Pero, saber perder es siempre no Identificarse con lo perdido
Jorge Alemán
Quizás para muchos el título de este texto breve es una barbaridad, un absurdo, cómo se puede hablar de elogio a la pérdida, elogio a perder, qué no se supone que la vida consiste en ganar, o como algunos suelen todavía decir, sobre todo en contextos empresariales, en un ganar-ganar. Cómo puede declararse un elogio a perder.
Al principio fue la pérdida: del paraíso en los relatos de la creación, del vientre materno, de la vida intrauterina, del cuerpo infantil, del paso del tiempo y sus efectos, de la ingenuidad y creencias infantiles en seres imaginarios, de la memoria y sus recuerdos, que nos llevan por laberintos sinuosos y obscuros, de recursos, pérdidas naturales y económicas. Que pareciera que la vida es un continuo de pérdidas. Que como bien ha dicho Jacques Lacan en EUA, que no existe el progreso, que como no sabemos lo que estamos perdiendo cuando supuestamente estamos ganando, creemos que estamos ganando, un absurdo.
Pensemos por un momento en la pérdida de algo de valor, no necesariamente en un objeto costoso, sino en algo que posee un valor singular por aquellas cosas que le hemos atribuido, no tanto por un acto consciente de asignarle un valor, sino porque sencillamente guardan un brillo de importancia por ser algo en la línea de un misterio, son cosas que tienen un sentido para nosotros, son una especie de coordenadas, como su fuera un mapa (el cuerpo de la madre, la voz del padre, la presencia de la persona amada, las fuerzas del propio cuerpo, el barrio donde se nació o donde se vive...) que si la persona las viera de pronto desaparecer, se desorientaría, perdería sus referentes, la noche del espíritu de la que hablaban algunos místicos, la experiencia de la angustia que no miente, que nos deja helados sin ton ni son. ¡Estar perdidos en la vida!
Tomemos un ejercicio banal: la mejor forma de conocer una ciudad es perderse en ella. No encontrar un referente que uno creía estable o conocido, permite encontrar/conocer lo que uno nunca se habría esperado encontrar. ¿Encontró todo lo que buscaba? –a menudo nos preguntan en el supermercado, la respuesta genial sería un rotundo, no, sino algo que me sorprendió. El amor es un fracaso para jugar, una pérdida de una cosa ideal, ingenua, para sorprendernos por algo mucho mejor.
La pérdida, hay que decirlo, no es una experiencia efecto de un acto voluntario, sino una sorpresa, uno de los rostros de lo ingobernable. Por eso la pérdida como el accidente se relacionan con las mejores cosas de la vida (felicidad, amor, deseo, risa...) porque son una sorpresa, un evento que nos retira de lo esperado, nos diferencia, nos mueve de la identidad que creíamos ser, rompiéndola, abriendo y expandiendo los horizontes de vida en los que solíamos habitar. De ahí que digamos, elogio a la pérdida. Porque es precisamente a partir de dicha sorpresa que abre la pérdida que se experimenta lo nuevo, lo diferente, lo inédito. Por eso mismo el método psicoanalítico de la asociación libre que inventó una paciente llamada Bertha Pappenheim (Ana O.) y que Freud sistematizó, consiste en pedirle al paciente que hable de todo lo que le pase por la mente, sin importar si lo juzga ilógico o vergonzoso; hablar sin gobernar lo que se dirá, dejarse sorprender por lo que surja de esa pérdida de orden, divagar para encontrar la verdad sobre sí mismo y la vida, pudiendo resolver algunos problemas que hacen sufrir; perderse para ser encontrado por aquello que de alguna manera ya estábamos, sin saberlo del todo, buscando. Eso, entre otras muchas cosas, nos regala la experiencia de la pérdida.