La idea de que la humanidad se dirige hacia el fin de los tiempos se ha manifestado desde los textos romanos que predecían la caída de la ciudad, pasando por los grabados que el artista Alberto Durero hizo del libro del Apocalipsis entre 1496 y 1498 —dos años antes del cambio de siglo, que se esperaba con augurios funestos—, hasta el famoso Nostradamus, quien vaticinó grandes males para el mundo. Con el paso del tiempo, el carácter de estas advertencias fue cambiando de un sentido religioso y esotérico a uno científico, en el cual la idea de un castigo o destino fatídico se mudó por el de asumir las consecuencias de nuestros actos.
Poco a poco, la evolución de las conductas de los seres humanos ha provocado la contaminación y el agotamiento gradual de los recursos más valiosos para su existencia: el aire, el agua y la tierra. Desde el cambio de la vida nómada a la agrícola, en la que los ciclos de las cosechas se modificaron, hasta la producción industrial de mercancías, la humanidad ha dañado desenfrenadamente al medio ambiente, y con ello colaborado a su autodestrucción, la cual millones de personas consideran irremediable.
¿Será verdad que, como afirmara Mark Fisher, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo? En estos tiempos de consumo desenfrenado, que contrasta con la miseria y la escasez, ¿habrá alguna esperanza de prosperidad para la humanidad? Creo que sí. Y aunque las acciones individuales ya no son suficientes para cambiar el rumbo de deterioro que la raza humana imprimió en el planeta hace tantos años, aún es posible evitar el autoexterminio.
Por eso presenté una iniciativa para crear la nueva Ley de Economía Circular, con el fin de modificar los ciclos de producción y consumo rumbo a una mejor gestión de residuos, regular la pepena, reducir la huella de carbono, ampliar la vida útil de los productos y optimizar el uso de recursos, entre otras acciones. La iniciativa fue aprobada la semana pasada en el Senado de la República, y remitida a la Cámara de Diputados para su análisis, discusión y votación, en donde seguramente será bien recibida, dada su importancia para transformar nuestro presente y aspirar a un futuro utópico y no distópico.
La aprobación de la iniciativa tendrá implicaciones mayores, y es quizá de las más importantes para el futuro de las próximas generaciones. Si la nueva lógica de producción propuesta se implementa en México, estaremos a la vanguardia en la lucha por detener los daños exponenciales que la lógica comercial actual produce al ambiente. Bajo este esquema, los municipios, los estados y la Federación serán responsables de llevar a cabo medidas fundamentales para lograr la transición hacia el nuevo modelo.
Los municipios suscribirán acuerdos con las empresas para trazar planes o programas de responsabilidad social. Los gobiernos estatales deberán generar un padrón de empresas con planes de economía circular y reportar a la Secretaría de Economía el registro de personas dedicadas al rediseño, la restauración, el reciclaje y la transformación de residuos y productos que han concluido su primera vida útil.
Por su parte, la Federación establecerá incentivos fiscales para que las y los contribuyentes lleven a cabo una mejor gestión de residuos. Con esto, todos los niveles de gobierno, al margen de filiaciones partidistas o intereses políticos, tendrán la responsabilidad de coadyuvar a los esfuerzos por asegurar la sostenibilidad del planeta.
En la medida que los gobiernos subnacionales, nacionales y la comunidad internacional pasen de los discursos a la acción, estaremos más cerca de una lógica de mercado compatible con la subsistencia humana y más lejos de las profecías del fin del mundo.