Todos nosotros somos GPS ambulantes, corregimos rutas a cada segundo."
Jorge Forbes
Lacan apostaba que sería posible tocar un punto íntimo de vergüenza del analizante; no de una vergüenza social frente al otro, sino una vergüenza íntima, sin la cual la vida quedaría desnuda, sin cualidad, des-cualificada. La familia es la primera intimidad de cada uno, su "extimidad".
Dicha modificación en la enseñanza de Jacques Lacan –el pasaje de la primacía del registro simbólico a la primacía de lo real– también se puede considerar no sólo como un cambio en la forma en que el psicoanálisis ha tratado eso desconocido en el humano –su inconsciente–, sino como un cambio de época: de una patriarcal, vertical, que responde a una interpretación edípica, a una horizontal, en red, más participativa y pos-edípica, basada en una ética del deseo, sin nociones morales, ni teóricas que calmen y expliquen la culpa e implicación del sujeto ante su deseo, desde otro lugar, a la manera de la medicina, la psiquiatría y las psicologías. En vez, se trata de una manera inédita y singular para cada uno.
En línea con lo planteado, es preciso señalar dos de los rasgos culturales predominantes en nuestro contexto actual: el miedo y la indignación. Por un lado, el miedo se vuelve un valor social, no solo en la forma de control político y de mercado, sino una forma de vida, algo que organiza y decide cuestiones elementales.
En la actualidad, no hay estrategia de los mencionados campos que no toque o explote en algún punto el miedo, que tiende a la conservación, a la ruptura del lazo social, a ceder espacios públicos y a plantear, en última instancia, que la inhibición es preferible, lo que reduce la participación y amplificación deseante a su mínima expresión, para con ello permanecer más seguros. Y el segundo, la indignación, un afecto moralista que vuelve extraño lo propio, al colocar lo más íntimo su éxtimo, su unheimlich en el otro. Las personas se indignan siempre por algo o alguien más, nunca por sí mismos. De ahí la estrecha relación entre la indignación y lo políticamente correcto, dos formas moralistas que nublan, como se decía, el tratamiento de los asuntos humanos.
El stand-up comedy y el psicoanálisis lacaniano por no operar en el registro de lo políticamente correcto, ni en el del miedo, ni en el de la indignación como garantía moral, plagada de lugares comunes, recuperan de manera singular las temáticas humanas rechazadas a partir de esa vergüenza íntima (éxtimo) que toca a cada uno, realizando una invención singular a partir de una implicación. Decimos invención singular, pues, así como cada analista sólo puede contarse uno a uno –ya que su formación y ser son enigmáticos, es decir, no tiene ni identidad, ni formación, ni trabajo estandarizado, como en las profesiones– quien ejerce el stand-up comedy sustenta su oficio de manera singular, a través de un estilo insustituible de emplear la palabra, al crear gestos con efectos diversos de resonancia, todo ello a consecuencia de algo sin nombre, inventando soluciones únicas y creativas.
Dadas las características de nuestro mundo en sus diferentes contextos y situaciones, en transformación constante, cada vez más requerimos estar atentos, ser flexibles y creativos. Es decir, si antes bastaba con adaptarse a una sola posición (religiosa, científica, política, disciplinaria, económica, moral...) para seguir lo que ella dictaba, esperando que con ello estaban garantizados los resultados, hoy es necesario implicarnos aún más y reformular nuestras decisiones a cada instante. De no hacerlo, viviremos permanentemente sorprendidos, exclamando: "¿Qué no se suponía que...?" ante lo que no se comporta como suponíamos.
Para mostrarlo más claramente, partamos de un esquema básico: Toda experiencia humana posee tres dimensiones:
· Una dimensión en la que las imágenes organizan lo que vemos y cómo lo configuramos. (Esto siempre puede cambiar)
· Una dimensión de las palabras, en la cual las experiencias son traducidas e interpretadas a partir de conceptos, ideas y argumentaciones, que inciden sobre los símbolos. (Esto también siempre puede cambiar)
· Una que resiste y persiste, en la que hay algo imposible de imaginar y simbolizar, lo que llamamos en psicoanálisis, lo real. (Esto permanece)
Las primeras dos lecturas –las imágenes y las palabras– se basaron en nociones e ideas hasta cierto punto estables espacio-temporalmente hablando, sobre lo que se suponía era el humano, la historia, la vida y la realidad compartida. Intentan ser patrones únicos –naturaleza, religión, iluminismo; dioses, religión monoteísta, ciencia; padre, jefe, soberano– con nociones fijas de normalidad/ anormalidad, bueno/malo, disciplina/indisciplina, etcétera. Sin embargo, eso imposible de imaginar y describir escapa a cualquier forma de nomenclatura.
