A la presidenta Claudia Sheinbaum se le está cayendo el país. Los frentes abiertos se multiplican y su discurso se repite al hablar de soberanía, anunciar investigaciones que rara vez llegan a resultados y culpar al pasado por la realidad violenta que vive México. La impunidad, motor de esta crisis, no forma parte de la narrativa. La soberbia y la negación la alejan de reconocer la gravedad del momento y de actuar con eficacia.
Los hechos lo confirman. En Michoacán, el asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, y la ejecución del líder limonero Bernardo Bravo, junto con las marchas de protesta y la vandalización del Palacio Municipal en Apatzingán, retratan un Estado al límite. También fueron asesinados este año Salvador Bastida, alcalde de Tacámbaro, y Martha Laura Mendoza, alcaldesa de Tepalcatepec, una muestra del clima de violencia política que atraviesa la región.
Sheinbaum habla del "uso político de la derecha", descalifica las reacciones ciudadanas y en redes sociales, y pide investigar su "autenticidad". Incluso recurre a preguntas que, además de absurdas, desvían la atención del fondo. "¿Qué propone la derecha? ¿Que regrese Genaro García Luna? ¿La intervención militar?", cuestiona. Insiste en que la guerra contra el narcotráfico fue el origen de todo, sin reconocer que después de casi década y media el país sigue atrapado en la misma espiral de violencia.
El problema no se reduce a Michoacán. En Veracruz, el asesinato del empresario citrícola Javier Vargas y el de la maestra jubilada Irma Hernández alimentan la percepción de inseguridad que, según encuestas recientes, alcanza al 70 por ciento de los veracruzanos. En Sinaloa, las disputas entre grupos del narcotráfico han dejado más de mil 300 homicidios en lo que va del año, el nivel más alto de la última década.
Al mismo tiempo, la economía rural enfrenta su propio colapso. Bloqueos carreteros organizados por agricultores se multiplican en protesta por los precios del maíz. Los productores acusan al gobierno federal de incumplir acuerdos sobre precios de garantía y apoyos a la comercialización, mientras la importación masiva de grano estadounidense, subsidiado y más barato los deja en desventaja. A este reclamo, la respuesta oficial también ha sido la descalificación, aludiendo a intereses ajenos o el uso político del descontento.
La inconformidad social tampoco se limita al campo. La generación más joven también ha decidido salir a las calles. El colectivo Generación Z México convocó para el 15 de noviembre una marcha nacional contra la corrupción, la impunidad y la violencia. Jóvenes apartidistas de entre 15 y 28 años expresan su indignación por la situación en Michoacán y la falta de oportunidades. La presidenta respondió otra vez con sospecha y dijo que detrás hay "muchísimo dinero" e intereses ocultos.
En el terreno económico, la deuda pública aprobada para 2025 rebasa los 20 billones de pesos, un nivel sin precedentes en la historia moderna del país que representa poco más del 50 del por ciento del PIB. Pemex, emblema de la soberanía energética, se encuentra al borde de la insolvencia. Su deuda supera 1.8 billones de pesos y su producción se mantiene estancada pese a las promesas de recuperación.
A nivel internacional Donald Trump sigue hablando de una potencial intervención militar para combatir a los cárteles. Al mismo tiempo, empresas norteamericanas expresan preocupación por las violaciones al T-MEC y la falta de certidumbre jurídica.
Aún quedan los temas del huachicol, las desapariciones, la crisis migratoria, los feminicidios y los escándalos de funcionarios morenistas. Todo mientras el discurso oficial insiste en que "todo está bajo control".
Tal vez lo esencial esté en una pregunta que ya no puede seguir evadiéndose. ¿Cuándo dejará la presidenta de cubrirle las espaldas a Andrés Manuel López Obrador? Si no quiere reconocer los problemas generados y los no resueltos por la llamada Cuarta Transformación, al menos debería orientar su talento, libre de la sombra de su antecesor, hacia la solución real de los conflictos.
México no necesita excusas ni culpables. Necesita decisiones firmes, instituciones que funcionen y un liderazgo capaz de gobernar más allá de las palabras. Si Sheinbaum no toma el control pronto, no será su popularidad lo que se desmorone, será el país entero. Los hechos superan las narrativas, y la historia no perdona a quienes confunden la soberbia con el liderazgo.
Leticia Treviño es académica con especialidad en educación, comunicación y temas sociales, leticiatrevino3@gmail.com