"...somos todos hijos adoptados de un deseo que nos hizo vivir"
Jacques Lacan
El deseo es la marca del ser humano, lo que nos diferencia de las plantas, animales, y sistemas complejos de reconocimiento de patrones, la mal llamada "inteligencia" artificial. Algo que, dicho sea de paso, nunca podrá ser simulado por una máquina, por más sofisticada que ella sea, simple y sencillamente porque no desea, no duda, no crea...
El deseo aparece en escena a partir de una falta, una carencia estructural –la pérdida de la regulación instintiva, que, por principio, es natural– inaugurando así el tiempo de los procesos de humanización, a través del lenguaje y los componentes de la cultura (lengua, leyes, usos y costumbres, mitos, economía, publicidad...) que se establecen en relación con los demás. Como planteaba Freud en Psicología de la masas y análisis del yo, toda psicología individual es, al mismo tiempo, psicología social. El sujeto individual es efecto de una colectividad. En pocas palabras, los humanos no nacen, sino se hacen, son efecto de un proceso complejo de humanización. Si colocáramos a unos recién nacidos en el bosque –como muchos casos que han existido a lo largo y ancho del mundo– tendríamos efectos de crianza de lobo, de perro, de oso... despojados de cualquier elemento humano, con la dificultad de aprender algo humano, en sentido simbólico, "aprendiendo" únicamente como los animales en el circo, dado que el momento critico para dicho aprendizaje ya ha transcurrido.
En ese sentido, de la diferenciación entre la mera regulación instintiva y el deseo, una cosa es tener una cría para perpetuar la especie, como lo tienen todo los animales, a desear tener un hijo. El deseo por una hija, por un hijo es un deseo sorpresivo, que por principio es enigmático, misterioso, ¿qué se desea cuando se desea tener un hijo? Deseo que, lo mismo, interpela a padres como a científicos: cómo podemos ayudar a quienes la naturaleza parece impedirles la realización de ese deseo. ¡Pongámonos manos a la obra!
En los humanos, como podemos confirmarlo a cada momento, la naturaleza no tiene la última palabra, sino que sus límites activan una triada de un empuje-frustración-deseo para buscar la manera de realzar un sueño, un deseo, la subversión de lo natural. Por eso podemos vivir tanto en el espacio como en las profundidades del mar, porque los humanos no somos naturales, sino artificiales. Incluso, bajo ciertas experiencias, el deseo de querer tener un hijo puede tocar los límites del comportamiento socialmente responsable dentro de la legalidad y llevar a una persona a desear transgredir el orden para desear tener lo que el otro tiene: "si no puedo tenerlo, entonces lo robaré" –sostienen quienes se dan a la tarea de sustraer un bebé. Como aquel pasaje bíblico del rey Salomón, que, ante la disputa sin solución de dos mujeres, quienes declaraban ser la madre legitima del bebé, decide proponerles partirlo a la mitad y dar a cada una parte del cuerpo, ante lo que una de ella dice con rapidez: "¡dénselo a ella!" a lo cual responde el rey, ¡esa es la verdadera madre! ¿Por qué? Porque sólo una verdadera madre da la vida y la deja en libertad para que se exprese, no reclama la posesión de su hijo, sino lo deja libre para que viva, para que su vida se realice más allá de los deseo de propiedad que ella pueda tener: "prefiero que viva, a pesar de ser lejos de mí, a que muera".
Dejando a un lado a quienes roban recién nacidos para venderlos en el mercado negro, y tomando algunos testimonios de personas que secuestran hijos de otros (amantes de lo ajeno) para realizar su sueño, podemos decir que el deseo por un hijo puede tomar tintes criminales debido a la intensidad que plantea el deseo de un hijo: acariciarlo, contemplarlo, que él o ella me contemple, darle mi vida, amarlo para siempre, protegerlo...en algún ponto no es raro que declaren que quien secuestra, esté pensando delirante y verdaderamente que al hacer eso esta protegiendo al nuevo ser de sus padres. Como si al secuestrarlo lo estuviera sustrayendo-rescatando de sus "malos" padres, justamente, para protegerle, para educarle como se debe. Curiosa elaboración que le lleva a cometer su acto criminal (para los demás) pero que para él o ella es un acto de liberación, heroísmo, realizado por un bien superior. ¿No es acaso eso mismo lo que está en juego en todo sueño autoritario de hacer algo "grande de nuevo", "eliminar a los malos, separarlos de los buenos" para que finalmente estemos todos protegidos, reunidos únicamente los buenos, nosotros, ya sin el otro que porta lo extraño, lo diferente, el mal...?