Las setenta hectáreas del embalse de Los Ángeles en el estado de California están cubiertas por 96 millones de “pelotas de sombra”, esto es, más pelotas que la población de Alemania. Estas pelotas negras de 10 centímetros y de grado alimenticio, evitan que se evaporen cerca de 1,135 millones de litros de agua anualmente, suficientes para abastecer a 8.1 millones de personas durante un año. Las pelotas huecas y parcialmente rellenas de agua, son también utilizadas para cubrir lagos cercanos a los aeropuertos previniendo así, que las aves aniden en ellos y se conviertan en un riesgo potencial para las aeronaves. Éste es uno de los pocos ejemplos donde la combinación de plástico y el agua van bien, pero normalmente es lo contrario.
Un reporte de la Fundación MacArthur dice que, de los 381 millones de toneladas de plástico producidos anualmente, al menos 8 millones terminan a los mares. Esto es equivalente a tirar al mar un camión de basura plástica por minuto. El problema estriba en que, de no tomar acciones para detenerlo, se espera que se duplique para el 2030 el plástico que acaba en los mares y se cuadruplique para 2050. Y ello sin contar los 150 millones de toneladas métricas de esa resina derivada del petróleo que ya existen en los mares. Esa misma bizarra fundación estima que, tristemente, para 2050 habría más basura que peces en los mares.
El problema de estas resinas sintéticas en los océanos es tal que se han formado por corrientes rotativas islas gigantescas de microfragmentos plásticos de millones de kilómetros cuadrados. Esa “sopa de basura”, principalmente plástico, cubre un área equivalente a siete veces el tamaño de España y se estima que contiene casi 100 millones de toneladas de desperdicio humano. Desgraciadamente, al ser el plástico confundido con alimento, se han encontrado residuos de este en más del 60% de las especies de aves marinas y en el 100% de las tortugas de mar.
La catástrofe de los derivados de petróleo no solo afecta a los mares, es democrático y universal. Desde 1950, la humanidad ha producido más de ocho millones de millones de toneladas, esto es, más de una tonelada métrica por cada habitante en el planeta. Ante ello, la cohorte educado de la humanidad, hizo sonar una estridente alarma. Los primeros en responder fueron los jóvenes con una mayor conciencia ecológica y un sincero deseo de impactar positivamente al ecosistema. Ya para el año 2015, el 20% del plástico estaba siendo reciclado y la tendencia para 2050 era que esa cifra incrementaría hasta 44%, pero llegó el COVID-19.
Uno de los daños colaterales de la pandemia ha sido la amenaza de dar marcha atrás a la laboriosa victoria global por reducir el plástico de un solo uso. Por citar solo un ejemplo, en 2016, nuevamente el estado de California, había prohibido el plástico de una sola aplicación, tales como tazas de café, bolsas en los supermercados, popotes y botellas plásticas. Más aún, con sólidas campañas de concientización y soportado en estímulos fiscales y penalizaciones, las personas comenzaron a llevar sus propias tazas, tarros y bolsas como parte de una nueva norma social conductual. Sin embargo, en 2020, en cuestión de semanas, las autoridades estatales revirtieron drásticamente su restricción por percepciones de higiene sanitario.
Solo para dar algunos números, con datos de la Organización Mundial de la Salud, se estima que se requieren 89 millones de mascarillas, 76 millones de guantes y 1.6 millones de goggles mensualmente. A pesar de ello, el mayor incremento en el consumo de plásticos no es por hospitales y clínicas, sino en los hogares donde se ha incrementado un 30%. Por citar un ejemplo, se le ha acuñado el “efecto Amazon” a la creciente cantidad de plástico y cartón por las copiosas compras de productos deseados, aunque a veces no necesarios, de los consumidores.
Afortunadamente, con la ansiada llegada de las vacunas para atenuar la pandemia por COVID-19: 90 en investigación en animales, otras 68 están siendo probadas en humanos y 20 más en etapa tres, todo indica que estamos en el camino correcto a un retorno a la necesaria y orgánica vida en comunidad con renovada conciencia ambientalista. Igualmente, Rystad Energy estima que debido a las energías renovables, la demanda de petróleo baje de 99 en 2019 a 62 miles de millones de barriles diarios en 2050 y con ello la producción de plásticos, refrendando la esperanza de que la humanidad repague la deuda histórica que tiene con el ecosistema.
Claro, hay países donde estultos mandatarios, a pesar de que el mundo entero indique una dirección contraria, insisten en aviesas decisiones de incrementar la producción de hidrocarburos. Pero eso es otra historia.