Amo la historia de México y, el capítulo concerniente a lo que ocurrió en la batalla del lunes 13 de septiembre de 1847, en el Castillo de Chapultepec, siempre ha sido muy significativo, tanto por sus hechos memorables como por lo que éstos significan en cuanto a valores, heroísmo y amor a la patria.
A mediados del siglo XIX seguramente era difícil para los muchachos recibir una instrucción escolar, la escuela militar era una o la única opción para salir adelante. Representando el Colegio Militar una oportunidad tan valiosa, quiero imaginar que estos jóvenes cadetes valoraban el formar parte de esta institución castrense de élite.
Otro aspecto que quiero destacar es que el México del siglo XIX era predominantemente rural, esto significaba en términos prácticos que la adolescencia no existía. Recodemos, siguiendo los aportes que hiciera en 1981 Humberto Ramos Lozano, en su estudio sobre los adolescentes, intitulado: Conocimiento de los Adolescentes, que la adolescencia es un concepto moderno que surge con las sociedades complejas, donde para integrase a la vida adulta, debe haber un período de preparación para aquel niño que aspira a formar parte del mundo adulto.
En la sociedad rural de aquella época, los niños al llegar a la edad de la pubertad se integraban a la vida adulta con algún tipo de rito de iniciación. A partir de los 14 años, niños y niñas, formaban parte de las actividades sociales y económicas, iniciaban su vida sexual y reproductiva, conformando incipientemente, familias de manera socialmente aceptada.
Agustín Melgar Sevilla murió a los 18 años. Su padre fue militar, sin embargo, el joven se volvió huérfano a muy pequeña edad, teniendo solo dos años, quedó a cargo de una tía. Recordemos que la expectativa de vida en esa época no excedía los 40 años, por lo que la orfandad era una experiencia recurrente, la familia extensa se encargaba de la crianza de los menores desamparados.
Fernando Montes de Oca también tenía 18 años cuando perdió la vida en la Batalla de Chapultepec. Ingresó al Colegio Militar en enero de 1847, tenía siete meses de entrenamiento y educación militar, cuando enfrentó a los invasores norteamericanos.
Francisco Márquez Paniagua nació en 1834, murió como cadete a los 13 años. Ingresó al Colegio Militar motivado por su padrino y su padrastro, ambos militares de alto rango del ejército mexicano. También se había incorporado, durante el mes de enero, a sus estudios ese fatídico año de 1847.
Juan de la Barrera murió a los 19 años. Su corta vida refleja aspectos propios de la sociedad mexicana de esa época. Desde los 12 años se incorporó al Colegio Militar, su papá fue oficial de la Secretaría de Guerra y Marina. Poseía lazos de parentesco con distinguidas personalidades del México Independiente, así como de la Nueva España, inclusive su linaje llega hasta la Conquista. En 1843 realizó estudios como Ingeniero Militar, era un estudiante muy destacado que recibió reconocimiento por su desempeño académico, logrando el grado de subteniente-alumno. Un mes antes de la batalla, en agosto de 1847, fue nombrado teniente de zapadores.
Juan Escutia y Martínez nació en Tepic, Nayarit, en 1822, aunque su fe de bautismo señala el año de 1827. No existe registro oficial de su pertenencia al Colegio Militar, se supone que, debido a las circunstancias de emergencia, se le incorporó de manera irregular. Al morir tenía 20 años, aunque pudo haber tenido 25. No era un cadete, más bien se piensa que era un soldado que pertenecía al Batallón de San Blas, y que su papel fue defender el Castillo de Chapultepec, asignado al torreón sur.
Vicente Suárez Ortega también era menor de edad, nació en 1834, tenía 13 años cuando enfrentó al ejército norteamericano. Se incorporó en 1845 al Colegio Militar, su adiestramiento apenas rondaba los dos años. Era de complexión delgada y baja estatura, por lo que fue incorporado a la segunda compañía de cadetes. Su papá tenía grandes expectativas respecto a su educación, deseaba que se convirtiera en un importante funcionario del gobierno. Existe el relato por un capitán mexicano sobreviviente del Batallón de San Blas que describe la última acción del joven centinela: "Vi correr a Suárez con su pequeño fusil en la mano, al tiempo que el primer estadounidense bajaba la escalera. Suárez subió a su encuentro y con formidable golpe de bayoneta atravesó al enemigo por el estómago".
Es muy poco lo que podemos conocer sobre la conformación de la personalidad de estos jóvenes, sus rasgos y aspiraciones, de igual manera, es difícil comprender las motivaciones que los llevaron a permanecer en el Castillo de Chapultepec, después de recibir órdenes superiores de abandonar el lugar.
La pregunta, 176 años después, sigue vigente: ¿Qué los impulsó a luchar hasta la muerte por su país? Para tratar de responder, habrá que considerar que antes de ser niños o jóvenes, eran ya cadetes, es decir, aprendices militares. Es probable que el sentido del honor haya sido inculcado tempranamente en sus mentes durante la breve estancia en el Colegio Militar, supongo que ese valor en específico se enseñaba o se asimilaba inmediatamente al iniciar la formación militar.
Hoy en día el Heroico Colegio Militar declara sus principios: el honor, la lealtad, el patriotismo, el valor y la abnegación. Literalmente señala: "Lo más honroso para un soldado es perder la vida por la patria. Como soldados, el amor a la patria es hasta el último aliento".
En la actualidad los jóvenes enfrentan muchos retos, la sociedad que les toca vivir es compleja, globalizada, hipertecnológica, los valores son relativos y no existen verdades absolutas. La narrativa del patriotismo y el nacionalismo no poseen la fuerza que tuvieron durante la época moderna, ni premoderna como fue el caso del siglo XIX.
Otro cuestionamiento importante de esta gesta heroica de los Niños Héroes nos lleva a preguntarnos: ¿Es el sacrificio extremo la única forma de heroísmo? Depende qué entendamos por heroísmo, esto considerando que los Niños Héroes dieron sus vidas en una situación extrema. Tal vez sea momento de cuestionarnos si debiéramos redefinir el heroísmo para incluir otras formas de contribución valiente y significativa a la sociedad.
Este 13 de septiembre que conmemoramos la gesta heroica de los Niños Héroes, nos permite reflexionar y plantearnos al menos dos interrogantes importantes: ¿Cuáles son los desafíos específicos que enfrentan los jóvenes mexicanos en la actualidad? ¿Cómo pueden abordarlos y qué cualidades heroicas podrían necesitar para hacerlo?