La pregunta no la formulé yo, la lanzó al público José Alvarado hace medio siglo. Quizá yo la hubiera planteado al revés: ¿es el periodismo un modo literario? Pero yo no me he formado en la redacción de periódicos, sino en un universo de lecturas desordenadas y búsquedas (manías) personales. La literatura me llevó al periodismo y no a la inversa. Y, como muchos de mi generación, no he dudado nunca de la rica e histórica relación que se ha establecido entre ambos a lo largo de varias centurias. Pero, como suele suceder, ha habido momentos de flaquezas y tensiones, días donde se intentó distinguirlas, separarlas y tecnificarlas. Por ello no me extraña la pregunta de Alvarado. Él estaba escribiendo en un momento, los primeros años de la década del setenta, de hegemonía de la novela latinoamericana, en las aulas reinaba el estructuralismo y la aspiración última era la autonomía literaria. Por eso defendía su oficio, al cual le había dedicado más de la mitad de su vida: "Vale la pena haber visto el mundo con ojos de periodista durante estos cuarenta años".
Supongo que he traído esto a cuento porque he estado trabajando en un ensayo sobre el joven José Alvarado. Un muchacho de 15 años que llegó a la redacción de la Revista Estudiantil, en los salones del Colegio Civil de Nuevo León en 1926, con una cuartilla escrita a mano y comenzó su carrera como periodista y escritor. He leído y consultado, por tanto, varios de sus libros (la mayoría son antologías y recopilaciones póstumas: buena parte de su obra quedó dispersa en periódicos y revistas). Me llamó la atención el retrato que hacía, en uno de sus artículos, de Porfirio Barba Jacob. Describía ahí la llegada del escritor colombiano a Monterrey en 1908 y citaba sus primeras impresiones: "Aquella ciudad me fue materna y a su estímulo cordial empecé a trabajar..." ¿Por qué Monterrey?, se preguntaba Alvarado y respondía casi al instante: "En Monterrey existen fábricas, periódicos, poetas; el Colegio Civil, una escuela de medicina, otra de leyes; su gente trabaja y ensancha el burgo. Arenales ha encontrado el sitio". La figura de Barba Jacob era importante para Alvarado porque representaba el modelo de escritor que él había seguido a lo largo de su vida, y porque se sentía heredero de su trabajo como pionero del periodismo moderno en Monterrey. Registraba también un dato que yo no conocía. Señalaba que Barba Jacob (en ese entonces conocido como Ricardo Arenales) había conseguido una carta de recomendación de Federico Gamboa para el general Bernardo Reyes. Con la carta bajo la solapa del traje raído abordó un tren (en un vagón de segunda clase) y llegó a la ciudad; pero en lugar de entregar la misiva al gobernador, se dirigió a la redacción de El Espectador, que entonces editaba Ramón Treviño (y en donde unos años antes había debutado como escritor Alfonso Reyes). Alvarado citaba de nuevo al colombiano y al hacerlo marcaba de paso distancia con las formas de hacer y entender al periodismo: "Ya sé su secreto: lo aprendí pocos días después de llegado a Monterrey. Consiste en escribir muchos artículos cortos con desenvoltura comedida, opinar sobre todos los temas que uno no conoce, saber ponerse romántico todos los días de distinto modo, profesarle horror a la verdad, y urdir pequeñas trampas donde caigan los lectores ingenuos, que aún quedan algunos".
La lección era clara para él. El periodismo durante el porfiriato (en pleno cenit del modernismo) había sido un espacio para la experimentación formal; para Alvarado, en cambio, al estilo había que sumarle la dimensión crítica y la preparación incesante. Cada día, un reto nuevo: enfrentar la página en blanco y decir algo que no se quedara en la superficie de las cosas. El periodista era para él un "bachiller permanente", solo así podía responder de manera afirmativa la pregunta que había lanzado más arriba.