Todos vimos la escena: el recién electo alcalde de Nueva York, Zorhan Mamdani en su más reciente visita a la Casa Blanca, al ser cuestionado sobre si había llamado al presidente Trump "fascista", rápidamente, cuando comenzaba a intentar explicar, Trump lo detiene y le dice que está bien, que es mejor así, que es más fácil no explicar, que el está "ok" con que lo llamen así. No hay problema –le espeta al joven alcalde, al tiempo que le palmea el brazo– es más fácil decir si a tener que explicar.
En breves momentos y ante una sonrisa incomoda de su interlocutor, Trump le da una muestra de otra forma de interactuar con los medios, fuera de lo políticamente correcto, que, al igual que el estilo del presidente norteamericano, no deja de tener pros y contras, lo políticamente correcto, lo Woke llevado al extremo, lo progresista, corre el riesgo de convertir cualquier debate de ideas en un ataque del deber moral de las personas y de lo que se dice, contexto donde igualmente surgen personajes como Trump. ¿O acaso cree usted que Trump, Milei, Meloni, Le Pen, Bolsonaro...nacen por generación espontánea?
A Trump se le puede ver como la antítesis de las libertades, alguien que representa todo lo contrario al arte de la política, las buenas maneras, la educación y un largo etcétera. De esa condensación de elementos es que se vuelve "blanco" fácil para explicar todo lo terrible que él representa, piensa y ejecuta. Sin embargo, también se le puede ver como el efecto de la demagogia y el vacío protocolario tanto de los políticos demócratas como republicanos. Recordemos que fue él y su equipo de campaña quienes casi impusieron al partido republicano su candidatura y no de manera azarosa, sino por la ineficiencia tanto de "su" partido como por los fracasos del partido demócrata. Además de la tibieza, desvaríos mentales y físicos de Biden, su negativa y apoyo tardío a Kamala Harris, mostrándose terco y desesperado, en la lona, lograron encumbrar a un Trump, quien emergía de dos atentados, entre escándalos de corrupción y su amistad con Jeffrey Epstein, codeándose con Elon Musk, Joe Rogan y Dana White, otorgándole el poder público suficiente para poder ser asociado con la verdad "pelona", directa y contundente, no sólo por una gran mayoría de republicanos, sino por los votantes, fueran con partido o indecisos.
El narcinismo de Trump, a pesar de los intentos de querer asociarlo con fascistas y dictadores del siglo XX, una gran mayoría del pueblo norteamericano y millones de personas alrededor del mundo, lo ven más bien más cercano a la verdad, al valor y a la contundencia, precisamente porque explota el discurso paranoico de "los malos son los otros, nosotros somos la good people". No a cualquier verdad, sino a una verdad cruda y rapaz, no tanto de la política, sino del poder del dinero, los recursos naturales (recursos energéticos) y las armas, por ello su interés en llevar la "paz" a todo el mundo, justo porque los promotores de la paz y el amor son siempre quienes hacen la guerra, como una forma de negocio, de control fundamental de la seguridad.
Mientras que cada ataque a su persona afecta aún más a la oposición, quien, en lugar de ofrecer alternativas serias e inteligentes, explotan adjetivos calificativos que a los liberales tanto les gustan, Trump se mantienen inamovible. Sin embargo, quizás ignora, o parece ignorar, un elemento fundamental del poder y es que este es siempre parcial y relativo, el poder no es algo que se posee, sino se ejerce porque alguien lo ha otorgado en un tiempo, es decir, tiene fecha de caducidad
*El término narcinismo, fue un concepto acuñado por la psicoanalista francesa Colette Soler, el cual une dos cuestiones, el narcisismo y el cinismo.