Desde que yo era adolescente -segunda mitad de los ´70, principios de los ´80-, tiempos políticamente espantosos con Luis Echeverría y José López Portillo en la Presidencia, los priistas de alcurnia (los poderosos), los de alcantarilla (los de los sótanos palaciegos), y sus propagandistas (intelectuales orgánicos, jefes de prensa, directores de comunicación social y periodistas del régimen), se ufanaban de la invencibilidad del partidazo. Su partidazo. Muchísimo tiempo antes de que se llevara a cabo cualquier proceso electoral, sembraban la especie y deslizaban la sutil amenaza de que no había manera de competirle al PRI en las urnas, lo cual derivaba en percepción general.
Este arroz ya se coció, hermano. La oposición no tiene la menor oportunidad de ganar. Ni el mínimo chance. Están jodidos, el pueblo no los quiere. Pregoneros incontenibles, eran diestros verdugos de ilusiones juveniles, grandes orquestadores de depresiones políticas. Nadie desmotivaba la disidencia como ellos. Ganarle al partido de Estado era un absurdo. Un sinsentido. No te conviene andar de revoltoso, mi buen, estás bien desorientado, tienes malas influencias, veneno de agitadores de la izquierda, cizaña de golpistas de la ultraderecha, el camino más seguro al desprestigio, a la cárcel, al exilio, mi Pablito. Te vas al hoyo, hermano, desapareces metafóricamente pero no vaya a ser que el Señor Secretario te la aplique literalmente, y hasta rimó, carnal, jajaja. Mejor cuida tus amistades, de veritas no te metas en eso, que no te engañen, tú tienes futuro en El Partido, súmate a la Revolución, chingao, no seas güey, acá siempre hacen falta intelectuales para redactar y periodistas para publicar, y hay un chingo de lana, cabrón, pero un chingo. Me cae de madres, vente mijo.
Desde muy joven, cuando eras plastilina política, un chamaco maleable, los licenciados priistas (había de todo: sociólogos, historiadores, abogados, escritores, médicos, diplomáticos, editores, periodistas, intelectuales, empresarios, policías, militares) intentaban reclutarte a su secta tricolor. Lo hacían en todos lados, a cualquier hora, sin pudor alguno, y con los abundantes medios de cooptación patriótica que les daban los viáticos tricolores: te abordaban en redacciones, restaurantes, cantinas, te invitaban a bares de mala muerte, puteros de primera o de quinta, se acercaban en giras de trabajo, vente, El Secretario te presta la casa de Fonatur en Huatulco, el Gober te invita a la residencia en Ixtapa, mi hermano, no seas pendejo, no lo puedes despreciar, pinche Juanito el Líder Está Presente y te cede este ranchito, ves cómo sí soy poeta, jajaja, y qué tal esta casa de descanso que te la da regalada, compañero, a precio de expropiación revolucionaria, sin compromisos inconfesables, hermanito, puro servicio a la nación, chingao, si te resistes no te la va a perdonar, ya de menos deja que el gobierno te pague los fines de semana en Acapulco, en Las Brisas, y tus vacaciones en Europa para que te des una barnizada cultural, y te llevas a una de esas noviecitas guapas que tienes, porque los desgraciados sabían todo de ti, con quién andabas, con quién amanteabas, qué te metías, a quién te madreabas, a quién vituperabas y zapeabas, de quién te burlabas, con quién soñabas, y todo lo que escribías y publicabas, que no es lo mismo, perro, te amedrentaban.
Estos caballeros (y damas, que también las había), exégetas de la dictadura imperfecta, a quienes siempre mandé al carajo, fueron los genios propagandistas que inventaron lo del arroz cocido electoral y ahora se lamentan cada columna que pueden porque todas las encuestas de hoy marcan que, rumbo al 2024... este arroz ya se coció, pero en su contra.
Vaya caraduras. Mejor échenle un poco de talento y quizá con Xóchitl y un par de ideas se vuelvan competitivos, aunque, la verdad, creo que ninguno de ustedes volverá al poder. O a estar cerca del poder, al menos no en un par de sexenios más.
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