Me parece fascinante, dentro de los heterogéneos procesos de creación artística, el momento en que todo se acomoda, y la obra se ordena o se organiza en función de su propia dinámica interna para avanzar, posteriormente, a buen destino. Puede ser algo fortuito (consecuencia del azar o de la genialidad) o puede ser resultado del arduo trabajo realizado durante mucho tiempo. Balzac es un ejemplo de lo último. Tras casi una década consagrada la producción masiva de novelones, folletos y otras fallidas empresas editoriales, encontró su voz y su rumbo. Y cuando publicó La piel de zapa en 1831 abrió un nuevo camino para la narrativa moderna. Stefan Zweig entendió este proceso a la perfección cuando afirmó: "la enorme superioridad del Balzac de veintinueve años sobre el de diecinueve consiste en conocer al dedillo su capacidad para el trabajo y sus intenciones en la escritura". La gran aventura no residía en la fábula (como había sido antaño), sino en las faenas y peripecias del fabulador. Raphaël de Valentin, el protagonista de la obra de Balzac, aprendió la gran lección de las sociedades de consumo: a veces el mayor peligro de desear algo es obtenerlo.
La novela, lo sabemos, es el género literario epónimo de la modernidad: producto de la sociedad burguesa y de mundo "prosaico" que la rodea. Desde Cervantes hasta Goethe y Sterne, se narraban en ellas emociones subjetivas, sentimientos desbordados. La realidad y la ficción se fundían. Un poco más adelante, en el siglo XIX, llegó la novela histórica y de nueva cuenta los opuestos se atrajeron hasta la unificación. El mismo Goethe, en su senectud y tras leer Ivanhoe (1819), de Walter Scott, le confesó a su amigo y amanuense Eckermann: "A mí su literatura me da mucho que pensar; casi diría que descubro en ella arte nuevo, con leyes verdaderamente propias".
Milan Kundera, en El arte de la novela, apuntaba a la crisis existencial del ser humano moderno como el detonante principal para el desenvolvimiento de este género literario: "El desarrollo de las ciencias llevó al hombre hacia los túneles de las disciplinas especializadas. Cuanto más avanzaba éste en su conocimiento, más perdía de vista el conjunto del mundo y a sí mismo, hundiéndose en lo que Heidegger, discípulo de Husserl, llamaba, con una expresión hermosa y casi mágica, ´el olvido del ser´". Kundera sostenía la existencia de una ambigüedad en el desarrollo de la modernidad occidental y oponía al pensamiento filosófico y científico, el cultural y literario: "En efecto, para mí el creador de la Edad Moderna no es solamente Descartes, sino también Cervantes".
Una cita de Hermann Broch ("descubrir lo que sólo una novela puede descubrir es la única razón de ser de una novela") le servía al escritor checo como prueba para tratar de demostrar cómo la narrativa se había ocupado de ese ser olvidado, opuesto al modelo racional y coherente proyectado por el discurso científico. La piel de zapa es la historia realista de lo que suele pasar después del "colorín colorado", del final de los cuentos de hadas, y del supuesto "fueron felices para siempre". Y a Balzac le tomó años de empeños caer en la cuenta de que la epopeya que deseaba relatar no estaba en la invención desbordada sino en dar cuenta de las múltiples estrategias de supervivencias que las personas tenían que desplegar a diario en las ciudades y pueblos. No tuvo más que mirarse al espejo.
En su mesa de trabajo, sonó la hora precisa cuando, agobiado por deudas y frustraciones, comenzó a escribir la vida de un hombre de treinta años que en octubre de 1829 entró a los salones de juego, apostó su última moneda y la perdió, y cuando había decidido lanzarse a las aguas turbias del Sena, se cruzó en su camino un comercio de antigüedades y cosas raras, cuyo dueño le entregó el trozo de piel curtida que cambiaría su vida. La escritura fue para Balzac su piel de zapa y estas palabras que salen de la boca de Valentin son en rigor su propia confesión: "El orden de las cosas, que antes consideraba yo como desgracia, ha engendrado quizá las facultades de las que más tarde me he enorgullecido. La curiosidad filosófica, los trabajos excesivos, la afición a la lectura, que han ocupado constantemente mi vida desde la edad de siete años hasta mi entrada en el mundo ¿no me han dotado de la facilidad con que, según vosotros, expreso mis ideas y sé seguir adelante por el extenso campo del conocimiento humano?" Y realmente lo hizo, recorrió a fondo ese campo, como lo demostrarían las siguientes 84 novelas que conformarían su Comedia humana.