Caminó despacio, pero decidida, hacia el barandal desde donde se lanzó al vacío. Un salto sin retorno.
Un dolor insoportable a cuestas se entrelazaba con su ser, que por momentos se confundía con lo que ella creía ser su identidad, sin saber distinguir dónde comienza y termina uno y otro, ¿acaso soy mi dolor, mi sufrimiento? ¿Cómo pueden el dolor y el sufrimiento absorber y desplazar todo a su paso? ¿Dar la sensación de que no hay un mañana? ¿Cómo resistir sus embates? ¿Cómo elaborar la experiencia del dolor y sufrimiento en el día a día? Es decir, ¿cómo hacer algo diferente con lo que afecta?
Al buscar darle muerte a lo insoportable que padecía quizás buscaba finalmente liberarse de aquella monserga. En verdad nunca lo sabremos, el silencio de su misterioso acto nos sobrepasa e interpela. ¿Por qué lo hizo? ¿Y si hubiéramos...? No obstante, el sin sentido, intentamos lo imposible: explicarnos algo del por qué a través del cómo.
De todos los movimientos y respuestas posibles ante lo que le aquejaba ella eligió el suicidio. ¿Por qué? ¿Por qué? El silencio de su acto nos regresa a las preguntas sin respuestas. Se necesitará tiempo y recuerdo para procesar el dolor que su acto ha generado en sus seres queridos. No es una experiencia cualquiera el suicidio de un ser querido, se han abierto muchas interrogantes, que, por lo pronto, no tienen respuesta ni consuelo.
El reto es no caer en lugares comunes, explicaciones simplistas como las de los predictores y videntes del pasado, quienes gustan decir que en una persona que se ha suicidado todo estaba ahí tan claro desde el principio, las señales, los indicios de lo que sucedería. Y si lo sabían ¿por qué no intervinieron para evitar su muerte? ¿O será que es una construcción explicativa tramposa que solo se hace una vez pasado el sucedo? Ahora dirán que hay que estar vigilantes, diseñar mejores filtros, pruebas de las pruebas, otro del otro, detecciones de las detecciones...como si fuera posible capturar y medir la libertad de un acto, que, por principio, siempre se nos escapa.
Por otro lado, cada que tiene lugar un suicidio, así como otras maneras de ponerle fin a la vida (suicidio asistido, eutanasia, ortotanasia...) retornan los interrogantes pendientes en las sociedades, que por múltiples prejuicios de todo tipo no se abordan, respecto al ejercicio de la libertad sobre el decidir, bajo ciertas condiciones, ponerle fin a la vida, cuándo podemos decir que una persona tiene la posibilidad de decir que su vida ya no es digna de ser vivida y le pone fin, no tanto desde un parámetro moral general, sino desde su lógica singular, y que este cuestionamiento pueda inscribirse en un iniciativa de ley, en una modificación del marco legal.
Todas las formas de muerte nos interrogan no sólo sobre la muerte en sí misma, sino sobre la vida y el sentido de la existencia; respecto a la posibilidad si en los diferentes grupos sociales, desde los familiares y educativos, hasta los laborales y sociales más amplios, hay lugar para la expresión de la singularidad que cada persona es, si se puede vivir una vida singularmente o si, por el contrario, lo que a cada persona le queda es la imperiosa necesidad y obligación de adaptarse, léase someterse, a las categorías de vida genéricas que se ofrecen como modelos y parámetros a seguir, ante las cuales siempre habrá la necesidad de salir huyendo, en caso de no encontrar una salida singular y sin tanto daño para cada persona.