¡Es por la ausencia de valores! –exclama una persona, intentando dar explicación causal a la violencia social que se padece.
Mientras persistan dichas visiones moralistas, además de ingenuas, las formas de violencia continuarán presentándose, inclusive, irán en aumento, como una respuesta desesperada ante dicha postura hueca. Las formas de violencia se podrán transformar en algo menos doloroso y más creativo si quienes las ejercen y sostienen se ven tocados en un punto de vergüenza singular, no en el sentido de vergüenza moral de seguir o no un patrón moral impuesto, sino de una posición que viene a más o a menos al honor singular. En ese sentido es un límite que cada persona puede experimentar y emplear como organizador y orientador en su vida.
El mundo en el que vivimos tiene otras características debido a una modificación del lazo social. Como lo ha planteado Jorge Forbes, psicoanalista brasileño, no nacemos, vivimos y morimos de la misma manera, lo miso que no nos educamos, enamoramos, estudiamos y trabajamos como solíamos hacerlo.
Las sociedades a lo largo y ancho del mundo han pasado de organizarse de manera piramidal a formas horizontales, diversas, cambiantes. De tal forma que los organizadores sociales que antaño daban consistencia a la familia, la patria y a la propiedad han dejado de ser preponderantes para la conformación de la identidad de las personas. Esto ha creado, lo mismo que una gran crisis de identidad en las personas, familias, grupos y naciones, una inmensa posibilidad creativa para que cada sujeto pueda inventar y legitimar –con creatividad y responsabilidad– su estilo de vida. Decimos con creatividad, ya que ese estilo no existe per se y requiere ser inventado, no para aislarnos del mundo, sino para entrar en relación con el mismo, de ahí la necesidad del principio responsabilidad.
La violencia en todas sus formas se produce principalmente por una desorganización del lazo social y un cambio de posición de las personas en relación con las lógicas del lenguaje, es decir, con la lógica del intercambio y la noción del límite que no sólo organiza, sino funda el contexto humano.
Para que los nuevos seres, al nacer, puedan devenir humanos en un segundo momento necesitan pasar por la experiencia del límite que impone el símbolo a la naturaleza. Cuando esta experiencia ha dejado de tener lugar, no sólo en ese primer momento, sino durante la vida, el todo se vale y sálvese quien pueda es la marca distintiva. Y el problema se agrava cuando se cree que solo es posible una salida policiaca y militar.
La violencia inusitada, como los síntomas de dependencia a sustancias, comida, trabajo...pueden leerse como formas genéricas de respuesta ante una angustia original que no es reconocida y tratada para ser inscrita en el mundo de otras formas. Y ante esto, lo único que queda para muchas personas, familias e instituciones, es incrementar aún más la vigilancia y el control mediante el miedo y un humanismo simplón que no es consciente de las paradojas y contradicciones en las que se basa la vida humana: que si una persona no descubre y vive desde la singularidad de su deseo, siempre se producirán malestares –como el de la violencia—que, muchas veces, son intentos desesperados por encontrar un sentido "mayor" más genuino y singular, más allá de la simple repetición de lo mismo que, lamentablemente, es a menudo la única propuesta que se ofrece socialmente y que reitera la misma frustración e insatisfacción.