La política internacional de México podría no ser retrógrada si reconociera que en un mundo global todas las naciones están atravesadas por procesos transversales que rebasan su jurisdicción y se hacen cada día más presentes. Sin una visión educada de la realidad mundial y una estrategia ambiciosa no podrá enfrentarse la agenda global que nos afecta. Calentamiento global, migraciones masivas, epidemias, energía, internet e inteligencia artificial, volatilidad financiera, cadenas de valor, flujos de información, criminalidad organizada trasnacionalmente, tecnologías de guerra y destrucción, conocimiento científico y humanístico, arte y comunicación humana, por mencionar unos pocos. Last but not least, la emergencia de un nuevo orden geopolítico.
Las reacciones regresivas a la globalización han puesto el grito en el cielo a causa del desmoronamiento de los contornos reconocidos de lo nacional. El muro de Trump, el esfuerzo de López Obrador por desconocer los acuerdos del T-MEC, las decisiones de Putin de encerrarse en la bruma del nacionalismo pan-ruso, el Brexit o el escudo censor de la internet de China, sin duda desafían la globalización, pero no la eliminan.
Los fenómenos globales no pueden ser gobernados separadamente por cada estado nacional. Las fronteras son cada día más débiles y porosas y las medidas tradicionales para su "defensa" más inútiles. Para un número creciente de personas estas fronteras son mojoneras de antepasadas cartografías que carecen de sentido geo-humano en su vida cotidiana. Las lenguas, creencias y comunidades de identidad que permitían hablar de la unidad del Estado-nación van cediendo el paso a mezclas que devienen de la interacción supranacional de la sociedad, la economía, la política y la cultura. Una conciencia de ciudadanía global va adquiriendo forma, aún débil si se quiere, pero cada día más visible. Lo mismo ocurre, entre estira y afloja, con subsistemas jurídicos de aplicación universal o casi universal, como el de los derechos humanos y otros acuerdos, tratados y convenciones internacionales.
Los organismos del sistema internacional están supeditados por estados nación que limitan su jurisdicción. A pesar de esfuerzos encomiables como los de la ONU en derechos humanos o en misiones de paz, esas instituciones están incapacitadas de origen para actuar como agentes de la gobernanza global, porque fueron pensadas para reforzar un sistema de estados nacionales y bloques geopolíticos con derecho de veto. Un ejemplo muy "nuestro" es el lamentable deterioro de la cláusula democrática de la OEA, que ha perdido su eficacia ante gobiernos autoritarios que la suscriben pero revierten la democracia o violan flagrantemente los derechos humanos.
Sin embargo, la tensión está ahí y no se irá. Como en otras épocas, algunas ya lejanas, esta tensión no es reversible. La guerra de los 30 años finalizó en la creación del Estado nación, después de reconocer el derecho de los reyes a imponer su religión en sus dominios. Las fronteras se establecieron bajo este principio y se crearon, así, comunidades nacionales que compartieron durante largo tiempo creencias, lenguas, valores, religiones y mitos que les proporcionaban el cemento para mantenerse unidos. Este cemento cada vez pega menos y se resquebraja a ojos vistas. Por su grietas entran los vientos renovadores de una humanidad que quiere ir más allá, aunque lo haga a ciegas y a contrapelo de los hedores de la reacción nacionalista que también emana de esas grietas. Desde las monarquías hasta las repúblicas, la soberanía pasó del rey a la ciudadanía y continúa su extensión (y dispersión), a pesar de idas y vueltas de democracias y dictaduras. Esa soberanía ya está fuera de las fronteras nacionales y las va demoliendo poco a poco.
Millones de seres en el planeta —y cientos de grupos organizados— viven en una realidad global que los obliga a pensar en otra soberanía. Si la soberanía es de la ciudadanía y ésta es cada día más global, por qué no plantearnos que la mejor defensa de los intereses propios es elegir con inteligencia el lugar que queremos tener en un mundo cada día más postnacional. Habría que ajustar cuentas con los nacionalismos agonizantes, adoptar las mejores prácticas y los mayores estándares disponibles de los repertorios de un mundo en el que ha arreciado la vocación primigenia de ser crisol de toda forma humana.
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