Durante la pandemia se han incrementado los casos de violencia familiar: la prensa, los medios de comunicación y las redes sociales, nos muestran el rostro de esa otra pandemia: la agresiones físicas y verbales entre personas cercanas. Sin embargo, podemos decir, que un nuevo virus no causa violencia. Esta se origina por otras razones. Comentemos aquí dos tipos de ellas: las situaciones de violencia y agresión que se producen por un aumento en la interacción y aquellas que se originan en una angustia y/o tristeza no reconocida y elaborada.
Para muchas personas el solo hecho de permanecer en sus casas interactuando con sus seres queridos durante tiempos prolongados, puede ser causa de un aumento de la tensión. Sobre todo, personas más acostumbradas a “vaciarse” en el afuera, con una vida social intensa, poco disfrute de la soledad y una vida interior pobre. En ellos sus interacciones sociales son la estrategia perfecta para nunca entrar en contacto consigo mismos/as. Por lo tanto, cuando la vida social se pone en riesgo (no poder salir, caerse la internet, etc.) corren el riesgo de desorientarse y caer en el vacío del aburrimiento. Y es precisamente en ese punto, que se puede buscar una razón, la más mínima, para pelear con alguien, regularmente las personas más cercanas, familia, vecinos, amigos.
Si anteriormente podían salir con más soltura y tener diversas actividades fuera del hogar (escuela, trabajo, deporte, vida social, etc.) permitiendo diversos procesos, como desahogarse, divertirse, poder extrañar a su familia -entre otras cosas; ahora, las medidas de protección contra el contagio y propagación del virus nos han autorestringido y autolimitado en nuestros hogares, realizando todas las actividades en el mismo lugar, interrumpiendo el vaivén de presencia-ausencia, cercanía-lejanía, al que estábamos acostumbrados. Ello puede producir desde pequeños roces en la interacción, producto de la tensión, silencios incómodos, hartazgo de compartir el mismo espacio y tiempo, aburrimiento, aumento de las discusiones y peleas, etc.
Por otro lado, como lo hemos comentado en reiteradas ocasiones en este espacio, la mayoría de las experiencias de violencia tienen un trasfondo común en la angustia y tristeza no reconocidas y elaboradas. Esto quiere decir que la primera experiencia no es la de la violencia y agresión (cuando estas explotan, desencadenan una serie de reacciones como gritos, insultos, golpes y, en algunos lamentables casos, la muerte) sino la de la sensación insoportable de pérdida del control y sus garantías, invasión de inseguridad, miedos y tristeza…mismas que no pueden ser reconocidas como parte constitutiva de sí (¡Son cosas de la vida!) y son rechazadas a través de la peor forma: el ataque al otro, al semejante, quien se supone es el origen del mal.
La operación de violencia y agresión tiene como objetivo convertir la propia angustia y tristeza experimentada en un afecto más tolerable, transformándola en enojo; depositando en alguien más dicha sensación extraña. Es decir, convertir a alguien más en la causa del mal; siendo esa persona a la que se tiene que atacar, haciendo al agresor-victima sentirse por algún momento “buena” persona. Decimos por algún momento, pues como esto nuca será suficiente, porque la propia angustia es una experiencia intima de la cual no se puede deshacer del todo, tirándola lejos o por más que se vaya al último rincón del mundo, tendrá que repetir una y otra vez dicha operación. Este mecanismo lo podemos encontrar en diversas formas de violencia: discriminación, homofobia, racismo, xenofobia, violencia hacia la mujer, feminicidios, etc.
Ante el incremento de la tensión por el aumento en la interacción entre las personas que comparten un mismo espacio, así como la violencia y agresiones, efecto de otras situaciones no reconocidas y elaboradas (angustia, tristeza, miedo…) se pueden tomar las siguientes medidas: hacer ejercicio intenso con regularidad (dependiendo de la capacidad de cada quien), cultivar la vida interior (lectura, yoga, meditación, aprender algo nuevo e interesante) consultar con un especialista del campo del psicoanálisis, la psicología o la psiquiatría, o si se requiere, la asesoría legal de un abogado (que cada quien considere de su confianza), así como, en caso de considerar que se corre peligro, tener listos los teléfonos de emergencia (policía, juez de barrio, etc.) si aún se desea golpear a alguien, mejor golpear algo: comprar una perilla o costal de box y unos guantes; comenzar a entrenar con la guía de un entrenador, al tiempo que se estudia sobre la mística del pugilismo y las artes marciales. Para aprender que no es solo agresión descontrolada, sino cura de sí, lo que está en juego en todo arte marcial.