La rueda de la fortuna política gira y lo hace de manera muy rápida. En la sucesión presidencial norteamericana, un escenario lleva a otro completamente diferente; no hay continuidad, sino una aparente discontinuidad aleatoria. Aunque algunos dicen que nada es fortuito y que existen determinantes previos, seguramente algo de cierto hay en esa afirmación.
Cuando la próxima contienda electoral de noviembre parecía ya un día de campo para los republicanos, con un Donald Trump listo para burlarse y mofarse del tristemente disminuido Joe Biden, los dados cayeron de manera inesperada y ocurrió un cisma en las expectativas establecidas, especialmente después del primer debate presidencial.
Joe Biden anhelaba continuar un período más, confiaba en su suerte y en su capacidad corporal, pero el peso de los años lo fue doblando hasta que se volvió evidente el desgaste cognitivo que no cedía, especialmente en el flujo interrumpido y disminuido del pensamiento y la memoria. Seguramente fue difícil para él admitir esta limitación natural del cuerpo, especialmente del cerebro, pero finalmente aceptó las recomendaciones de sus colegas de partido: abandonar la candidatura.
La oportunidad revivió para la segunda de a bordo: la vicepresidenta Kamala Harris. En política hay ciertas reglas no escritas que deben acatarse; de lo contrario, quien las viole pasará al ostracismo y quedará fuera de la jugada. Hay políticos que aman ser segundones, se sienten con un poder delegado de manera no formal y eso les satisface. Pero otros, quizá la mayoría, acostumbrados a los reflectores, encuentran difícil aceptar que el jefe puede lucirse y llevarse todo el crédito, mientras el trabajo duro lo realiza el achichincle. Esto puede ser realmente frustrante.
A Kamala Harris le tocó ser la vicepresidenta durante tres años y medio. Algunas personas interpretaron su rol como mediocre, pero una seguidora así debe aparentar ser; no puede brillar por cuenta propia mientras está en esa posición, porque su luz puede opacar al dirigente. Recordemos que los cabecillas generalmente son inseguros y muy celosos de su posición principal, y tienden a enfurecerse cuando son opacados por sus esbirros.
Kamala Harris, consciente de esta dinámica inevitable, tomó sabiamente la distancia indispensable para no hacer sombra a su jefe y evitar confrontaciones. El poderoso, cuando observa que su vasallo es muy capaz o está mejor preparado, prefiere relegarlo, quitarle responsabilidades y aislarlo, que soportar la mínima cantidad de brillo. La relación entre ambos puede llegar a ser tóxica.
No sabemos a ciencia cierta cómo fue el vínculo de superior-subordinado entre el presidente norteamericano y su vicepresidenta. Lo que sí observamos es que ella se mantuvo con bajo perfil, procurando no brillar mucho, al menos hasta que llegara su oportunidad. De repente, mientras todo parecía encaminado para su jefe hacia una competencia electoral por un segundo período presidencial, los dados giraron y la suerte le sonrió nuevamente a Kamala.
Inmediatamente asumió la coyuntura de primera mano, se subió al barco de la contienda electoral y esta situación generó gran expectativa y entusiasmo en las bases del partido demócrata y sus seguidores. Volvió la esperanza de tener una oportunidad para ganarle al competidor republicano: Donald Trump.
Sin querer queriendo, la experiencia profesional de Kamala se volvió un área fuerte para competir como candidata. Su trayectoria como exfiscal le dio el perfil ideal para enfrentarse a un candidato republicano crónicamente transgresor de leyes. La vocación de un fiscal consiste en perseguir a los delincuentes, procesarlos y demostrar su culpabilidad, para que un juez les dé la sentencia correspondiente.
Un fiscal es una persona empoderada por su posición estratégica ante la justicia, por supuesto que no teme a los delincuentes por más peligrosos que puedan ser, no se deja intimidar por ellos y, como respuesta, extiende su espada flamígera y justiciera hasta que ruedan las cabezas de los transgresores.
A Donald Trump "se le apareció el chamuco"; esto significa que está profundamente asustado por la figura de Harris. "Es una mujer malvada y tonta", ha dicho de manera ofensiva, "todo lo que toca lo destruye", insistió el republicano. Ahora Kamala tocará la campaña de Trump y lo va a destruir inevitablemente. Esa es la esencia de esta relación inconsciente y simbólica entre el acusador y el acusado.
Trump, gran acosador, intimidaba a las mujeres fácilmente en una relación asimétrica de poder, y a los varones amenazándolos con violencia simbólica o física. El expresidente Peña Nieto tenía terror de interactuar con él, prefería evitarlo. El presidente López Obrador también le tiene un miedo profundo, pero en lugar de evitarlo utiliza una estrategia que seguramente aprendió en su niñez: congraciarse con el bully; mostrándole un respeto aparente que realza el ego del acosador. Se vuelve "amigo" para evitar ser agredido. Una estrategia de supervivencia infantil.
Durante la campaña, Trump agredirá de manera sistemática a Kamala, la ofenderá, menospreciará sus capacidades, denostará su postura ideológica, generará una narrativa de que esta mujer malvada representa el mal, pero con toda su máxima violencia misógina, no logrará cimbrar a Harris.
¿Por qué Trump no puede doblar a Harris? Por la ubicación simbólica privilegiada que ocupa la vicepresidenta en la relación asimétrica entre ambos. Para que la violencia del acosador triunfe, se requiere que en esa relación asimétrica éste se encuentre en una posición dominante, de mayor poder. Pero en esta ocasión, desde la simbología, Trump está sentado en el banquillo de los acusados y Kamala es el dedo acusador, la figura dominante, quien persigue y amenaza al transgresor de leyes.
De todos los posibles candidatos demócratas, independientemente de sus aptitudes políticas y habilidades proselitistas, la figura de Kamala es la mejor opción. Ha logrado, sin proponérselo, tocar las raíces inconscientes del violento candidato, se ha convertido en el dolor de cabeza inesperado. Donald Trump no tiene manera de doblegarla; Kamala es su peor pesadilla vuelta realidad, representa un rompecabezas que el republicano no logrará descifrar, porque él mismo viene de una persecución real de la justicia norteamericana donde ha estado a punto de ir a la cárcel. Esto le ha generado un estrés crónico profundo, un miedo a pagar todas las que debe en una prisión donde no va a ser tratado con cortesía.
La raíz hindú de Kamala nos hace recordar la importancia del karma, es decir, de las consecuencias que regresan por las malas o buenas acciones realizadas en esta u otras vidas. En el caso de Trump, el karma lo persigue. Durante su gestión como presidente, generó gran sufrimiento en cientos de familias migrantes, a las que encerró en modernos campos de concentración disfrazados de estaciones migratorias (ICE), desarticuló el núcleo familiar, los niños se extraviaron, y los que fueron recuperados sufrieron gran estrés postraumático junto con sus padres. Esta crueldad psicológica de Trump fue justificada como una manera de que los migrantes escarmentaran y lo pensaran dos veces antes de intentar acudir a los Estados Unidos.
Los seguidores de Trump creen la narrativa de que sobrevivió al atentado ya que está destinado a ser nuevamente presidente, pero tenemos otra narrativa alterna, donde podemos pensar que efectivamente sobrevivió al atentado porque la justicia divina, el karma, lo reclama para que dé cuenta de todo el sufrimiento que ha generado con sus acciones violentas y crueles y otros actos delictivos cometidos, ya que hasta el momento la multitud de sus víctimas no han encontrado respuesta a todo el daño causado por el susodicho.