Lo real, eso que siempre retorna al mismo punto, algo imposible de descartar o resolver. Que por más que hablemos de ello (vida, amor, sexo, muerte, educación, interacción social, sentido de vida, economía, etcétera) siempre algo se escapa, es enigmático; permanece más allá de lo que podamos imaginar y describir. Ello nos requiere respuestas singulares cada vez más creativas.
Lo real ha sido y es tratado de diversas formas en diferentes momentos de la historia. Entre ellas –no las mejores, ni las más creativas– son las respuestas desesperadas, sean disciplinares o moralizantes, que, en estos tiempos, tienen además un toque de especialización, cientificismo y gluten free.
Las respuestas desesperadas disciplinarias son aquellas basadas en la idea de que para mejorar algo hay que controlarlo Esto se expresa, por ejemplo, en la visión empresarial y gubernamental, que sostiene que solo se puede desarrollar y mejorar aquello que se puede operacionalizar, vigilar y medir, controlar. En tal modelo, las contingencias son interpretadas como fallas o errores en la prospección o en la operación, no viendo nada más en ello.
En las escuelas los directivos, maestros y padres de familia están convencidos de que sólo a través de un mayor control y vigilancia se puede realmente educar. Bajo dicha perspectiva el otro –más bien lo real del otro– siempre es algo peligroso, de ahí las evaluaciones de conocimientos y comportamiento en base a una psicologización y psiquiatrización de lo que sucede en las escuelas; en caso de no controlarlo disciplinariamente, se puede descontrolar y degenerar en pensamientos, conductas y efectos indeseables. Para tal lectura se utilizan argumentos religiosos, médicos e incluso psicológicos, a la manera de "si no se hace x, entonces sucederá y"; se emplea el miedo y la sospecha como fondo y estrategia de convencimiento: "Si haces tal o cual cosa, entonces estarás más seguro/a". Y como el miedo se ha convertido en un valor y organizador social de un peso mayor, quien vive a partir del miedo, cree que va evitando verdaderos peligros en su vida. Por lo tanto, cuando le ofrecen alguna estrategia de protección, que supuestamente le garantizará la estabilidad y seguridad, rápidamente acepta sin mediar reflexión alguna sobre cómo opera y qué efectos generarán tales "bondades".
Por su parte, las respuestas moralizantes parten de la noción de retomar valores conservadores, como clave única para mejorar la vida, en una nostalgia por un pasado que se piensa fue mejor. Esto se acepta sin hacer la más mínima adaptación a los nuevos momentos históricos, por lo que termina siendo una casuística llena de formulismos de qué hacer, pensar y decir, con su contraparte negativa, qué no hacer, qué no pensar, qué no decir, una pura restricción contenida en interminables códigos de conducta, con sus formularios a llenar cada que se da un reporte o una evaluación de puesto, con su apartado "¿A qué te comprometerás en el futuro?". Se sirven de ideas de fin de los tiempos y degeneración del mundo. El canal de transmisión es la remembranza y comparación con la actualidad, emplean el miedo y, sobre todo, la culpa, como estrategias de convencimiento. Como rezan los dichos: ¡Nos merecemos lo que vivimos por cómo hemos vivido! ¡A esa mujer le hicieron eso (maltrato, asesinato) precisamente por lo que andaba haciendo! ¡Tenemos que retomar los valores de nuestros padres!
