La Universidad de Tampa se fundó en 1933. El campus es un antiguo hotel construido a finales del siglo XIX con detalles victorianos, rematado con cúpulas y torres de estilo árabe. En sus más de 500 habitaciones, alguna vez se hospedaron el beisbolista Babe Ruth, el escritor Stephen Crane, el presidente Teddy Roosevelt, y la reina de Inglaterra. Hoy esos cuartos son salones de clase, pero el edificio es todavía un símbolo de esta ciudad en Florida.
Con la energía juvenil que suele llenar el ambiente en las universidades, el presidente Joe Biden llegó aquí después de su discurso sobre el Estado de la Nación, promovió su agenda en un evento con unas 150 personas y después concedió una entrevista a Noticias Telemundo. En una de esas antiguas habitaciones, me senté con él y conversamos de distintos temas. De todas las preguntas que le hice, me detengo en una: el globo chino.
—¿No fue esto una gran violación a la seguridad de Estados Unidos? —le pregunté. —El solo hecho de que el globo entrara en el espacio aéreo y volara tantos días sobre el país…
—No —respondió. —La cantidad total de recopilación de inteligencia que todos los países del mundo realizan es abrumadora. Lo del globo no es una violación de seguridad importante. Sí es absolutamente una violación del derecho internacional. Es nuestro espacio aéreo. Y una vez que entra en nuestro espacio, podemos hacer lo que queramos con él.
Después de que el globo entró por Montana, atravesó el país y salió por Carolina del Sur, Estados Unidos lo derribó sobre el mar. Se han encontrado algunos restos, pero aún buscan más en el océano Atlántico para determinar exactamente cuál era el alcance y la función del artefacto. Las autoridades confirman que se trató de un globo espía. El episodio ha dominado la conversación pública en Washington por más de dos semanas y es importante por muchos motivos. El primero de ellos: la relación entre Estados Unidos y China y el fantasma de una nueva Guerra Fría entre las dos potencias.
La presión creció tanto sobre el Pentágono y la Casa Blanca que, en los días posteriores, jets de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos derribaron otros tres objetos desconocidos en el cielo. Qué eran y cómo habían llegado ahí; por qué de pronto aparecieron tantos. Todas estas fueron preguntas abiertas durante demasiados días. Después resultó que ninguno de esos objetos voladores fue enviado por China (solo el globo), ni por los extraterrestres (como muchos pensaron). Eran probablemente “benignos” y utilizados con propósitos comerciales o de investigación científica. Pero la reacción tan enérgica y veloz de Washington fue una muestra de cuánto y qué tan rápido pueden escalar las cosas.
Al final, visto con optimismo, el derribo del globo espía es un golpe de buena suerte: una versión pedagógica de una crisis en la que había poco en juego, pero que pudo haber resultado mucho peor. Cuando el misil derribó el globo, el único herido fue el orgullo de Pekín. La lección, en cambio, es considerable: otro episodio podría salir más caro. Por eso la Casa Blanca asegura que busca habla con Xi Jing Pin y diseñar un grupo para reaccionar en futuras ocasiones.
“No es una violación grave a la seguridad de Estados Unidos,” me dijo Biden en la Universidad de Tampa. Muchos están en desacuerdo. Pero el presidente camina sobre una línea muy fina en la que, por un lado, debe enfrentar las críticas de sus opositores y, por el otro, debe evitar que la relación con China se salga de control. Después de todo, una nueva Guerra Fría sería muy distinta a la primera. Estados Unidos y la Unión Soviética tenían pocos negocios en común. Hoy, en contraste, el comercio entre China y Estados Unidos es de unos dos mil millones de dólares al día. Mejor que la tensión se quede solo en el aire.