Era 1993, año y medio después de la disolución del comunismo, cuando un amigo y yo viajamos a Cuba por un tema laboral. Decidimos ir a conocer Varadero y de camino nos pide un aventón una señora mayor. Al detenernos se soltó llorando y compartió que tenía días esperando la guagua que la llevara a la playa, pero pasaba tan llena que no se detenía. En ausencia de vehículos particulares o autobuses, las guaguas eran camiones de redilas, anteriormente usados para trasladar ganado, adaptados como transporte público. Durante el camino, la afligida señora nos comentó que su hijo la había llamado diciendo que estaba enfermo y que desde entonces había perdido contacto con él. Ese fue quizás mi primer encuentro con la indigente realidad cubana que mostraba indicios de indefensión que se traducirían un año después en las protestas conocidas como “el maleconazo”, precursoras de la “crisis de los balseros”.
Durante décadas, el gobierno cubano ha ejercido un control absoluto y destruido el tejido social. De tal forma que el Partido Comunista de Cuba, a través de su revista Granma y los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), han podido adoctrinar o atemorizar a los jóvenes sin mayor contrapeso, hasta que llegó el Internet. Así es, los temidos CDR fungen como los ojos y oídos de la revolución, espiando y conociendo a los vecinos, sus actividades y hasta su ropa con tal de detectar “actividades desestabilizadoras”. El escritor francés Edmund Burke decía: “Hay un momento límite en que la paciencia deja de ser virtud”. Pues para el verdadero soberano, el pueblo cubano, la canción “Patria y vida”, un remedo del eslogan oficialista castrista “Patria o muerte”, les indicó que la vida está hecha para ser vivida y no soportada. A los cubanos se las agotó la paciencia, fue mayor su hambre que su miedo y gritaron “hasta aquí”.
El fin de semana pasado, Cuba se tiñó de rojo tras las protestas de jóvenes clamando libertad, cansados por el peso de las ataduras comunistas e instigados por las redes sociales. Pero es que ese avieso régimen, apoyado por sus estultos útiles, le han cortado las alas y truncado los sueños a generaciones de connacionales deseosos de progreso. Por inverosímil que parezca, a los cubanos no les es permitido vender limonada, lustrar zapatos, limpiar faros, pescar o sembrar, al ser considerado como iniciativa privada y con fines de lucro. Por injusto que parezca, los cubanos en su país, no pueden ir a los mismos restaurantes, hoteles e incluso playas que los turistas. En Cuba hay desabasto de medicinas, escasez de alimentos, apagones constantes, perseguidos políticos y una creciente inseguridad. Tal cual, durante seis décadas el régimen castrista ha castrado a su pueblo privándolo de uno de los derechos elementales, la libertad, pero no siempre fue así.
Antes de Fidel, el primer lugar en riqueza por habitante entre los países de América Latina se disputaba entre Cuba y Venezuela. En la región fue el primer país con ferrocarril y tranvía, instaló la primera red de alumbrado público, operó la primera máquina de rayos X y construyó el primer hotel con aire acondicionado central. Por si lo anterior fuera poco, el país del mojito y la cuba libre gozaba de los primeros lugares en educación y tenía el mayor número de médicos por habitante, logros que ahora se adjudican los revolucionarios. Que paradoja que ahora las dos naciones mencionadas se disputen los últimos lugares en el continente en riqueza por habitante y hayan provocado, por cuestiones no bélicas, los mayores éxodos que el mundo haya conocido. ¿A qué nivel de desesperación habrán llegado sus habitantes que prefieran dejar todo y arriesgar su vida surcando el mar Caribe en barcazas inseguras?
Es indubitable que el cancerígeno comunismo y su eufemismo el socialismo latinoamericano han fracasado en lo económico y en lo social. Mientras Cuba, cual parásito, vivía de las donaciones de la URSS, pudo gestar un sistema donde el pueblo dependiera de las dádivas. De igual modo, Venezuela fue temporalmente la balsa de rescate para la isla hasta que agotaron los recursos erosionando también el propio.
Es una innegable realidad que un comunista feliz, o no vive en un país comunista o pertenece a la pequeña élite que goza internamente de las mieles del capitalismo. Ni los Castro ni los Chávez vivían como sus connacionales, al contrario, amasaron grandes fortunas evidenciadas por el despilfarro de sus inútiles hijos. Lo anterior nos lleva a pensar si los falsos líderes mesiánicos socialistas destruyen naciones por temas ideológicos o porque claramente son gente perversa. A plata pura, conocen perfectamente bien el inhumano y a veces irreparable daño que están provocando a sus pueblos y se comportan con indolencia, tozudez y cobardía. No, no puede ser una ideología lo que los mueva y tampoco están confundidos, tiene que ser maldad, mezquindad y una diáfana ausencia o degradación de toda virtud, valor moral o ético. Supongo que los Chávez, Castro, Morales, Ortega, Correa y muchos más, han de requerir pastillas para conciliar el sueño y de no ser así, lo que priva en ellos es el mal.
Ya basta, América Latina y el mundo entero tiene que cerrar filas en pos de Cuba, Venezuela, Nicaragua y demás naciones latinoamericanas que está siendo caldo de cultivo para la nefasta ideología socialista. Ya estuvo suave de narrativas, reuniones, comités y mesas de diálogo que no pasan del discurso. Los pobres, los indefensos, los desplazados y los perseguidos no pueden ni deben esperar.