La transición entre marzo y abril estuvo cargada de acontecimientos de violencia y horror que nos recuerdan lo mucho que como sociedad hemos dejado de hacer: los migrantes asesinados en el incendio en Chihuahua, el cierre del mes con 2,283 homicidios dolosos, una familia rota por el incendio de un globo aerostático en Teotihuacán; además, un árbitro que golpeó a un jugador en un partido de la Liga MX y luego los directores técnicos expulsados se retaron a verse en los vestidores para agarrarse a golpes.
El incendio en la estación migrante de Chihuahua se reprodujo en las redes sociales y los medios de comunicación. Parecía haber consonancia en la postura de la ciudadanía en el sentido de que se trataba de un hecho condenable por donde quiera que se le viera. Pero ¿cómo llegamos a esto? Es hasta irritante la incongruencia de hablar de xenofobia y asegurar al mismo tiempo que los migrantes murieron porque estaba cerrado el candado. La xenofobia es parte del combustible para el incendio que acabó con la vida de 40 personas inocentes. La indignación tendría que comenzar por sacudir prejuicios, ínfulas de superioridad y desprecio a quienes dejan sus países en situaciones de total desamparo, ¿hemos aprendido a convivir con la injusticia y la muerte colectiva como si nada pudiera cambiar?
El horror ha tocado los rincones donde una familia sale con esfuerzo de la ciudad para divertirse en el sueño de volar en el cielo al aire libre. Don José y Viridiana fueron a pasear a Teotihuacán con su hija Regina. La corrupción y la nula fiscalización de las autoridades provocó que el globo aerostático en el que viajaba la familia se incendiara en aire. José y Viridiana murieron, Regina de 13 años sobrevivió, pero se ha quedado sin su familia. ¿No nos damos cuenta de que eso pudo pasarnos a cualquiera de nosotras, en un día casual en Teotihuacán? ¿Quién nos garantiza que las atracciones turísticas no han sido tocadas por la corrupción y la negligencia?
La violencia de la que se vivió en el partido y esto transmitido en televisión abierta, se hace parte hasta de la dinámica de los comentaristas que oscilaban entre condenar y festejar ese espectáculo primitivo y antideportivo. Eso sí, luego ocurren hechos como los del Estadio Corregidora y nadie se explica por qué. Lo que se vio el sábado, fue la viva imagen de los niveles de violencia del fútbol mexicano que es al mismo tiempo el modelo de vida de miles de niños, niñas y jóvenes.
No quiero que se entienda que encuentro algún tipo de proporcionalidad en los hechos. Claramente no pueden ser igualados en gravedad, responsabilidad y niveles de impunidad. Sin embargo es que sí guardan una relación: cuando tenemos noticia de ellos, parece que nada nos indigna lo suficiente como para exigir justicia en las calles, con la misma exigencia que efervesce en las conversaciones y en las redes sociales.
Twitter: @MaiteAzuela