Dentro de nosotros hay algo que no tienen nombre y eso es lo que somos
José Saramago
Tres son las verdades que el psicoanálisis descubre sobre los humanos: 1) la vida mental, la vida psicológica, no se reduce a la consciencia, sino que existe una dimensión inconsciente que condiciona de manera eficaz el actuar de la vida consciente. Esto quiere decir que cuando uno piensa, siente y actúa, creyendo que es libre, hay algo, un cierto principio hasta ese momento desconocido, que hace hacer, pensar y decir, como si fuera otra razón que la misma razón desconoce. Y que precisamente al hacer un psicoanálisis se pueden conocer esos "hilos" que mueven las intenciones-marionetas de cada uno de nosotros. 2) La sexualidad no comienza en la pubertad con los cambios hormonales, sino tiene sus inicios en la vida infantil, e igualmente, la vida sexual infantil va a organizar, en gran medida, la vida sexual adulta. 3) los humanos no quieren lo que declaran desear, sino más bien, buscan repetir lo que les hace daño, destruirse. A esto Freud le dio el nombre de pulsión de muerte, ese más allá del principio del placer que hace que los humanos, más que seres de placer, somos seres de exceso, de goce, de desajuste.
Un trauma es algo que acontece sin previo aviso, que rompe con la noción de seguridad que se creía vivir. Es ese agujero, esa discontinuidad en la vida cuando las palabras e imágenes son limitadas para explicar y enfrentar lo que vive. Es decir, algo has sucedido y es imposible de procesar simbólicamente; a menudo esto produce intentos desesperados por resistir y, en una búsqueda por superar tales vivencias traumáticas, –paradójicamente—se termina repitiendo, una y otra vez, alguna acción autodestructiva, como lo son las actividades marcadas por el exceso; que buscan tocar el límite de la vida y la muerte, que si bien en algún punto producen un cierto placer en el dolor, también generan desgaste, angustia...Pero que, por otro lado –y he ahí la paradoja, aquello que se hace para sentirse bien, para "salvarse", se aproxima a la muerte — si bien a un cierto nivel, pueden sentirse como placenteras y que por eso mismo para las personas que las viven es muy difícil advertir el carácter de prisión, al pretender liberarse de la angustia del trauma a través de una práctica adictiva y autodestructiva, la persona no se da cuenta que eso que supuestamente les iba a hacer sentirse mejor, no hace más que reiterar la frustración y sufrimiento, acrecentándolo a niveles de riesgo de muerte, en una carrera sin freno hacia la nada.
Aquí, en ese punto de vacío, salen a nuestro encuentro dos experiencias fuera de la estandarización de las vidas: las artes y el psicoanálisis. Dos prácticas que no buscan negar el vacío, ni mucho menos convertirlo en algo patológico, en algo malo, un error que hay que corregir, sino todo lo contrario, darle dignidad de experiencia de cualidad, para que cada uno construya algo entorno a ese vacío, eso extraño que habita en cada uno de nosotros, haciéndolo motor de deseo y vida, a través de un toque singular, precisamente como lo hacen los artistas: crean algo a pesar, a partir y con, el vacío. El psicoanálisis, por su parte, hace lo suyo, partiendo del estudio de cada vida en su singularidad, una por una, sin comparación ni estandarización de calidad de vida o el mismo modelo de salud mental para todo mundo, sino siguiendo las pistas de la vida de la persona que se analiza, para que se confronte con esa forma única de existir, y cree algo a partir de ello, sin convertir su vacío en una forma simple y repetitiva de autodestrucción, como lo son las adicciones o las vías que la sociedad del consumo propone para ser "feliz", "libre", "auténtico", que no hacen más que retirar aquello que desean curar, la insatisfacción.