Inicio este apunte editorial parafraseando el manifiesto político de Karl Marx, diríamos que un fantasma recorre el mundo, el fantasma del populismo.
Las teorías políticas sobre el concepto de populismo se nutren de corrientes teóricas diversas: la teoría crítica, la lingüística estructural, el psicoanálisis lacaniano, la psicología política, el materialismo histórico, la psicología social, entre otras. Como bien se ha señalado, se trata de un concepto difícil de asir, especialmente porque se manifiesta en el trabajo que realizan organizaciones políticas con ideologías divergentes, especialmente de derecha y de izquierda, lo que vuelve confuso el campo teórico.
En un recorrido histórico del concepto, encontramos que su uso es relativamente reciente, fue a partir de la mitad del siglo XX que comenzó a incorporarse a los trabajos académicos. Fue el sociólogo Edward Shils, quien retomando el concepto de liderazgo carismático de Max Weber, fue muy claro al considerar que el término populismo, no hacía referencia a un movimiento político particular, sino a una ideología que podía emerger en cualquier contexto social, fuera rural o urbano, y en todo tipo de sociedades.
Vale la pena recordar la definición de populismo que Shils brinda al respecto: "una ideología de resentimiento contra un orden social impuesto por alguna clase dirigente de antigua data, de la que supone que posee el monopolio del poder, la propiedad, el abolengo o la cultura".
Con esta definición en mente, podemos afirmar que populistas pueden ser movimientos disímiles en su orientación pero no en su esencia, como el bolchevismo ruso, el nazismo alemán, el macartismo norteamericano, el peronismo argentino, el cardenismo mexicano, entre otros.
La definición como podemos observar se sostiene en un tipo de liderazgo carismático que moviliza los sentimientos irracionales de las masas para enfrentarlas contra las élites. Sobre el liderazgo carismático sabemos que encuentra la justificación del poder en sus propios valores, la autoridad carismática es personal antes que institucional, emotiva antes que racional y excluyentemente unanimista antes que pluralista.
Esperamos para la siguiente entrega ahondar más en un texto reciente sobre la temática intitulado: What is populism? Del autor norteamericanao Jan-Werner Müller, sobre el que seguramente podremos discutir algunas ideas interesantes, y que para el presente apunte editorial, podríamos sintetizar algunas nociones que se derivan del texto y que nos darán pie para analizar los liderazgos carismáticos y populistas actuales.
El primer rasgo que debemos considerar es el caudillismo. El líder se siente un dios moldeado por las mismas manos de Zeus, no hay nadie inigualable a su ser en el mundo, en especial, el ADN del narcisismo primario recorre por sus venas y le imprime esa seguridad en sí mismo de ser el sol que ilumina el universo. Por si lo anterior fuera poco, es el amo depositario de todas las virtudes que el mundo requiere en ese momento histórico determinado y, por supuesto, es el Gran Intérprete de la Voluntad Popular, porque Vox Populi es igual a Vox Dei. Su persona como personaje histórico de carne y hueso, trasciende la mediocridad de las instituciones de las que es amo y señor, y su palabra convertida en autoridad moral sobrepasa por mucho cualquier resabio basado en alguna constitución vetusta que no alcanza a rozar, ni siquiera las suelas de la encarnación del gran dios dado por caudillo al pueblo.
El movimiento encarnado en el gran líder es exclusivista, es decir, excluyente. Aquellos seres que conforman las masas desprotegidas y que han logrado un atisbo de esperanza e identidad gracias al discurso del Gran Líder, representan el "Nosotros". Los que no pertenecen a esta insigne categoría, son aquella parte denostable del pueblo que serán excluidos, y se les discriminará con el nombre de "Los otros". Unos marginales, vendepatrias, traidores, sujetos sin derecho a ser ciudadanos, a recibir el reconocimiento de los símbolos patrios, enemigos del pueblo, esos seres merecedores del mayor desprecio, para ellos el destierro ipso facto.
