La fecha llegó justo en medio de una tormenta de polvo. 11 de mayo de 2023, un viento potente atravesaba el oeste de Texas, y los migrantes lo enfrentaban de pie, clavados en el suelo del desierto, envueltos en una nube de arena, en la fila para entrar al otro lado. Eran cientos de ellos a las puertas de Estados Unidos. Uno a uno, la Patrulla Fronteriza les abrió paso y del otro lado del muro se los llevó en camiones para procesar sus casos. Ellos no lo sabían, pero casi todos iban a ser deportados.
—La necesidad tiene cara de perro, —me dijo Víctor, un migrante venezolano que conocí ese día todavía en Ciudad Juárez. Era uno de los que quería cruzar a El Paso. —Ver a los hijos de uno pedir comida y que uno no tenga, es lo peor. Uno se ve en la necesidad de escapar de esa miseria.
Víctor había caminado por meses desde Caracas con su esposa y sus dos hijos, de 5 y de 3 años. Cruzó la selva del Darién, avanzó por México y en Ciudad Juárez por días esperó sin un techo, sin ropa limpia, sin comida, y sin agua. El sueño americano sale caro. Y eso es lo que tiene la frontera: el costo de la esperanza se exhibe con crudeza.
Durante los últimos dos años aquí rigió el Título 42, una norma impuesta durante la pandemia que permitía a las autoridades expulsar de inmediato a quien cruzara la frontera de forma irregular, bajo el argumento de evitar contagios en los centros de detención para migrantes. Pero este 11 de mayo pasado entró en vigencia una nueva medida migratoria en la que Estado Unidos expande los caminos para entrar de forma legal al país (aunque no sean los ideales para quienes más los necesitan), y aprieta a quienes crucen de manera irregular.
Solo podrán recibir asilo quien lo solicite a través de una aplicación de teléfono celular, llamada CBP one, o quien lo pida primero en otro país en su camino al norte. No hay precedente de esto, termina la idea histórica de Estados Unidos como un país que da asilo a quienes lo piden en su puerta de entrada. Y aquel que cruce ilegalmente será deportado y tendrá prohibido intentarlo de nuevo en cinco años.
El plan depende de México. En febrero le pregunté al Presidente Biden si, una vez terminado el Título 42, deportaría de forma masiva a migrantes no mexicanos a México. "No creo que tengamos que hacer algo así," me dijo.
Pero la fecha llegó y la realidad lo contradijo. Apenas este mes los dos gobiernos anunciaron que México acordó recibir a unos 30 mil migrantes venezolanos, nicaragüenses y cubanos deportados de Estados Unidos cada mes. Esta es una debilidad de la nueva estrategia migratoria, si se toma en cuenta el incendio en el centro de detención de Ciudad Juárez en el que 40 migrantes murieron.
—¿Esa tragedia, no es evidencia suficiente para mostrar que México no está preparado para recibir a tantos migrantes en estas condiciones? —le pregunté en Brownsville al secretario de Seguridad Interna de Estados Unidos, Alejandro Mayorkas.
—No quiero hablar sobre ese incendio porque está bajo investigación y corresponde al gobierno mexicano definir lo que suceda.
No respondió más.
La relación entre México y Estados Unidos no pasa por su mejor momento, empañada por las agresiones verbales de algunos legisladores republicanos por el tráfico de fentanilo y las respuestas del presidente López Obrador en el mismo tono. ¿Hay riesgo de que esa fricción se cuele en la cooperación migratoria?
Miles de personas esperan todavía en el norte de México a poder cruzar hacia Estados Unidos, con o sin Título 42. Y miles más serán deportados a esa misma zona del país. Por eso la crisis en la frontera será más intensa al sur del Río Bravo.
@JulioVaqueiro