Mi hermano mucho mayor fue un estudiante sobresaliente. El haber concluido el bachillerato con promedio de 98 en solo tres semestres, le valió para recibir una beca en la Universidad de Oregón. Edgardo hizo su maestría en Canadá donde trabajó cinco años antes de comprar un boleto solo de ida a Francia para asumirlo como su nuevo hogar. El primogénito de mis padres se sumó a la estadística dejando la patria que lo vio nacer tarareando la canción de Manuel Esperón, “no volveré”.
Con datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la tierra azteca es el país de América Latina con mayor emigración de ciudadanos educados. Los 866 mil profesionales que izaron sus velas entre 2015 y 2017 fueron atraídos por universidades extranjeras, principalmente de EE.UU., Canadá y el Reino Unido. Al concluir sus estudios, las universidades los invitan a colaborar en centros de investigación provocando una irreversible fuga de cerebros. De hecho, entre 1999 y 2015, los migrantes mexicanos en EE.UU. con estudios universitarios o superiores hicieron sonar la alarma desde el minarete al cuadruplicarse.
Sin embargo, el reto para México comienza desde la infancia temprana al no lograr retener al millón de niños y jóvenes sobre dotados que estadísticamente produce el país. Según el Departamento de Psicología del Centro de Atención al Talento, estos niños “genios”, con un coeficiente intelectual mínimo de 130 puntos, tienen el potencial de generar 1,000 veces más impacto que sus pares con inteligencia promedio. La huida de talentos sería mucho mayor de no ser porque el 95% de ellos son mal diagnosticados en escuelas públicas confundiéndolos con síndrome de déficit de atención e hiperactividad. Esa injusta y errónea valoración médica, no privativa de México, ha sido recurrente a través de la historia, el mismo Leonardo Da Vinci fue diagnosticado con déficit de atención. Así es, la triste realidad mexicana es que muchos de los sabios o son desaprovechados o zarpan a otros mares donde les ofrezcan mayores posibilidades de desarrollo.
Ahora bien, se estima que entre el 40 y 60% de la inteligencia es heredada principalmente de las madres a través del cromosoma X. Como comentario al margen, cuan importante es que los jóvenes escojan bien con quien se casan ya que, como decía Maquiavelo: “Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”. Volviendo al punto, es entendible que, al emigrar, la inteligencia sobresaliente de los padres, de los hijos y nietos, será aprovechada por el nuevo país anfitrión.
Naturalmente, esto lo entienden los países del primer mundo. Tomando en cuenta el año 2002 como base 100, el incremento de estudiantes extranjeros matriculados en Canadá, Australia, Reino Unido y EE.UU. fue de 400, 340, 210 y 190 respectivamente en 2019. Pues cómo no hacerlo si es la forma más directa de atraer y retener talento extranjero. Al respecto, qué respuesta tan sesuda dio la brillante Primer Ministro de Alemania, Ángela Merkel, al ser cuestionada por la alta inversión en educación diciendo: “Los ignorantes cuestan mucho dinero”.
Mientras tanto en México, el gobierno ha decidido retirar los estímulos a más de 1,000 científicos pertenecientes al Sistema Nacional de Investigación en algunas universidades privadas y ha reducido en un 75% el presupuesto de la administración pública, incluyendo al CONACYT, academias científicas y centros de investigación. Tomando en cuenta que los investigadores son la élite científica del país, tal vez valga la pena recordar lo que sostenía el profesor norteamericano Thomas Szasz: “El tonto nunca perdona ni olvida; el ingenuo perdona y olvida; el sabio perdona, pero no olvida”. Para muchos investigadores, el estímulo perdido equivalía a un 35% de sus ingresos netos y quizás algunos de ellos buscarán, como propósito de año nuevo, vindicar la inolvidable afrenta sumándose a quienes ya han emigrado cantando: “En el tren de la ausencia me voy…”.
En materia de fuga de talentos, el 2021 dibuja un panorama poco halagüeño para los investigadores, los genios y sabios que habitan en el país surrealista de los volcanes. Muchos de ellos desilusionados y taciturnos desearán intercambiar felicitaciones y buenos deseos en otro idioma y en una nueva patria. Tocante a ello, recuerdo una frase alentadora que le escuché al Padre Carlos Padilla: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Por obscura y cuesta arriba que se vislumbre la real perspectiva nacional, afortunadamente podremos pedirle lo imposible a Aquel quien todo lo puede.