Antes de la era del Gran Líder todo fue una desgracia para el pueblo. El caudillo galopa marcando una nueva historia, un adanismo emergente, donde antes no había nada rescatable, sólo fracasos, embustes, desencuentros, saqueadores, corruptos y traidores. El pueblo ahora puede descansar tranquilo, después de décadas de gobiernos neoliberales y entreguistas, el movimiento de regeneración moral ha llegado, el Gran Líder con sus valores incólumes rescatará al pueblo del oprobio de las élites.
Tampoco puede faltar en este cóctel para el perfil ideal del populista, el tema antiguo e infalible del nacionalismo. El amor por la patria representa un valor de profunda raigambre en las capas del inconsciente colectivo. Es inculcado de manera propositiva en la mente infantil a través de los símbolos patrios y, por supuesto, la música del himno nacional, que se asimila de manera instantánea y permanente, junto con la letra, como un tatuaje mental en el inconsciente individual. El nacionalismo se adhiere así como lo haría cualquier símbolo religioso en la mente de un fanático, pero en este caso, de carácter laico.
Los populistas no pueden evitar ser estatistas, porque su máxima ambición de poder es representar de manera encarnada, en su persona al estado mismo. Se puede creer o no en el libre mercado, se puede impulsar el capitalismo de manera radical, pero los dueños del capital deberán someterse al Gran Líder dueño del estado, si no lo hacen: "¡Cuello!" Pero los grandes magnates son listos, son tiburones en mar abierto, saben cómo granjearse al Hombre Fuerte, a través de inversiones que dan tranquilidad económica y sentido de colaboración IP-Gobierno, mientras sus fortunas siguen creciendo bajo el amparo del régimen político, en ocasiones en condiciones de monopolio legalmente permitido.
Introducir una economía basada en subsidios para ciertos grupos vulnerables de la sociedad, es el inicio de una política social populista, además, habrá subsidios en otros insumos que la sociedad requiere, como la gasolina, el agua, el transporte, la luz, la canasta básica. Estos programas sociales entrarán en un juego político donde, en época de elecciones, son clave para generar una base dura de voto ciudadano. Es en este aspecto que tenemos cuestionamientos referentes a cómo las personas están dispuestas a sacrificar su libertad para decidir su voto, por un mendrugo de pan, simbólicamente hablando, ya que los cheques que reciben los beneficiarios como clientela política, cada vez son más sustanciosos.
El líder populista buscará por todos los medios posibles el poder concentrar el poder en su persona. Con el pretexto de combatir a las élites del poder como enemigos del pueblo, buscará la manera de acosar, perseguir y doblegar la voluntad de los legisladores y los jueces, así como de las instituciones autónomas que vigilan la observancia de las leyes.
Los funcionarios honestos y capaces pierden su capacidad de voz y voto cuando de tomar acciones se trata, ahora las decisiones de economía, seguridad pública, relaciones internacionales, interlocución con los estados, todo depende la voluntad del Gran Líder. Los funcionarios de carrera son sólo marionetas mudas, sin voluntad propia ni capacidad de decisión.
El lenguaje como medio simbólico de comunicación es también campo de batalla desde donde el líder populista procura adoctrinar y convencer para su causa. A través de una violencia verbal y simbólica acusará a sus enemigos con motes que se asociarán inevitablemente al estigma, traduciendo con ellos términos que son palabras de odio que generan un daño moral y psicológico en quienes se convierten en depositarios de estos símbolos de extrañeza y enajenación, expulsándolos del imaginario propio del movimiento y reconociéndolos como verdaderos enemigos. Términos como conservador, neoliberal, fifí, oligarca, demócrata, son motivos de insulto y desprecio.
Desde el campo de la violencia simbólica se afecta el tejido social, volviendo más radical el nivel de violencia a través de una contaminación de emociones negativas que abonan a un campo fértil para el encono, el insulto, la intolerancia, el fanatismo político y el empoderamiento del acosador político. Las bases para el conflicto social y la posibilidad de una guerra civil se siembran, de manera cotidiana, con este tipo de elementos de violencia en sus diferentes modalidades de expresión.
Al final, con el populismo, quien paga los platos rotos es la sociedad civil.