El mito democrático del populismo autoritario

La operación política con que AMLO quiere cerrar su sexenio y marcar al gobierno que sigue está impregnada de autoritarismo con máscara democrática

La operación política con que AMLO quiere cerrar su sexenio y marcar al gobierno que sigue está impregnada de autoritarismo con máscara democrática. Van tres razones.

La primera y más importante es el mito de que hay un populismo democrático. Proclamar que la supuesta entrega del poder al pueblo como -si fuera una unidad cerrada- y el dominio de un sólo partido son la cumbre de la democracia, oculta lo que en realidad se persigue: elevar el poder de la mayoría a la imposición de una totalidad que excluye lo que no le es afín. Substituye la autoridad de la Constitución como acuerdo entre partes que se reconocen diferentes y exigen igualdad política para convivir sin excluirse mutuamente. En el caso de México este mito democrático emana de la unión del nacionalismo revolucionario (que terminó por execrar de la democracia) y una izquierda con reflejos autoritarios e impermeable al diálogo. Ambos dicen unirse en la aspiración de superar el sesgo elitista en el Estado sólo para convertirse en sus nuevos administradores. La imagen más elocuente de esta conjunción es la celebración del triunfo de Morena auspiciado por las cúpulas empresariales.

Una segunda razón es, precisamente, el ADN del populismo. Como en los autoritarismos del siglo XX, la formación de una clase burocrático-política que administre el Estado es inevitable. Es la "ley de hierro de la oligarquía". Un grupo profesional de políticos y burócratas se forma necesariamente en toda sociedad que requiere gobierno, pero la función que cumplen puede ser muy diferente dependiendo del régimen, y esta nueva clase quiere en México renunciar a los controles y contrapesos de las instituciones representativas. La utopía de la izquierda autoritaria adherida a la restauración del viejo régimen es, hasta donde se puede ver, el ejercicio del poder sin contrapesos ni competidores; sólo admite seguidores. Como lo prometen las reformas constitucionales del Presidente, se busca formar una nueva costra dominante cuya esencia sea el monopolio político. El acceso al poder libre y autónomo del ciudadano ordinario retrocederá ante el peso de una des-institucionalización omnívora y será suplido por la ilusión de beneficio popular de intercambio de dinero por lealtades.

La tercera razón es una lección del 2 de junio que, a mi parecer, es el rechazo a gobiernos que no cumplieron con la deuda social e histórica de progreso y movilidad. El descontento con la desigualdad fue capitalizado y se impuso sobre la ilusión de jugar al pluralismo sin soluciones de fondo para superar el atraso de grandes grupos en los que indudablemente ha penetrado la imaginería populista. La democracia no sobrevive como negociación entre iguales en el terreno minado de aguda desigualdad social, regional, económica y política si no es remontada por la política, pero alienta al populismo autoritario que enarbola el mito de la "democracia" monocolor, una contradicción en los términos. Al hacerse gobierno, esa democracia monocolor es astutamente administrada por una oligarquía emergente. Sin embargo, carece de unanimidad. De ahí que la busque artificialmente. A pesar del avasallamiento que pende como amenaza sobre el pluralismo, las instituciones representativas, -equilibrio entre poderes, pluralismo y competencia justa por el poder- retornarán en el imaginario común como la única manera de gobernar esa inevitable "ley de hierro" y crear un espacio público en el que se pueda avanzar hacia formas democráticas de ejercicio del poder.

Si se impone la sobrerrepresentación caerá la máscara del mito democrático y reaparecerá la sombra de la ilegitimidad. En cambio, si se respeta la representación proporcional, se puede evitar la avalancha que se quiere imponer sobre la Constitución. Es obvio que las instituciones representativas están urgidas de reformas profundas; reformas que no requieren abandonar la democracia, sino usar el peso de la sociedad que las desea y dialogar para lograrlas. De otro modo continuará una historia en la que se expandirá la corrupción, la ineficiencia, el abuso de poder y, al final, pero, no por último, habrá represión de opositores.

Investigador del IIJ-UNAM*

@pacovaldesu