El domingo pasado celebramos el día del amor y la amistad, conocido en otras tierras como San Valentín. Es sin duda un día hermoso donde las personas se demuestran aprecio y agradecimiento y, a través de decoraciones y adornos, se respira un afable ambiente. El santo católico que le dio nombre a dicha festividad, ante la prohibición del cristianismo en el siglo III por el Imperio Romano, casaba a escondidas a los soldados con sus damas en las bodegas de las cárceles. Su defensa estoica de la institución del matrimonio le costó la vida un día 14 de febrero y años más tarde se popularizó esa fecha como día del amor y la amistad.
De acuerdo al National Retail Foundation, solo en 2020 en EE.UU., el 14 de febrero representó una derrama en regalos por USD$27.4 millardos, de los cuales USD$751.3 fueron obsequios para mascotas. Supongo que para Hallmark, quien en 1913 vendió su primera tarjeta, la mercadotecnia el concepto “amor” ha sido rentable al colocar 145 millones de ellas solo en ese día. En ese país anglosajón, la presión social mal entendida, conduce a que el 53% de las damas estén dispuestas a terminar su relación si no reciben un regalo ese día. Igualmente, el 14% de las mujeres gringas se envíen tarjetas a sí mismas como placebo o para aparentar un cariño inexistente. Pregunta obligada: ¿qué tienen que ver las tarjetas, los dulces o los chalecos para mascotas con el sacrificio que hizo San Valentín en defensa del sagrado sacramento matrimonial?
Para nuestro vecino país del norte, un aspecto romántico y esperanzador del día en que se intercambian y dibujan corazones, es que 6 millones de parejas se comprometen en matrimonio. Qué paradoja, ya que EE.UU. es el quinto país con el mayor número de divorcios del mundo, después de Luxemburgo, España, Francia y Rusia.
México “no canta mal las rancheras” y es que, con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía recientemente publicados, mientras los matrimonios disminuyeron 24.68% en la última década, se incrementaron 57.26% los divorcios. Cómo no iba a ser así con leyes draconianas que invitan y promueven la desaparición del vínculo entre contrayentes. Pululan en Internet exhortaciones que claman: “Divórciate en línea en 30 días por 1,362 pesos”. Y para aquellos quienes el matrimonio se selló ante el altar y teniendo como testigo a un sacerdote, ¿no se supone que “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”?
La separación en una familia es un hecho desgarrador donde “solo quien carga el bulto sabe lo que pesa” y hay situaciones donde, sin duda, lo sano y prudente es terminar. Igualmente, habrá quienes ciertamente pudieran alegar que se casaron muy enamorados y no sabían lo que hacían. Así es, la neuroquímica ha demostrado que el enamoramiento produce noradrenalina, serotonina y, sobre todo cascadas de dopamina, provocando una ceguera temporal, subrayo, temporal. Sin embargo, en algunos casos esa posición pudiera ser injusta, cómoda, convenientemente acomodaticia y totalmente ausente de compromiso y obligación. Tal vez afecte todavía más a quienes tuvieron el privilegio de recibir la unción sacramental escuchando de Libro a los Corintios: “El amor perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo”.
Aunque fuese una pregunta inverosímil, ¿qué pensaría San Valentín de cómo se ha tergiversado el recuerdo de su martirio? So pretexto de una creencia absurda y relativista de que el amor, consagrado en el matrimonio, no tiene validez universal y, al no ser una verdad absoluta, cada quien es libre de creer, sentir y pensar como le plazca; se ha convertido en una idea líquida y efímera. Pues claro, en un mundo de total relativismo, la línea que divide el bien y el mal, la verdad y la mentira, lo justo y lo que no lo es, el matrimonio y el divorcio, las personas la puedan mover a su antojo.
La diarrea del engañoso, perverso y absoluto relativismo bombardea constantemente las mentes y los sentimientos de las personas. Como ejemplos cito a Paulo Coelho afirmando que: “La libertad no es la ausencia de compromisos (¡bravo!), sino la capacidad de escoger lo que es mejor para uno”. A ver, ¿y dónde están en la ecuación lo que es mejor para el/la conyugue, los hijos y la familia? Es una visión, buena en principio, pero limitada, sin raíces y egoísta en la práctica. Otra frase es la de Moshe Dayan que simplísimamente reza: “La libertad es el oxígeno del alma”. Perdón, pero, por más extravagante o pegajosa que suene, no dice nada y cada quien puede ajustarla y acoplarla según su sentir o parecer. Una más de un autor desconocido pregona: “La libertad es tan maravillosa que cada uno decide a qué esclavizarse”. No sé, tal vez para quien la escribió, los cánones, dogmas, leyes, normas conductuales, el matrimonio o los hijos son ataduras que esclavizan a las personas.
En la destructiva corriente ideológica del relativismo cada persona es dueña de su verdad y no existe una verdad absoluta. Por citar un ejemplo, aunque verdaderamente existan millones de pruebas fehacientes de la existencia de Dios, si para alguien no son válidas o suficientes, entonces no existe y, si no existe, todo está permitido. Al decir todo, es todo. De ahí frases de algunas cohortes de mujeres que gritan: “La mujer decide (matar a su propio hijo), la sociedad respeta (no se permite el disenso), el Estado garantiza (aunque esté permitido, no lo hace correcto) y la Iglesia no se mete”. Para aquellas que han convertido a sus vientres en el lugar más peligroso para sus propios hijos, es preciso recordar que lo que está consagrado como un verdadero derecho universal es la vida y no el aborto.
Recordando el “día del amor” y como contracorriente del relativismo sobre el abominable desamor en el aborto, concluyo con un par de frases de Gandhi y de la Madre Teresa de Calcuta respectivamente: “Me parece tan claro como el día, que el aborto es un crimen” y “Si el aborto no está mal, entonces nada está mal”. Y si nada está mal, según los valores personales, absolutamente todo está permitido.