"Lo que brilla con luz propia nadie lo puede apagar, su brillo puede alcanzar la oscuridad de otras cosas". Recordaba este fragmento de la conocida canción de Pablo Milanés cuando escuchaba al presidente decir que algunos iban por medallas de España y otras recibían premios manufacturados en Santo Domingo. ¡Qué fuerte que se denueste de esa manera el reconocimiento externo!
El ánimo de eclipsar el mérito ajeno (desde la jefatura del Estado) es teóricamente incomprensible. En principio todo aquello que haga que México brille (hasta los minutos que alineó Lozano con el Napoli) ayuda a mejorar la maltrecha imagen del país en el exterior y a presentarnos como algo más que una tierra de violencia y narcos, de políticos corruptos y delirantes que sigue lastrando nuestra proyección.
Por tal razón, tener una posición descollante, como la que ha tenido la UNAM en la persona de su rector y la institución misma, al presidir la Reunión de Rectores de Universia, no son cosas que se puedan descartar como papel reciclado. Recibir el Honoris Causa de la Universidad de Sevilla es un mérito que si la ministra Esquivel lo recibiese, le eximiría de todas las problemáticas que tiene, pues con todo derecho podría ostentarse como doctora. Entre universitarios no hay distinción más importante. Pero ya hemos visto que ni el padre de la arqueología moderna (Premio Princesa de Asturias) mereció una felicitación.
Minimizar el éxito ajeno está lamentablemente en la esencia del alma nacional. Estamos tan enojados con nosotros mismos y con nuestra historia, que parece alegrarnos más que regocijarnos, que a la presidenta de la SCJN (la ministra Piña) la reconozcan sus colegas.
El ninguneo es parte esencial del carácter nacional y el presidente lo hace cada vez con más desparpajo. En días pasados no solamente se mofó de Piña, sino que en abierto desafío a la autoridad electoral utilizó "la mañanera" para convocar a votar por su partido, como en la Ley de Herodes. Con su ánimo desafiante puso a la consejera Taddei en una situación terrible. Por un lado, la halaga. Por el otro, la pone en la tesitura de (por lo menos) amonestarlo por sus abiertas injerencias en el proceso electoral, o callar y perder toda autoridad. Trago amargo el que le suministra a la nueva presidenta del INE en las primeras semanas de su andadura institucional. Pero tal parece que, en los tiempos que corren, el único que tiene mérito en este país es el presidente y algunos de sus elegidos.
Si el INE, por cálculo político o cautela, se pliega a este abierto desacato, es decir, se deja ningunear, estará condenándose a ser algo parecido a lo que hoy es la CNDH: una institución desfondada y sin credibilidad.
Yo me pregunto entonces: ¿si está el país tan bien, si las encuestas del Edomex le son tan favorables, si ya cuajó como tendencia nacional la candidatura de Claudia, por qué su corazón no se alegra con el mérito ajeno y además pone a las autoridades electorales en tales predicamentos? A lo mejor es que tiene otros datos.