Como todos días 28 de diciembre pululan notas periodísticas, chistes y memes sobre los ingenuos que se dejan engañar. Ese día del décimo segundo mes se reduce a una inocentada, se trata de burlarse de alguien menos conocedor, más ingenuo, más abnegado o piadoso. Este año en particular circularon cientos de memes sobre los inocentes mexicanos que fueron seducidos por un embustero presidente que cínicamente les dedicó la siguiente frase: “A todos los que creyeron en mi … inocente palomita”. ¡Qué patético!
Lo cierto es que tanto mexicanos como casi todos los latinoamericanos acostumbran ese día desearse “feliz día de los inocentes”. Pero, ¿qué tiene de feliz el día de los Santos Inocentes? Quizás sea la conmemoración de un episodio hagiográfico menos entendida del cristianismo pues se trata de la matanza en Belén de todos los niños menores a dos años ordenada por el cobarde rey Herodes. El motivo subyacente era el asesinato, por envidia, de Aquel que vino a marcar un antes y un después en la historia de la humanidad. Esas decenas de niños asesinados en Belén y sus alrededores, murieron en vez de Cristo ya que era a Él a quien buscaban. Por ende, su sola evocación debería ser más bien un día de luto, de recogimiento, de oración o al menos de reflexión, pero no un día de fiesta.
Y hablando de asesinatos, contra toda lógica, el aborto se ha establecido como un “derecho humano”. Así es, con datos actualizados de worldometers.info, mientras en 2022 han muerto 6.7 millones de personas por coronavirus, el número de abortos supera los 42.5 millones, esto es, más de 125,000 diariamente. El bellaco aborto es por mucho la principal causa de muerte en el mundo y, tristemente, se ejerce de forma voluntaria y opuesta al orden del ser. Al respecto, alguien pragmáticamente me explicó que el decir, “es mi cuerpo, hago con él lo que quiero”, sería equivalente a un propietario de una casa que decide incendiarla con quienes temporalmente viven en ella. La verdad sea dicha, el asesinar a un inocente en el vientre de su madre no es una “interrupción” pues no continúa y tampoco debiera considerarse como una opción (pro-choice). Sin duda, el ser humano es el principal asesino ominoso de su misma especie, ensañándose contra los más inocentes.
Por inverosímil que parezca, el 6 de diciembre la policía de Birmingham Inglaterra arrestó a una mujer que rezaba sola y en silencio frente a una clínica abortiva. No estaba incendiando puertas, quemando banderas, destruyendo calles ni ventanas; estaba calladamente intercediendo ante Dios por los inocentes que morirían ese día. El punto es que dicha ciudad introdujo una “zona de censura” para penalizar a quienes participen en cualquier acto de desaprobación del aborto cerca de dichas clínicas. Es increíble, la aversión contra quienes defienden las dos vidas es tal que, una amiga de mi prima Marcela A, perdió su trabajo y fue enviada a la corte por sugerirle la opción de adopción a una angustiada compañera. Ni hablar, hay quienes juran “defender al pueblo”, pero se afanan en hacer justamente lo contrario destruyendo a la familia y rematando con las personas inocentes.
No conformes con el aborto, algunas personas están igualmente determinadas en matar la inocencia de los infantes. Por cierto, si bien es malo asesinar a un bebé, también lo es apagar su candidez a través de la ideología de género que los invita “legalmente” a tantas aberraciones. Habrá que recordarles lo que decía Santa Clara: “Breve es aquí nuestro trabajo, y la recompensa, en cambio, es eterna; que no te confunda el estrépito del mundo que pasa como una sombra”.
Espero en Dios que el siguiente 28 de diciembre los pueblos latinoamericanos, en vez de compartir memes, recuerden las vidas apagadas de los pobres inocentes en Belén y el inconmensurable dolor de sus madres. También confío en que tanto políticos como ciudadanía hará lo correcto en defensa de los inocentes nacidos y los indefensos por nacer.