Estas dos formas de afrontar lo que sucede –las respuestas disciplinarias y moralizantes– aderezadas con discursos especializados, llevan la marca del despojo de la singularidad, una nuda vida, diría Agamben. En la cual cada persona es colocada como un individuo con las mismas características del colectivo, como sucede con el resto de los animales; la finalidad es reducir y comparar los individuos, además de plantear, por ejemplo, una visión única de lo que sería tener felicidad, salud y calidad de vida, así como toda una serie de formulaciones y perfiles educativos, sociales, laborales, etcétera, que dan el marco de referencia para evaluar de forma cuantitativa y cualitativa a cada uno, para determinar qué tanto se acerca o se aleja de dicha normalidad.
Tales modelos se vuelven ineficaces para leer adecuadamente las transformaciones del contexto social actual, por lo que son necesarios no solo nuevos conceptos, sino prácticas renovadas, nuevas formas de lazo social basadas más en la responsabilidad y creatividad, en la implicación de cada uno, que, en el control externo, moral, disciplinar o especializado.
El psicoanálisis –sobre todo el de orientación lacaniana– y el stand-up comedy inciden en dichos contextos, re-introduciendo la virulencia freudiana, apuntando a la singularidad de eso íntimo, éxtimo presente en cada uno:
Se preguntará si el tema del chiste merece semejante empeño. Opino que no cabe ponerlo en duda. Si dejo de lado los motivos personales, que el lector descubrirá en el curso de estos estudios y que me esforzaron a obtener una intelección sobre los problemas del chiste, puedo invocar el hecho de la íntima concatenación de todo acontecer anímico [...] un chiste nuevo opera casi como un evento digno del más universal interés.
Ni las respuestas disciplinarias, ni las moralizantes, ni la especialización o el cientificismo que eleva los postulados de la ciencia a verdades absolutas, lograrán dar cuenta a cabalidad todo lo que sucede en las experiencias a las que se aplica, pues estas tienen ya no responden a un solo patrón o modelo. Algo que el chiste y el psicoanálisis, además de custodiar lo imposible, trabaja tomando en cuenta esa imposibilidad (de la vida, de las palabras, de las imágenes) mostrando sus características, sus fallas, sus posibilidades, así como los malestares que se producen en caso de que se le quiera intentar "hacer desaparecer".
Las respuestas disciplinarias y moralizantes, por tener siempre las mismas explicaciones prêt-à-porter no logran dar cuenta de lo que sucede, son, digamos, aplicaciones o software obsoletos para "leer" nuevos programas, para explicar y responder ante las transformaciones que vivimos día a día.
El análisis no consiste en encontrar, en un caso, el rasgo fundamental de la teoría, y en creer que se puede explicar con ello por qué su hija está muda, pues de lo que se trata es de hacerla hablar, y este efecto procede de un tipo de intervención que nada tiene que ver con la referencia al rasgo diferencial.
Es decir, no es con relación a que la llamada realidad se ajuste finalmente a las palabras, pues las palabras no corresponden nunca directamente a las cosas, siempre hay algo que se escapa, que opera de otra forma, lo real.
Decíamos que algo que está tanto en el corazón mismo del psicoanálisis lacaniano, como del stand-up comedy es – además de ser quehaceres de lo incompleto– suspender certezas (disciplinarias, moralizantes y especializadas, inclusive con las que se han acorazado como "verdades psicoanalíticas") evidenciando su montaje, para mejorar las preguntas, escuchar sin suponer y explorar los elementos implicados en la experiencia única. Se trata de un buen comienzo para implicarse-cada-uno con ese real sin nombre ni ley.
El psicoanálisis lacaniano y el stand-up comedy son dos formas no angustiadas, sino responsables y creativas, de producir un savoir-faire con ese real que siempre se nos escapa y nos regresa siempre al contexto del malentendido, como medio "natural" de lo humano. Ambas prácticas, no se sustentan en una visión normalizadora y patologizada de las vidas humanas, en la que cada cosa que se hace, siente y piensa es interpretada como una falla o crisis del sistema o máquina, o una oportunidad de aprendizaje. Sino más bien, como formas de expresión y vinculación social, basadas en la singularidad (identificación al sinthome), sin transformar lo extraño de sí, lo éxtimo en algo malo o patológico, sino en el eje de la creación para sustentar una vida singular, legitimándola. (Continuará)