El expresidente Ernesto Zedillo, en una conferencia magistral que impartió durante un foro de la Fundación Internacional para la Libertad, sentenció que “desgraciadamente se confirma que América Latina tendrá otra década perdida”. Según el líder de opinión mexicano, el fracaso económico y social es directamente imputable al mal diseño y peor aplicación de las políticas publicas. Más aún, aquellos países que tuvieron un endeble mapa de navegación definido por reformas estructurales, por inconclusas e inmaduras, no alcanzaron a distribuir sus frutos, provocando en el pueblo un franco repudio tanto retórico como en los hechos. Ello se ha traducido en la llegada de la peor amenaza para América Latina, la regresión democrática propiciada por líderes populistas y demagogos.
Con el triunfo de el ex convicto Lula Da Silva en las recientes elecciones brasileñas y con procesos furtivos, los autócratas populistas en América Latina han dado una estocada mortal a la democracia y están definiendo la nueva política en el siglo XXI. Estos líderes llegaron al poder con procesos democráticos y están haciendo hasta lo imposible por desvanecer todo contrapeso que les impida perpetuarse en él. Es irónico pues, aunque en lo económico y social esten cabalmente documentados como un rotundo y cruel fracaso, los populistas están recurriendo a recetas pasadas para enamorar a los votantes.
Tal cual, estos perversos líderes se aferran a manuales y recetas exitosas presentadas en foros con el de Sao Paulo por gobiernos autocráticos como Cuba, Venezuela y Nicaragua. Así es, el reputado escritor venezolano Moisés Naím, llama a ese retrógrado mapa de ruta la estrategia de las tres “P”: populismo, polarización y posverdad. El populismo siempre propone soluciones mágicas a problemas ingentemente complicados, la polarización es la demonización sin descanso del adversario y la posverdad es la sistemática negación de una realidad verificable. Con la combinación de las tres P y en estricto apego a un guion, los gobiernos populistas culpan al pasado de los problemas presentes sin asumir un atisbo de responsabilidad.
El gran reto es que, por ingenuidad o soberbia, aquellos países que aún no han caído en la trampa populista, se sienten únicos y excepcionales y consideran que lo que les sucede a otros ilusos no tiene cabida en su realidad. Ante ello, es muy difícil prevenirlos y prepararlos para el veneno que subrepticiamente les están gradualmente inyectando los pregoneros de ideologías. Peor aún, si bien es cierto el populismo se fortalece en dichas ideologías, su aplicación práctica incluye trucos, tácticas y estratagemas para llegar al poder y quedarse con él. Los gobiernos populistas son singularmente hábiles en adaptar cualquier de ellas; LGBT, abortistas, ambientalistas, izquierdistas o de extrema derecha y utilizarla convenientemente como su bandera. Ni hablar.
Ante la mayor amenaza para América Latina concluyo con una frase de San Agustín que reza: “Los que no quieren ser vencidos por la verdad, son vencidos por el error”.