El tema del tatuaje, especialmente en los jóvenes, me parece sumamente polémico por sus implicaciones sociales, artísticas, identitarias y de salud. Obviamente mi punto de vista estará sesgado de antemano, considerando mi edad madura y mi visión de la libertad del individuo sobre el propio cuerpo humano.
De entrada, declaro que las nuevas generaciones viven en un mundo social, económico, político y tecnológico, muy diferente al que conocí de joven, pero aun así pienso que los temas subyacentes al acto de tatuarse siguen vigentes. Considerando el descargo de conciencia anterior, pretendo explorar un poco más a fondo esta problemática actual e inquietante.
Me sorprendo cuando señalo que se trata el tatuaje de un tema actual, sí lo es, pero el uso de este hunde sus raíces de manera muy profunda en la historia de la humanidad. Sin duda, el tatuaje se convierte en un signo al representar una manera de expresar una comunicación materializada vía el cuerpo humano.
Si pensamos el tatuaje como un signo entonces recurriríamos a la lingüista aplicada para tratar de comprenderlo mejor. Según el padre de la lingüística moderna, Ferdinand de Saussure, el signo lingüístico está compuesto de dos elementos: significante y significado. El significante es la manifestación concreta y material del signo lingüístico. El significado es la representación mental o contenido semántico que evoca en el hablante.
El tatuaje es, entonces, un significante, y agregáramos de carácter orgánico, considerando su adhesión permanente al cuerpo. El significado del tatuaje es una construcción social que realiza la persona tatuada respecto a ese significante.
Los ejemplos son muy visuales: las lágrimas que el pandillero tatúa en su cara, debajo de sus párpados, representan las personas que ha matado, cada vez que comete un acto homicida, se tatuará nuevamente para llevar la siniestra cuenta.
En la historia de la humanidad el tatuaje ha sido parte de los ritos de iniciación y rituales religiosos, ceremoniales, así como signos identitarios, es decir, la pertenencia a determinado grupo o tribu, así como un estatus social, especialmente entre hombres libres y esclavos, además de fungir como amuletos o símbolos de protección o poder.
Todo indica que los filósofos griegos no hicieron hincapié en este asunto, sin embargo, el tema de marcar el cuerpo sí estaba presente en esos tiempos, e insistía Platón en la importancia de cuidar la belleza del cuerpo humano, protegiéndolo de cualquier tipo de mutilación o desfiguración, pero queda en suspenso si la estética del cuerpo humano admitía o no el uso del tatuaje por algún tipo de motivo propio de la época.
Aunque soy filósofo de profesión e historiador de vocación, no pienso que exista una respuesta concluyente al respecto, lo que sí creo es que en aquella época el tatuaje existía y poseía algún significado apropiado a temas de identidad, religión, ceremoniales y ritos propios de la cultura griega, pero es difícil establecer si era una práctica dominante.
Se estima que fue en el siglo XIX cuando el tatuaje se volvió un signo estigmatizado, este período histórico fue marcado por una moral conservadora, donde se hacía hincapié en la virtud, la etiqueta social y la rigidez en la estratificación clasista. Un ámbito propio para excluir a los diferentes, en especial por miedo, seguramente fue así como el tatuaje fue asociado con la criminalidad y la marginalidad.
A partir de los años 70 del siglo pasado, el tatuaje ha sido una práctica más admitida socialmente, la estigmatización es menor y su aceptación como expresión artística crece en los jóvenes y no tan jóvenes. Al tratarse cada tatuaje de un signo lingüístico, posee un significado especial para la persona, relata una creencia personal, una historia autobiográfica, un símbolo especial o una concepción estética del cuerpo.
Por mis actividades profesionales, mis intereses personales y época que estuve activo laboralmente, carecí de la oportunidad de convivir con personas con tatuajes significativos. Probablemente no me percaté de ello, pudiera ser que algunos los tuvieran en los antebrazos y no fueran tan llamativos o visibles.
Recientemente tocaron a la puerta de la casa, como pude me levanté del vetusto sillón, veía un noticiero local. Abrí la puerta principal y observo la silueta de un varón joven, con gorra tipo béisbol, camiseta tipo jugador de básquetbol y unos pantalones cortos de mezclilla, así como unos tenis Nike. Me acerqué y escuché que saludó efusivamente: "¡Buenas tardes, señor!"
Me aproximé un poco más para escucharlo mejor: "¡Soy su nuevo vecino, vivo aquí al lado, para saludarlo y cualquier cosa que se le ofrezca!". Me pareció muy amable, un buen detalle, así que le agradecí sus atenciones y se retiró.
Días después tocaron nuevamente el timbre de la casa. Acababa de terminar una breve siesta después de la comida, me incorporé lo más rápido que pude de la cama y me dirigí a la puerta de la entrada. Afuera había como seis a ocho jóvenes, realmente adolescentes, vestidos de manera semejante a la antes descrita: traían gorras beisboleras, camisetas de basquetbolistas, pantalones cortos de mezclilla y sus tenis Nike. Oí que pidieron algo, así que me acerqué para escuchar mejor y observé que mostraban algo que traían en las manos, eran unas camisetas, y a coro los jóvenes proclamaban: "¡Para que nos las firme, ¡por favor!"
De plano no entendí qué querían, pero insistían y me mostraban esas camisetas que tenían como un lema: "No rendirse, esa es la misión". "¿Quieren que les firmé?", pregunté desconcertado. Uno de ellos aclaró el punto: "¡El autógrafo de su hijo!". La verdad no supe qué pensar, les dije la verdad: "¡Mijo no está, no ha llegado!", y se fueron un tanto desilusionados.
Días después regresó el nuevo vecino, me saludó cortésmente y me explicó que estaba organizando una fiesta para uno de sus hijos que cumplía años, me pidió disculpas de antemano por cualquier inconveniente que pudiera surgir, también me explicó que habían rentado un trampolín para que los niños se divirtieran y que había preparado también la alberca, además vendría un grupo de payasos para amenizar el festejo.
Me pareció muy bien, le dije, que se preocupara por el bienestar de su familia y le conté que cuando mis hijos eran pequeños, acostumbrábamos también contratar payasos para que los divirtieran, no sólo a los pequeños también a los grandes. "Sí- respondió- la familia es lo más importante".
Pasó un tiempo y no volví a verlo. Luego la figlia Carolina me informó una triste noticia: el amable vecino había muerto. "Estaba muy joven" creo que alcancé a responder. Me sentía sorprendido por la triste situación. Pensé en su familia, seguramente vivirán un proceso de duelo difícil.
La figlia Carolina añadió: "Aquí en Spotify puedes escuchar su música", y le dio play a una de las canciones, recuerdo que la melodía era muy rítmica y la letra repetitiva: "¡Pow, Wow, Wow: sácalo, fórjalo, préndelo y no dejes de fumar!". Sin duda, conocerlo fue una experiencia de vida inesperada donde conocí a un joven rapero que amaba la música hip hop, a su famiia y cubir su cuerpo con tatuajes y más tatuajes.