ataque por parte de este tipo de asesinos; recordamos el caso de Las Vegas, donde Stephen Craig Paddock se parapetó en una ventana de un hotel desde donde disparó todo lo que sus fuerzas pudieron, matando a cuantos asistentes a un concierto fue posible.
En el caso de este joven de 20 años, de nombre Thomas Mathew Crooks, el escenario fue un mitin político, pero no fue sobre los asistentes sobre quienes descargó su ira, sino sobre su líder, un orador que ha impulsado un discurso de odio durante su carrera política.
La gente especula sobre los motivos que tuvo el joven asesino para atentar contra la vida del expresidente. El FBI ha buscado su adherencia a alguna ideología radical que lo motivara a llevar a cabo el acto de magnicidio fallido, pero es poco consistente lo que ha encontrado en esta línea de investigación.
Es probable que el joven Crooks haya sentido atracción hacia el Partido Republicano en un inicio, pero después hubo un cambio de posicionamiento político y se inclinó por el Partido Demócrata.
Este cambio no fue preponderantemente de tipo ideológico. Más bien, nuestra hipótesis es de carácter psicológico; es decir, el joven no logró identificarse con la imagen de Trump, porque este político representa la encarnación del bully (el acosador). No es metafórico, Donald Trump es un acosador, y existen, de manera documentada, decenas de víctimas que claman justicia ante la violencia que vivieron.
Crooks, que es una víctima de acoso escolar, sabe muy bien del sufrimiento que conlleva este rol. Es una vivencia que genera daño emocional, altera la autoestima, genera depresión e ideación suicida. Este joven norteamericano, aprendiz de criminal, lo vivió en carne propia, y su ira y deseo de venganza acumulado contra los bullies (los acosadores) se materializaron en la figura ominosa de Donald Trump.
Matar a Donald Trump no fue una cuestión política ni tampoco ideológica. Fue completamente una venganza y una forma de hacer justicia contra el Rey de los Bullies. Después de cometer tantos agravios contra sus víctimas, no hay sistema de justicia que realmente pueda poner tras las rejas a este poderoso victimario, que amenaza nuevamente con regresar al poder de la presidencia del país más poderoso del mundo.
El pequeño Crooks, consciente de que en esta vida le tocó perder, no dudó en ofrendarla con tal de realizar un acto de justicia simbólica en contra de los poderosos y violentos que generan dolor en sus víctimas a lo largo de su camino.
Pero el joven Crooks, aunque poseía toda la motivación necesaria para llevar a cabo su acto final, no contaba con el entrenamiento necesario para lograr su propósito con éxito. Por un par de centímetros, pudo haber exorcizado su propia ira contenida a través de un acto de justicia por propia mano y, a la vez, estuvo a casi nada de poder cambiar el curso de la historia. Pero le tocó perder.
Para cerrar y a manera de conclusión: es importante entender que el aprendiz de magnicida fue un joven que sufrió las consecuencias de la violencia simbólica, el daño psicológico como víctima, y acumuló un deseo de justicia por mano propia, atentando contra la máxima encarnación del acosador, Donald Trump, como el Rey de los Bullies. Murió como victimario incipiente después de una corta vida donde desempeñó el rol de víctima de acoso escolar, con todas las implicaciones que eso conlleva, especialmente el rechazo social, la marginación y la vivencia de exclusión escolar y social sistemática. Con la autoestima en el suelo, con una vivencia crónica de vulnerabilidad, su acercamiento al mundo de las armas le permitió una experiencia de empoderamiento que nunca había experimentado.
Un AR-15 ahora le permitiría estar al tú por tú contra cualquiera, no importa que fuera un poderoso Rey de los Bullies. Ahora era él, el antes inofensivo e invisible Thomas Mathew Crooks, quien jugaría el rol de victimario y la vida del representante de sus antiguos verdugos, encarnado en la figura de Donald Trump, estaría en sus manos, tan cerca como apretar el gatillo de su fusil de asalto. Pero la Historia no estuvo de su lado y, poco a poco, su nombre se disipará en la memoria olvidada de los derrotados.