Nunca enamorarse del propio sufrimiento
Slavoz Zizek
La fascinación por el mal, por las biografías de las y los perversos, el interés por conocer los pormenores de sus vidas, cómo eran, qué hacían, qué comían, cómo pudieron atreverse a hacer lo que hicieron, cómo los atraparon y/o terminaron con sus vidas...es una estrategia (genérica) a la que muchas personas recurren, no sólo por diversión, sino para, de alguna manera, intentar encontrar respuestas a las preguntas existenciales que les aquejan, una especie de sentido más allá de la vida en serie y prefabricada que viven.
Una gran mayoría queda encantada por lo espectacular de quien dejó a su paso pilas de cadáveres, por quien logró burlarse de todos y casi salirse con la suya. Dichos personajes generan lo mismo horror/fascinación que escandalo, precisamente por destacarse de la norma. Los "normales", anclados (por seguridad y refugio) al tedio de su aburrimiento, esperan encontrar en ellos algo de emoción, un camino y orientación para armar su vida, como si se estuvieran leyendo un manual que les garantizaría algo.
En eso consiste uno de los atractivos del mal: creer que su imponencia, esa que proviene de actuar ilegalmente poniendo en riesgo la seguridad de la vida de las personas, guarda una relación directa con la verdad de los misterios de la vida, el sexo y el amor. Cosa por supuesto, a un cierto nivel, encantadora, teatral o cinematográficamente hablando, pero igualmente condenada al fracaso, a la perdida y a la declinación. Por más intenso que sea el dolor y el mal nunca pueden ser la verdad de alguien. Quien hace de su queja la marca de su ser, sella, en cierta forma, su destino, lo marca, por miedo y protección, empleándolo como guion de vida, que al mismo tiempo experimentará como fortaleza-prisión.
Fascinarse por el quehacer criminal de dichos personajes es una práctica que podemos localizar en la misma línea de aquellos que gustan leer libros de autoayuda y psicología positiva, esperando encontrar en sus páginas algún sentido, responder preguntas singulares de manera genérica. Al hacer esto corren el riesgo de reducir sus vidas a lo que alguien más plantea, colocarse como objetos en las manos de alguien más, que alguien nos salve de nuestras decisiones. En ese sentido, reiteran el mismo tedio y aburrimiento que ya tenían, solo que ahora transitan de una forma aburrida a otra que en principio no lo parece, pero termina frustrando, siendo el objeto de la acción criminal de alguien más.
Esperar que el mal/bien responda por nuestra vida como si fuera un manual, creer que esto nos ahorrará el riesgo a la hora de decidir, es creer que nuestras vidas pueden ser leídas e interpretadas a partir de las vidas de modelos y referentes genéricos. Buscar en esas vidas las respuestas a nuestras preguntas más fundamentales. Darle estatus de verdad al dolor, sufrimiento y violencia, a la indignación. Algo muy común en nuestros tiempos. Sólo que al hacer esto siempre se corre el riesgo de amplificar el sufrimiento, justamente por otorgarle un estatus de verdad.
El dolor, enojo, odio, el sufrimiento y la queja —precisamente por la intensidad de sensaciones que generan— pueden tomar para muchas personas, forma de verdad. En estos tiempos de múltiples opciones, diversos, flexibles, en red, tiempos que para muchas personas son de crisis de identidad, se recurre a referentes históricos o actuales, que actúen bajo la bandera del odio, cuando no por el sentimentalismo, la indignación, para producir un referente, una base de vida.
Esperar que el sufrimiento y el odio respondan nuestras dudas es buscar reducirnos a objetos de la acción de alguien más, que alguien nos diga quiénes somos. Es pretender encontrar una madre/padre severo que finalmente nos diga quién somos. Lo curioso, pero al mismo tiempo claramente explicable, es que sea precisamente en estos tiempos de crisis de adultos, de referentes, de testimonios, que se busquen personajes terribles, legiones de perversos en todos los campos, pero sobre todo en el narcotráfico y en la guerra, para poder creer en la dupla mal-verdad; alguien que muestre algún sentido. Lo terrible es que se busca a quien sostiene un discurso de limpieza étnica, de odio hacia el otro, los que se consideren sucios, raros, anormales. De ahí la fascinación a lo largo y ancho del mundo por las extremas derechas e izquierdas a lo largo: la ilusión de mantener el propio narcisismo intacto, "nosotros somos los buenos y ellos, los otros, los malos, aquellos tóxicos que deben desaparecer", como un pésimo tratamiento de la propia angustia y vulnerabilidad.
Como alternativas a este funcionamiento contaríamos con todas las respuestas creativas y, sobre todo, responsables, que surjan del deseo de articular las diferencias, en lugar de erradicarlas; desistiendo de la fascinación por lo impactante del horror del mal colosal y el delirio de los buenos contra los malos, logrando advertir que si dichos personajes logran tener una gran influencia en la humanidad es precisamente por cada persona "normal" que con su miedo les ha dado consistencia, acrecentando con ello la ilusión de su poder, que, ya de cerca y a la brevedad, veremos también desaparecer.